Irresueltos discursos del
canon cultural peruano
Álvaro Sarco
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Rara vez la fragilidad de los presupuestos ideológicos de los
autores estimados como soportes básicos de nuestro canon cultural son
examinados. Podrían ser rastreados innúmeros casos de inconsistencias, pero es
poco fructífero su mero señalamiento, mas no así el cotejo dilucidador de los
más significativos casos. A continuación algunos escritores emblemáticos de
nuestro aludido canon serán encausados en función de la siempre polémica –y aún
no resuelta- problemática del racismo en el Perú.
Durante la guerra del Pacífico, el
tradicionista Ricardo Palma garrapateó las siguientes opiniones al entonces
dictador Nicolás de Piérola:
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En mi concepto, la causa principal
del gran desastre del 13 está en que la mayoría del Perú la forma una raza
abyecta y degradada, que usted quiso dignificar y ennoblecer. El indio no tiene
el sentimiento de patria; es enemigo nato del blanco y del hombre de la costa y,
señor por señor, tanto le da ser chileno como turco. Así me explico que
batallones enteros hubieran arrojado sus armas en San Juan, sin quemar una
cápsula. Educar al indio, inspirarle patriotismo, será obra no de las
instituciones sino de los tiempos. Por otra parte, los antecedentes históricos
nos dicen con sobrada elocuencia que el indio es orgánicamente cobarde. Bastaron
172 aventureros españoles para aprisionar a Atahuallpa, que iba escoltado por
cincuenta mil hombres, y realizar la conquista de un imperio, cuyos habitantes
se contaban por millones. Aunque nos duela declararlo hay que convenir en que la
raza araucana fue más viril, pues resistió con tenacidad a la
conquista.
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Cuando Palma recuerda que Piérola
quiso "dignificar y ennoblecer" a los "indios", se refiere al decreto expedido
por Piérola el 2 de mayo de 1880: "Declaro unido a mi carácter de Jefe Supremo
de la República el de Protector de la raza indígena, título i funciones que
llevaré i ejerceré en adelante (…) Los párrocos en sus respectivas doctrinas
darán por tres veces, a lo menos, lectura solemne a este decreto, que se
publicará también en lengua quechua i aimara para conocimiento de todos".
Alberto Ulloa, no obstante su inclinación pierolista, no dejó de señalar en su
biografía del "Califa": "El decreto era una mezcla de justicia social, de
extravagante vanidad personal y de declaraciones prácticamente inocuas (…) Hay
algo, al mismo tiempo, de monárquico y de infantil en esa actitud. Hace recordar
a los emperadores y reyes que extendían su protección sobre comarcas y hombres
de civilización inferior, y a los niños que se visten de
emperadores".
En defensa de Ricardo Palma podría
argüirse que la carta que le dirigió a Piérola está fechada el 8 de febrero de
1881, dicho de otro modo, fue redactada a escasos días de los desastres de San
Juan y Miraflores (acaecidos el 13 y 15 de enero, respectivamente), es decir,
bajo el imperio de la tribulación y la atolondrada búsqueda de una explicación a
tales derrotas que significaron tantas calamidades a Chorrillos,
Miraflores1 y Lima. Con relación a lo último, el entonces
capitán de fragata inglés William A. Dyke Acland, quien acompañó al ejército
sureño en su campaña sobre Lima y de notoria simpatía por los chilenos, dejó
estas anotaciones:
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Tan pronto terminó la lucha [de la
batalla de San Juan], las tropas irrumpieron en las tabernas y las tiendas que
vendían aguardiente, se emborracharon rápidamente y perdieron el control de sí
mismos, y se dio lugar a escenas de destrucción y horror, que yo creo ha sido
raramente visto en nuestros tiempos; las casas y las propiedades fueron
destruidas, los hombres discutían y se disparaban entre ellos como medio de
diversión, las mujeres fueron violadas, los civiles inocentes fueron asesinados.
El cementerio se convirtió en un lugar en donde los soldados beodos practicaron
sus orgías y hasta abrieron las tumbas para remover los cadáveres y dar paso a
sus compañeros embriagados.
