jueves, 11 de febrero de 2021

Porquè vas a Kyoto? : Caramelo de Menta, Nueva Ola de Perù

Versiòn de la Nueva Ola Peruana, Contemporáneos de Fresa Nisei, Serenade y otras destacadas agrupaciones de los años setenta. En 1972 grabaron dos temas para el sello INDISA: la melodía japonesa “Por qué vas a Kyoto” y la melodía yugoslava “Canción de amor”. No tengo información si hicieron más discos. Caramelo de Menta estuvo integrado por Chiyo Akamine (cantante), Predrag Stojakovic (cantante), Augusto Ayesta (primera guitarra), Ricardo Miyagui (segunda guitarra), Roberto Higa (bajo), Toribio Hattori (batería) y Justo Urbina (órgano). Ojalá alguien nos haga llegar (o nos diga donde encontrar) alguna foto del grupo y de su bella cantante Chiyo Akamine. http://heduardo-rockperuano.blogspot.com/search/label/Caramelo%20de%20Menta Versiòn original, mùsica japonesa

domingo, 7 de febrero de 2021

La Casa de las Bellas Durmientes, de Kawabata Yasunari ( autor japonès, nobel de literatura )

http://radiopoderfm.com/podcastradio/LecturaEscapeMagicoDeLaRealidad/2021/SA_LEMR_LaCasaDeLasBellasDurmientes_20210129.mp3?fbclid=IwAR03eygBZkbH_PSlnC-gaIv97S3Bg_ocKBdFmzCdC0hsWsGNnw5FxxWGWxo
La vejez es un tema profundo, sagrado e inquietante, al momento de entender los ingredientes con los que se cuece la condición humana. Lo es también para dimensionar la corta temporalidad y fragilidad con las que llegamos al mundo. Sin embargo, y pese a esas certezas y limitaciones, a las que se suman los pesares y adversidades para afrontar la existencia; me identifico con los que creen que la vida, con sus sostenidos y bemoles, sigue siendo hermosa, apasionante y, por más de mil razones, merece que la vivamos y nos aferremos a ella con todas nuestras fuerzas; ya que es la única posibilidad con la que contamos para distanciarnos de la nada, así sea momentáneamente. Es cierto que la etapa de la vejez trae pesares, propios del desgaste natural de la carne y de los huesos, pero también es cierto que esa misma vejez es la preciosa y más cálida oportunidad para disfrutar de un especial y bendito momento de la vida; en el que la familia, los buenos amigos, la libertad y el privilegio de contemplar el paisaje de lo recorrido, lo son todo. Aunque no existe fórmula exacta para entender la vida, es una buena alternativa para aquello: abrazar y disfrutar con regocijo cada una de las etapas que la integran; sin confundirlas, forzarlas o desfigurarlas. Dicho de otra manera: quien haya disfrutado la inocencia de la niñez hasta cansarse, quien haya dado cabriolas de felicidad y atrevimiento en la juventud, quien haya amado y engendrado en la adultez, y, quien repita algo de lo vivido, junto a la familia y a los amigos, en la vejez; puede confesar y gritar al universo que ha descifrado el enigma de la vida. En esas cavilaciones irrumpió en mi librero la espléndida e intimista novela: La casa de las bellas durmientes; escrita magistralmente por el premio nobel japonés: Yasunari Kawabata. Fue publicada en 1961, traducida por primera vez al español en 1978 y desde aquellos años ha seducido y sigue seduciendo a miles de lectores de todo el planeta. Dada la extraordinaria magia con la que fue escrita, varios críticos literarios coinciden en que sirvió de fuente de inspiración a Gabriel García Márquez para redactar su aplaudida obra: Memorias de mis putas tristes. La novela de Kawabata; quien, el 16 de abril de 1972 se suicidó al inhalar premeditadamente gas de su casa en Zushi (Japón) al más puro estilo místico de los hijos del “Imperio del Sol Naciente”; narra la extraña experiencia erótica de Eguchi, un hombre de 67 años, quien asiste, por recomendación de su viejo amigo Kiga, a una casa escondida -una suerte de monasterio erótico- en la que ancianos sin potencia viril acuden a pasar la noche para, simplemente, contemplar y dormir junto a bellas y jóvenes mujeres narcotizadas, con la esperanza de que la inspiradora y provocadora compañía, les permita soñar, añorar y recordar sus más anhelantes aventuras sexuales dejadas en los mejores años de su juventud. Las andanzas de Eguchi en la silenciosa casa, lo dejan asombrado, encandilado y feliz, porque en las cinco citas a las que acude con emoción; logra revivir, a través del sueño y la mágica compañía de