Siguiendo el periplo de Alberto Hidalgo durante su visita de 1960, cabe recordar que alrededor del mediodía del 10 de febrero de aquel año, recibió un homenaje (promovido por los estudiantes) en el salón de grados de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos:
Hidalgo llegó acompañado del Decano de la Facultad de Letras, doctor Luis E. Valcárcel, de Ciro Alegría, Enrique López Albújar, el Presidente de la FUSM Alberto Campos Lama y otros dirigentes y luego ocupó el estrado de honor.
Se inició la actuación con las palabras del Presidente de la Federación Universitaria de San Marcos, Alberto Campos Lama; y acto seguido, efectuó la presentación del poeta el Decano doctor Valcárcel.
Luego usó de la palabra el poeta Alberto Hidalgo, quien dijo: “Esto francamente no me lo esperaba, es demasiado para mí, que soy un hombre enamorado de la soledad. Cuando se me anunció la realización de este acto pensé que se trataría de un acontecimiento familiar, por medio del cual los estudiantes, mis colegas, querían saludar y ver de cerca a un poeta, de quien se habla en todo el mundo, pero a quien se ve poco felizmente”.
Más adelante Alberto Hidalgo manifestó “por las caras que veo, por los latidos que siento, por las palabras pronunciadas, por los sentimientos de ustedes que llegan hasta mí, me doy cuenta que quieren echar sobre mis hombros una responsabilidad tremenda de orden político y social, y, yo no voy a rehuir esta responsabilidad, quiero tener el honor de asumirla”.
“Nuestro país –continuó diciendo- vive quizá los momentos más trágicos de su historia, sometido a un régimen político social no de ahora sino de hace 40 años, que lo ha detenido en su progreso. Hace pocas semanas apareció aquí, un libro mío, editado por Mejía Baca, en el cual declaro, que es el último libro de poemas que escribo en mi vida; muchas personas me han escrito para que no haga abandono de la poesía. Yo ratifico esa afirmación, pero el verdadero móvil, no es porque considere que la poesía no tiene ya nada qué decir, sino que habiendo vivido tanto tiempo en el extranjero, y, con esporádicas incursiones en política, quiero dedicar el resto de mi vida a las causas populares, a las causas nacionales, a las causas peruanas”.
Continuando con su disertación el poeta Alberto Hidalgo, expresó: “Lo hago y lo haré, sin perseguir interés personal alguno; nada quiero para mí, nada necesitan mis años y mi pobreza. Mi precio y mi dicha, están en la dicha de mi país. No se repetirá conmigo –dijo- el caso de Haya de la Torre, quien desde que tiene uso de razón, está buscando empleo que no se le dará nunca, el empleo de la Presidencia de la República. Como no ha podido conseguir esto, ha inventado la manera de vivir sin trabajar, yo no sé cómo, pero sí sé. Ese caso no se repetirá conmigo, no quiero asumir jefaturas de ningún movimiento, que los jefes salgan solos, y juntos emprenderemos una insurrección electoral, porque en el Perú se da el caso de que el pueblo ha elegido legalmente unas veces y fraudulentas otras, a sus gobernantes, y, a causa de esto ha fracasado porque ha elegido personas no salidas de sus filas”.
Luego habló de que en el Código Penal Común, se debía crear el delito de la criminalidad económica, diciendo “es un crimen agravar la situación del pueblo y mejorar la condición de la oligarquía; es un crimen entregar los bienes nacionales como el petróleo y otros bienes”.
Al término de su disertación, el poeta Alberto Hidalgo fue calurosamente aplaudido.[9)
Notas
[1] Alberto Hidalgo. De muertos, heridos y contusos. Libelos de Alberto Hidalgo. Editores: David Ballardo, Walter Sanseviero, Álvaro Sarco. Prólogo: Fernando Iwasaki. Epílogo: Álvaro Sarco. Sur Librería Anticuaria. Lima-2004, pp. 109-110.
[2] Al regresar Alberto Hidalgo en 1931 al Perú como militante del Apra “en el puerto del Callao es recibido por Seoane, Cox, Magda Portal, Núñez, en plena vigencia del sanchecerrismo. Alcanzó a dar un discurso en la plaza de armas de Arequipa como parte de la campaña electoral, pero a pesar de su nombradía de prestigiado escritor, no logró acumular los votos necesarios”. Alberto Hidalgo. Antología Poética. Arequipa-1997. UNSALIBROS EL PUEBLO/4, p. 342.
[3] Ver Alberto Hidalgo, De muertos, heridos y contusos. Libelos de Alberto Hidalgo, pp. 113, 115, 122, 124-125-126, 129.
[4] “Aparte de mi condición de poeta, o sea de varón consagrado a descubrir las correspondencias secretas de las cosas, a re crear las palabras violentándolas por la vía de la catacresis, aparte de eso que es la función primaria y esencial de mi vida, soy sin duda un libelista nato. Paralelamente con mis pininos literarios, empecé desde muchacho a vociferar a voz en cuello contra las injusticias sociales, contra las iniquidades de los hombres. Mucha gente reconoció desde temprano en mí los atributos máximos del brulotista excelso. Ya en 1921, Enrique González Martínez me comparaba con León Bloy, ese “empresario de demoliciones”. Alguien me llamó después “el Lautreamont criollo” y hasta el propio canallita de Luis Alberto Chánchez, dijo, y creo que lo escribió, en ocasión de mi filípica contra Sánchez Cerro, que yo era “el más grande panfletario de la lengua castellana”. Como esas páginas las han superado en medida grande estos poemas, imagino que el marrano limeño no tendrá inconveniente en extender mi mayorazgo a todos los tiempos y todos lo s idiomas”. Alberto Hidalgo. Odas en contra. Editorial “Tinta de fuego”. París, 1958, p. 9.