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Según refiere Víctor Miguel Valle
Riestra en su folleto, ¿Cómo fue aquéllo? (1917), cuando oficiales
sureños intentaron averiguar por qué los soldados chilenos se mataban entre sí
les habrían dicho: "Mi jiefe, déjenos no má, que pa eso semo tantos".
Pretender justificar semejantes
opiniones de Palma apelando al contexto, es decir, recalcando que en tal época
era natural y hasta inexorable pensar así en los sectores sociales en situación
de poder, es apelar a una perogrullada que, no obstante, no exculparía del todo
a Palma, pues supone desconocer a varias personalidades que –sobreponiéndose a
los prejuicios de la época- hicieron un balance autocrítico y veraz frente a los
eventos que se sucedían2. Oficial hubo, por ejemplo, como el
General Pedro Silva, de "estrato social" parejo al del tradicionista, que hizo
un recuento desprejuiciado de los
acontecimientos:
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Sabido es que los cuerpos que
componían los ejércitos, eran en su mayor parte de reciente creación. En efecto,
el más antiguo no contaba dos años de existencia, habiendo algunos que apenas
tenían dos meses; y aun no faltaban ligeras columnas que fueron formadas solo
días antes de las batallas. Procedentes los más de los individuos de tropa de
las regiones más trasandinas, no estaban en aptitud de comprender, sino después
de algún tiempo, los más triviales rudimentos de la táctica, desde que ignoraban
el idioma en que debía instruírseles. Sin embargo, el interés y dedicación de
los jefes, suplieron, en gran parte, tan graves defectos, sin que por esto
pudiera decirse que nuestros soldados estaban expeditos para empeñar tan
inmediatamente un combate.
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Alejandro Seraylán Leiva en su
recopilación sobre la Campaña de Lima, registró que el General Silva traza, en
su parte de guerra, la condición de nuestras tropas sin omitir detalles. Por el
General Silva sabemos que hubo batallones que tenían apenas dos meses de creados
cuando fueron conducidos al frente de combate. Revela, además, que sus
componentes no comprendían ni lo más elemental de nuestro idioma, y que era
gente de la Sierra, traída para defender la capital y convertida en carne de
cañón. Ellos pagarían los errores políticos en los que no tuvieron culpa. Es
justo recordar que el General Pedro Silva combatió en las batallas de San Juan y
Miraflores en calidad de Jefe del Estado Mayor. El 28 de enero de 1881 redactó
el parte de guerra de ambas batallas, parte que incluye el fragmento que este
artículo cita. Tras sanar de una herida contraída en Miraflores marchó a la
Sierra para continuar la lucha. El 10 de julio de 1883, durante la batalla de
Huamachuco, el Mariscal Cáceres refiere que el General Pedro Silva (limeño, de
63 años) recibió un balazo que "haríale pagar su coraje dejándole gravemente
herido, para caer después bajo el bárbaro tajo del repase". Destrozada la pierna
derecha -apuntó el historiador Manuel Zanutelli Rosas- se había hecho vendar
para seguir peleando al frente de una simple compañía. Zoila Aurora Cáceres
(autora de una profusa y documentada narración de la Campaña de la Breña)
recordó que al leerle a su padre, ya octogenario, la descripción de la batalla
de Huamachuco, "el llanto corría por su rostro al punto que no quise continuar
la lectura".
Otro indicio de que las prejuiciosas
opiniones de Palma habrían sido dictadas fundamentalmente por un momento de
ofuscación, es que en sus posteriores cartas ya no reiteró semejantes dislates,
mas por el contrario, en tibia rectificación, informó lo que sigue en misiva
fechada el 26 de abril de 1882: "Parece que lo de los indios de Huancayo no es
bufonada como dicen los chilenos, pues si ellos han hecho y siguen haciendo gran
matanza de indios, éstos no son mancos y han despachado ya más de un centenar de
enemigos. La indiada se compone de más de 12,000 hombres".