la belleza femenina, sus más enraizados recuerdos, tan cerca de perderse en los laberintos del pasado. Por otro lado, Eguchi descubre que quienes acuden a la casa de las bellas durmientes, lo hacen para irrespetar a la muerte, desafiar al fugaz paso por la vida y a contemplar la luz más preciosa de la creación que es la mujer. La concurrencia a esta especie de elegante habitáculo de la fantasía debe respetar estrictas reglas: los huéspedes no deben hablar con las preciosas anfitrionas (para garantizarlo siempre están dormidas); está prohibido el acceso carnal y en las primeras horas de la mañana los visitantes deben abandonar en silencio el recinto, antes de que despierten las jóvenes. El fiel cumplimiento de las normas está a cargo de una misteriosa mujer que hace de implacable regente y única persona para hablar y atender las inquietudes de los seniles caballeros, quienes, luego de beneficiarse de la bienhechora sensación erótica; le guardan enorme gratitud y la miran como una respetable sacerdotisa del amor y del deseo. Avanza la obra y las sucesivas visitas de Eguchi al lugar se tornan cada vez más complejas, intensas y adictivas; dado que al quedar deslumbrado por la hermosura de las criaturas adormitadas; intenta descubrir sus nombres y entablar conversaciones que extiendan el contacto puertas afuera. Aunque no lo logra; por el riguroso control que ejerce la regente del lugar y por los fuertes efectos de los narcóticos administrados a las preciosas féminas; su éxtasis aumenta exponencialmente en la medida que su capacidad para contemplar e inhalar la belleza de las mujeres se afina y profundiza. Se queda sin aire frente a hermosos y femeninos párpados cerrados con pestañas onduladas; se derrite ante la maravillosa turgencia de pechos jóvenes; se abruma ante la perfección de cuerpos curvilíneos y se embriaga ante suspiros con olor a belleza, exhalados por bocas de fruta prohibida. Penosamente, ese mundo de ensoñación y maravilla se interrumpe para Eguchi cuando se entera que un vecino de aposento, mucho mayor que él, muere al amanecer. Pese a la perturbadora noticia, Eguchi entiende que ante la inmutable realidad de la muerte solo queda vivir, vivir y vivir... hasta exprimir las últimas gotas de felicidad y energía que sean posibles. Revisando críticas y valoraciones a esta impresionante novela que, para masticarla, en su real magnitud, es necesario dedicarle la concentración de todos los sentidos; encuentro que el acercamiento entre la juventud y la ancianidad se remonta a tiempos remotos y a referencias bíblicas. Para justificar lo dicho, cito lo que dice Mario Vargas Llosa en su ensayo La verdad de las mentiras: “La anécdota de La casa de las bellas durmientes, parece inspirada en la historia bíblica del anciano rey desfalleciente a quien, para devolverlo a la vida, hacían dormir con una muchacha núbil: ´Era viejo el rey David, entrado en años, y por más que le cubrían con ropas, no podía entrar en calor´. Dijéronle entonces sus servidores: Que busquen para mi señor, el rey, una joven que le cuide y le sirva; durmiendo en su seno, el rey, mi señor, entrará en calor´. Buscaron por toda la tierra de Israel una joven hermosa, y hallaron a Abisaq, sunamita, y la trajeron al rey. Era esta joven muy hermosa, y cuidaba al rey, pero el rey no la conoció”. Más allá de la fantasía y extravagancia que la envuelven, esta novela es una fuente inspiradora de reflexiones en torno a los más esenciales planteamientos del ser: la juventud, la vejez, el sexo, la muerte, el placer, el pesimismo, la positividad; paradójicamente, todos unidos con la naturaleza humana por un estrecho cordón umbilical. Siendo de lectura obligatoria, la novela no dejará indiferente a nadie; eso sí, para saborearla, hay que abrir de par en par el portón de nuestra mente y sepultar en algún lejano sitio cualquier tipo de prejuicio o gazmoñería que nos afecte. Para animar la lectura de esta joya literaria japonesa, comparto la autorizada impresión sobre la misma que tiene el gran Mario Vargas Llosa: “Breve, bella y profunda. La casa de las bellas durmientes deja en el ánimo del lector la sensación de una metáfora cuyos términos no son fáciles de desentrañar”. Publicado hace 1 week ago por Sarmival https://sarmival.blogspot.com/