[5] Esta especie de “maldición” de Hidalgo efectivamente se concretó. A pesar de los denodados esfuerzos del líder aprista, éste nunca llegó a la presidencia del Perú.
[6] Ver Alberto Hidalgo. Odas en contra, pp. 85-87.
[7] Diario El Comercio. Edición de la mañana. Lima, miércoles 10 de febrero de 1960, p. 5.
[8] Hijo del general Mariano Ignacio Prado, Presidente del Perú al iniciarse la guerra del Pacífico. La actuación de tal mandatario durante 1879 (luego sería “relevado” por Piérola) ha sido motivo de amplia controversia histórica. El Doctor Jenaro E. Herrera enjuició así al general Mariano Ignacio Prado: “La guerra [contra Chile] sorprendió al Perú, cuando este país se encontraba profundamente dividido, con partidos políticos personalistas que se profesaban mutuamente odios implacables e irreconciliables; sin escuadra, sin armamentos de precisión, sin artillería de retrocarga, sin ametralladoras, sin equipo, sin parques, sin recursos pecuniarios abundantes, sin organización militar; y lo que es más lamentable todavía, sin tener al frente de su gobierno un hábil administrador, que, con talento y actividad febril, se pusiese a la altura de la difícil situación por la que atravesaba la República y tratara de conjurarla, o al menos de aliviarla, por cuantos medios fueran imaginables o posibles.
El General Prado, creyó, sin duda, de buena fé que las relaciones de parentesco espiritual y buena amistad que tenía con el Presidente de Chile, Aníbal Pinto, harían dulcificar un tanto la situación y atenuar para el Perú los males y calamidades propias de la guerra, en cuyo estado nos hallábamos envueltos, desgraciadamente; y como en el conflicto bélico con España en 1866, había tenido relativa buena suerte para dominarlo, de aquí que creyese que la misma buena suerte lo seguiría favoreciendo en esta vez en el terrible trance en que el Perú ahora se hallaba, sin tener siquiera, en 1879 el Ministerio político que tuvo en aquel entonces y él los bríos y energías de la mocedad; y sin tener en cuenta tampoco, que la suerte no es constante, que ella es veleidosa de suyo; y más que todo la diferencia sustancial de adversarios que ahora teníamos, pues los gentiles y nobles españoles de otra época, habían sido reemplazados con gente cruel y sanguinaria [los chilenos], implacable en sus odios e innoble en sus acciones; ni que éstos, de una manera perseverante y encubierta, durante siete años consecutivos, se habían preparado artera y pacientemente para la guerra; empresa en la que se embarcaron, rifando su suerte y su porvenir, con todas las probabilidades del éxito.
De aquí que desde el principio no hubiera un perfecto plan de defensa, así para la guerra marítima como para la terrestre ni que se diera al país la organización militar conveniente, compatible con su azarosa situación, por la que la nación atravesaba y los exiguos recursos económicos de que ella disponía.
Así, se dejó correr lastimosamente el tiempo, sin desplegar esa actividad nerviosa y febril, que el caso requería y es propia de las grandes crisis por la que pasa la vida de los pueblos; y así vemos, que entre la fecha de la declaratoria de guerra, que fué el 5 de abril de 1879; y la de la salida del Presidente Prado para el Sur, que fué el 16 de mayo del mismo año 79, habían trascurrido 41 largos días, sin mayor movimiento ni actividad, y además se cometieron otros errores, aún más graves, como el de la repatriación de los chilenos residentes en el Perú a su propio país, que fueron algunos miles de soldados expertos, aclimatados y conocedores del medio físico nuestro, que se les envió cuando precisamente aquéllos más los necesitaban; que conocían palmo a palmo nuestro territorio y que tanto daño nos hicieron en el ejercicio mismo de las hostilidades marítimas o terrestres, durante el quinquenio de lucha que ella duró (…). Y el viaje que el General Prado, después de su regreso del Sur, emprendió el 18 de Diciembre de 1879, a Europa con el pretexto especioso de ír allí a comprar buques y elementos bélicos de todo linaje, que nos faltaban, tuvo todas las trazas de una verdadera fuga en campaña, por el modo y forma como se llevó a cabo; porque a nadie se le había ocurrido, en la condición de dirigente, hasta aquí, el hacerlo, que para eso, todos los gobiernos nombran comisiones ad-hoc y nunca van ellos personalmente a verificar por sí mismos esas compras; y también, porque jamás dio cuenta, con posterioridad, del desempeño de ese cometido, ni se vió tampoco, en tiempo alguno, los resultados de ese viaje sea en buques o pertrechos de guerra, o sea en parques, armamentos y provisiones”. (Jenaro E. Herrera: La Universidad Mayor de San Marcos y la Guerra del Pacífico. 5 de abril de 1879 – 23 de octubre de 1883. SAN MARTI y Cía. IMPRESORES. Lima, 1929, pp. 73-74-75, 81).
[9] Diario El Comercio. Edición de la mañana. Lima, jueves 11 de febrero de 1960, p. 5.