La Campaña de la Breña, donde el
peruano de los Andes jugó un papel esencial, habría echado por tierra algunas
presunciones de Palma con respecto al carácter del "indio". Esto recordó Antonia
Moreno de Cáceres, esposa del Mariscal Andrés Avelino Cáceres, con respecto a
esa "raza abyecta y degradada" a la que se refirió el celebérrimo
tradicionista:
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No teniendo Cáceres nada que hacer ya
en aquella región, resolvió regresar a Tarma y volver a instalar allí su cuartel
general para reorganizar su pequeño ejército que, después de tantos trabajos y
luchas heroicas, quedaba reducido a solo 800 soldados y 600 guerrilleros, tan
generosos como bravos, sin más armas que sus pobres hondas y los temibles
rejones3, muy útiles en los combates de sorpresa y los
encuentros cuerpo a cuerpo. ¡Lo rejoneros fueron decisivo elemento en la campaña
de la Breña! (...) ¡Vieja raza noble, que tan bien sabía comprender la grandeza
del deber y el honor! Siempre estuvieron listos a luchar valientemente contra el
opresor, sin más defensa que sus primitivas armas. Los departamentos del centro
del Perú son dignos de toda admiración. Ellos soportaron, con la más grande
abnegación y coraje, todo el formidable peso de esa epopeya de La Breña, que a
fuerza del heroísmo y sacrificio dejó muy limpio y alto el pendón del Perú. Como
peruana y testigo de sus grandes hechos quiero dejar una palabra de cariñosa
gratitud a esos queridos indios de las sierras andinas del
centro.
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Por añadidura, cabe recordar que la
eficiente participación castrense de peruanos del interior país no sólo se
limitó a la llamada Campaña de la Breña. Desde el inicio de la campaña
terrestre, es decir, desde 1879, el ejército de línea peruano contó con
contingentes procedentes de la Sierra. Son famosos, sólo por mencionar dos
esclarecidos ejemplos, el batallón Zepita (integrado por cusqueños) o el Dos de
Mayo (conformado por ayacuchanos). El batallón Zepita es digno de resaltarse. Se
comportó con singular valor en todos los enfrentamientos a los que concurrió,
siendo más que destacada su participación en la contundente victoria alcanzada
en la batalla de Tarapacá (27 de noviembre de 1879). Quizá por eso, cuando la
derrota de la alianza peruano-boliviana estaba ya sellada en la batalla de
Tacna, también llamada, del Alto o Campo de la Alianza (26 de mayo de 1880), la
soldadesca chilena, antes de ultimar a los heridos del batallón Zepita, habría
espetado: "Toma tu Tarapacá".
Décadas después, cuando el Dr. Julio
C. Tello ya era víctima -directa o solapada- de una serie de discriminaciones,
cuenta Jorge Basadre que Ricardo Palma (durante un banquete en honor de
Francisco García Calderón) resaltó en su discurso el nombre de Tello como uno de
los jóvenes de valía que surgían. Y años antes, cuando Tello recién llegado de
Huarochirí pasaba por apuros económicos, Ricardo Palma lo habría alojado en su
casa, o en la Biblioteca Nacional, o al menos Tello habría almorzado algunas
veces en el local de la institución dirigida en aquella época por el
autoproclamado "bibliotecario mendigo". Cuando se le preguntó a Basadre qué
habría impulsado a Ricardo Palma a ayudar al "indio" Tello, Basadre respondió:
"Bueno, debe haber habido ahí el fenómeno de la amistad muy sincera, muy íntima
entre Tello y Ricardo Palma hijo, el médico, para lo cual Tello inclusive
colaboró en la actividad de orden intelectual. Bueno, Palma tampoco era un
blanco, ¿no?, era una mezcla racial un poco rara con algo de
negroide".
Incluso cuando Tello ya era un
investigador de nombradía continuó siendo objeto de desprecio por meras
características físicas. Al respecto hay una anécdota que consigna Noé Jave
Calderón en su libro compilatorio en torno a
Basadre:
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Dicen que cuando Tello llegó a
Cajamarca todos los profesores del colegio San Ramón salieron a recibirlo, se
acercaba la comitiva y los profesores exclamaban: ‘¡por ahí viene el sabio
Tello, por ahí viene el sabio Tello!’, pero pasó la comitiva y no vieron al
sabio Tello. Mas, cuando se preguntaron dónde estaba, alguien respondió: ‘¡ya
pasó por su lado!’, y contaba un profesor de Artes Plásticas, cuyo seudónimo era
‘Bagate’, que éste corrió adelante para verlo. Y en tono desencantado, decía:
‘Qué gran decepción: el sabio Tello era un cholito retaco y rechoncho ¡qué
desilusión! Mejor ni lo hubiera
conocido.
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Por aquellos años José Carlos
Mariátegui (lúcido intelectual "progresista"), redactó a su vez pasajes en sus 7
ensayos de desconcertante tenor: "El aporte del negro, venido como esclavo, casi
como mercader, aparece más nulo y negativo aún [que el del chino]. El negro
trajo su sensualidad, su superstición, su primitivismo. No estaba en condiciones
de contribuir a la creación de una cultura, sino más bien de estorbarla con el
crudo y viviente influjo de su barbarie". El razonamiento de Mariátegui es
similar al del historiador italiano Tomás Caivano, quien casi medio siglo antes
había escrito:
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La feracidad del suelo, que daba con
creces cuanto se le pedía, hizo nacer en el conquistador [español] el deseo de
aumentar su producto con el aumento de brazos; y descontento de la pereza que se
había apoderado del indio, trajo al Perú el esclavo negro de las costas
africanas: de aquí una tercera raza; principio evidente del verdadero mal. Las
dos primeras razas, la española y la indígena, que con el tiempo se hubieran
fundido y amalgamado entre sí, se dividieron todavía más a la vista de una
tercera, tan inferior moralmente y físicamente tan diversa. La diferencia de
razas que en el primer caso hubiera pasado casi desapercibida (…), se acentuó
inmediatamente cuando, interponiéndose entre ellas una tercera raza con la cual
toda fusión, además de ser degradante, dejaba grandes huellas por varias
generaciones.
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A propósito de la referencia que Mariátegui hizo de los "chinos", cabe recordar algunas opiniones que en 1925 registró el universalmente reconocido poeta César Vallejo: |
Cuando los chinos vuelven a su patria
para siempre, no llevan sus hijos con ellos. Después de haber edificado una
fortuna, entran en China y dejan en el Perú una familia numerosa que constituye
una molestia para la nación, ya que encierra una causa de perturbación para el
desarrollo homogéneo de la raza […] Si el Perú, como la Argentina y el Brasil,
en lugar de inmigrantes de Asia, recibe corrientes de inmigración europea, su
raza ganará inmensamente, pues cada día se convertirá más homogénea y acentuará
esta filiación étnica europea que posee desde hace varios
siglos.
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Tales asertos del autor de Poemas
Humanos (tributarios en gran medida de los idearios positivistas de
transformación de la sociedad), aun cuando muestran nexos con el contexto
ideológico general de la época, que veía como beneficiosa no sólo la
introducción de programas políticos y sociales de Europa, sino también la
importación misma de individuos de tal continente, no deja de ser contradictoria
con los presupuestos que el poeta plantearía en
1933:
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El blanco demuestra un desprecio que
linda con la repugnancia por el indígena, y se jacta ante el mestizo, de no
tener en sus venas ni una gota de sangre autóctona; el mestizo siente un rencor
sordo y disimulado por el blanco, y cierto desprecio, él también, mezcla de
indiferencia y de crueldad, por el indígena; éste, por último, abriga el odio
que se comprende hacia los otros dos, atenuado respecto del mestizo. La
estructura social así reseñada basta, sin la menor duda, para hacer del Perú un
país semicolonial (…) ¿En qué consiste esta sustancia social colonial?
Principalmente en esto: que la clase o las clases dominantes están compuestas
por razas diferentes a las razas indígenas que integran, en su mayor parte, las
masas sometidas a
servidumbre.
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En efecto, Vallejo afirmó -no sin
razón- la primacía violenta y excluyente de los estamentos vinculados con los
sectores detentados mayormente por los "blancos". Esa situación secular del
poder poco o nada había cambiado a principios del siglo XX, y sin embargo,
Vallejo se suma al proponer algunos años antes, como muchos otros, la
inmigración europea.
La notable historiadora Celia Wu
Brading ha escrito contrariando los ligeros apuntes de Vallejo sobre los
"chinos": "A diferencia de inmigraciones chinas en otras partes del mundo
occidental, los chinos residentes en el Perú optaron que sus hijos nacidos en el
país abrazasen la fe católica. Creemos que este fenómeno sociológico y religioso
contribuyó, en alguna forma, a su integración gradual en la vida peruana".
Parte, también, de que en las primeras décadas del siglo XX hubiera una contumaz
animadversión hacia los "chinos" –incluso entre personalidades como Mariátegui o
Vallejo que se supone introducían un discurso ideológico moderno- pueda hallarse
en la activa participación que los llamados "culíes" tuvieron al lado de la
tropa sureña que marchó contra Lima durante la guerra del Pacífico. Sobre tal
"colaboracionismo" –ampliamente documentado- escribió por ejemplo Humberto
Rodríguez P.:
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Los culíes suponían que los
chilenos los liberarían de su situación de semi-esclavitud y el ejército chileno
a su paso por los distintos valles -Chincha, Cañete, Asia, Mala, Chilca y
finalmente Turín- fue incorporando a sus filas a los chinos que fugaban de las
haciendas (…) A pesar que es bastante difícil precisar cifras para estos
instantes, hay quien supone que los chilenos llegaron a reunir a cerca de dos
mil chinos voluntarios de los que habían fugado de las haciendas (…) Las tropas
extranjeras en su objetivo de tomar Lima acantonaron en Turín y en Pachacamac
con el afán de recuperar bríos y coordinar con otras divisiones. Los chinos
fugados iban con ellos. La oficialidad chilena organizó a los orientales en el
batallón ‘Vulcano’. Espontáneamente surgió un dirigente chino que adoptó el
nombre de Quintín de la Quintana –curiosamente el dueño de la hacienda Huamaní
de Ica llevaba similar nombre-, este dirigente reunió a los chinos fugados y en
la hacienda San Pedro de Turín los hizo jurar lealtad (…) Cuando se dieron las
batallas sucesivas de San y Miraflores; los voluntarios orientales jugaron
importante papel haciendo de guías, actuando de zapadores, como enfermeros,
empuñando las armas abandonadas, destruyendo las tapias, etc. Y pusieron en todo
ello el cariño y la lealtad del voluntario (…) Por ello, los soldados peruanos
guardaron profundo odio a los chinos (…) Durante el mismo verano de 1881, poco
después de las batallas de San Juan y Miraflores, en el valle de Cañete se
produjeron desórdenes ocasionados por pobladores pobres de este valle que
tuvieron apoyo de montoneros patriotas dirigidos por el Coronel Noriega. El
detonante fue un hecho circunstancial que generó una pelea entre un chino y
varios negros. A partir de ese instante la persecución a chinos fue masiva y
descontrolada. La turba, compuesta por negros y cholos, persiguió a los chinos y
llegó a matar a mil de ellos e incendió los cañaverales de las haciendas una por
una.
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Si se han traído a colación algunas
controvertibles opiniones del pasado, es porque los prejuicios que acarreaban no
han desaparecido ni menguado sino que han adoptado otras fórmulas. Puntualmente
en nuestro medio, fuera de insólitas excepciones que aún apelan a la
"superioridad biológica" de una "raza" sobre otra, persiste en el complejo
fenómeno del racismo un dinámico proceso apuntalado en un determinismo cultural
y de "clase". Si el avance del "mestizaje racial" no ha detenido el racismo en
el Perú, todo indicaría que su principal causa radicaría en la "estructura" de
la sociedad peruana. En ese sentido, Nelson Manrique propone esta
elucidación:
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La situación no cambió
sustantivamente con la ruptura de los vínculos coloniales que nos unían con
España. Al no cambiar en lo esencial el carácter colonial de las formas internas
de dominación, el racismo antiindígena [y contra las minorías consideradas
inferiores, y de todos contra todos, en una barahúnda por emular a los
detentadores del poder] pasó a cumplir el rol de soporte de la dominación de la
elite criolla (…). En el orden oligárquico que se implantó, el discurso racista
sirvió para legitimar [y perpetuar] la dominación social, de la misma manera
como antes sirvió a los colonos españoles cuyos privilegios heredaron de éstos
sus descendientes criollos.
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Referencias:
1 - Cuando considerable
número de peruanos lo que habían perdido era la vida, un quejumbroso Palma le
escribía a Piérola: "En el incendio de Miraflores perdí mi modesto rancho, mi
curiosa biblioteca americana de más de tres mil volúmenes, formada con no poco
gasto en veinticinco años de constante afán, mis muebles y cuanto poseía,
salvando mi esposa y niños con lo encapillado".
2 - Ahí están Víctor Mantilla,
Ernesto A. Rivas y Nicolás Augusto González (contemporáneos y escritores como
Palma), que si bien aún destilan en sus historias sobre la guerra del 79 un tono
paternalista, proyectaron, en palabras de Basadre, "elocuentes defensas de los
indios y hallamos también votos [en sus relatos] para que se transformen, lo más
pronto posible, en ciudadanos útiles para la nación".
3 - Era el "rejón" una especie de
rústica lanza con la que los guerrilleros o milicianos breñeros se enfrentaron
innumerables veces, y a pecho descubierto, a los bien adiestrados, armados, y
avituallados invasores chilenos.
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Álvaro Sarco
Lima, febrero de
2006
Bibliografía
consultada:
1- Arias Schreiber, Jorge y Zanutelli
Rosas, Manuel. Médicos y farmacéuticos en la Guerra del Pacífico.
Comisión Nacional del Centenario de la Guerra del Pacífico. Editorial e imprenta
DESA. Lima, 1984.
2- Cáceres, Andrés A. Memorias de la
guerra del 79. Biblioteca Militar del Oficial, N° 40. Editorial Milla Batres
S.A. Lima, 1976.
3- Caivano, Tomás. Historia de la
guerra de América entre Chile, Perú y Bolivia. Editorial Espartaco. Lima,
1979.
4- Comisión permanente de la historia
del Ejército del Perú. La Gesta de Lima. 1881-13/15 Enero-1981.
Imprenta del Ministerio de Guerra. Lima, 1981.
5- Congrains Martín, Eduardo.
Primeros enfrentamientos. Pisagua, San Francisco, Tarapacá. Serie
"Reivindicación". Tomo II. Editorial ECOMA. Lima, 1975.
6- …………………………….. Batalla de
Tacna. Serie "Reivindicación". Tomo IV. Editorial ECOMA. Lima,
1975.
7- Dellepiane, Carlos. Historia
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8- Jave Calderón, Noé (compilador).
Jorge Basadre. La Historia y la Política. Textos de Jorge Basadre,
Wilfredo Kapsoli, Waldemar Espinoza, Nelson Manrique. Seminario de
Investigaciones y Publicaciones (S.I.P.). Auspicio: Federación Universitaria de
San Marcos. Lima, 1981.
9- Leguía, Jorge Guillermo. El
Centenario del Mariscal Andrés A. Cáceres. Noviembre de 1836. Imp. y Lito.
"Leblanc". Santiago, 1939.
10- Manrique, Nelson (introducción al
libro, La piel y la pluma): Algunas reflexiones sobre el colonialismo,
el racismo y la cuestión nacional.
11- Mantilla, Víctor, Rivas, Ernesto A.,
González, Nicolás A. Nuestros Héroes: Episodios Nacionales de la Guerra del
Pacífico 1879-1883. Tomo I. Imprenta del Ministerio de Guerra. Lima,
1979.
12- Mariátegui, José Carlos. 7
ensayos de interpretación de la realidad peruana. Vigésima novena edición.
Biblioteca Amauta. Lima, 1974.
13- Moreno de Cáceres, Antonia.
Recuerdos de la Campaña de la Breña. Biblioteca Militar del Oficial, N°
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14- Palma, Ricardo. Cartas a Piérola
(sobre la ocupación chilena de Lima). Editorial Milla Batres. Lima,
1979.
15- Rodríguez P., Humberto. "El Perú
hace cien años: Los chinos en la guerra". Diario La Prensa. Lima, 18 de
marzo de 1879.
16- Ulloa, Alberto. Don Nicolás de
Piérola. Segunda y definitiva edición. Editorial Minerva. Lima,
1981.
17- Vallejo, César. La cultura
peruana (crónicas). Prólogo, recopilación, selección, traducciones y notas
de Enrique Ballón Aguirre. Mosca Azul Editores. Lima, 1987.
18- Wu Brading, Celia. Testimonios
británicos de la ocupación chilena de Lima. Editorial Milla Batres. Lima,
1986
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