jueves, 12 de enero de 2012

Otto Kohl,alemàn,espiando para Chile 1919


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Publicado por barbarorico, el 10 de Enero de 2010

Caso ocurrió a principios de la década del 20.

Esto del espionaje y contraespionaje entre Perú y Chile no es de ahora, como muchos creen. Lo siguiente bien vale pena enmarcarlo, como para terminar de creer que –si es que hay dudas para algunos– la milicia de nuestro vecino del país del sur siempre estuvo obsesionada con saber a ciencia cierta nuestra capacidad bélica, desde esas épocas.
Los hechos se remontan a 1919 y 1920, cuando llegó a Lima un aventurero alemán, Otto Khol, luego de haber vivido en varios países vecinos, que en este caso Chile fue el último donde discurrió antes de ingresar al Perú.
Todos esos hechos fueron graficados en uno de los episodios narrados por el cronista Luis Jochamowitz Garibaldi, en su libro “El Descuartizador del Hotel Comercio”, donde pone como fuente directa a ejemplares del diario El Comercio y la revista Variedades de esa época, respecto a las andanzas del aventurero teutón que se prestó –por dinero, obviamente– a traficar con información militar reservada a los uniformados chilenos.

Todo esto viene a colación con la reciente presentación de la obra del también periodista Italo Sifuentes Alemán, quien dio cuenta con lujo de detalles en “Los Espías del Pacífico” las peripecias del avionero Julio Vargas Garayar (fusilado en 1979), para posteriormente revelar el caso inédito del alférez AP (r) Eduardo Barrios Coloma, condenado en 1989 por la justicia castrense a 28 años de cárcel, que todos desconocían. Este ahora se encuentra libre. 

Otto Khol
Dicharachero contumaz y excelente polemista, según las escritos de la época, Khol vino de Santiago de Chile luego de haberse reunido con el coronel chileno Carlos Hurtado y otros de menor rango, que vieron en el europeo un frustrado comerciante, ávido de emociones fuertes y necesitado de dinero especialmente. Además, era alemán, y esto pesaba bastante por la cercanía de este país con los chilenos desde antes, durante y después de la Guerra del Pacífico.
Apenas llegó a Lima, Khol empezó a recibir a manos llenas importantes remesas de dinero de sus patrones, que cobraba en un banco español de la época. Hasta allí, el europeo suponía que el espionaje era el oficio más sencillo del mundo porque se había dedicado a despachar información 
–vía cable– sobre tal o cual localidad y sus características, sus poblaciones, costumbres, etc. 
Giacoletti
Pero la “luna de miel” de Otto Khol con los uniformados chilenos cambió abruptamente a las pocas semanas de haber empezado su “labor”, porque éstos lo empezaron a presionar. No tuvo más remedio que echar a su ingenio y se traslado al conocido bar Giacoletti  (jirón de La Unión y Boza), que con el pasar del tiempo pasó a manos del italiano Elio Tubino, quien no sólo impuso su membrete después sino que con ayuda de su familia montó otro negocio en Miraflores.
Allí Khol comprendió que había llegado el momento de laborar como tenía que ser, porque sus patrones podían cortarle las jugosas dietas económicas y él no estaba en capacidad de permitirlo porque disfrutaba gastar a manos llenas bebiendo toda clase de licor, y haciendo migas con los militares que conocía día a día y con quienes se enfrascaba en tertulias fantásticas. Estaba en su salsa.
Los militares de Santiago de Chile estaban bastante preocupados por saber de manera ávida, entre otras cosas, la capacidad que había aquí para producir municiones, porque estaban convencidos de que Perú estaba preparándose para recuperar Tacna, Arica y Tarapacá, cautivas desde la infausta guerra del Pacífico, y el país estaba en vías de realizar un plebiscito. Ese era el quid del asunto que preocupaba a la milicia sureña.
Los escritos de ese año describieron a Otto Khol como un hombre astuto, faceta que la demuestra al cambiar de estrategia y no sólo se centra en el bar Giacoletti, sino que también amplía sus tentáculos a la conocida y elegante “Pensión Royal”, pero ya no estaba solo sino que había subcontratado a unos colaboradores, uno de ellos el argentino Aurelio Bermúdez, conocido como un dipsómano irremediable. El otro fue un tal Belisario Gálvez. Este trabajaba en Palacio de Gobierno, durante el mandato de Augusto B. Leguía. Era el hombre ideal para Khol

La caída
Ese fue el principio del fin del inefable Otto Khol, porque al principio de todo, Belisario Gálvez decidió actuar de acuerdo al libreto fijado pero posteriormente, consciente de los hechos y la magnitud de los que podría acarrearle este problema, puso en alerta al prefecto de Lima.

Como en el caso del espía de la FAP Víctor Ariza, con la diferencia de que no fueron militares los estrategas, el prefecto (apellidado Casanave) a través de Gálvez delineó una especie de contrainteligencia en medio de un hermetismo único por cuestiones de seguridad, para por lo menos tratar de capturar a los chilenos que pagaban a Khol. Por eso comenzaron a alimentar a este último con cifras infladas y unidades inexistentes, un anzuelo que no tuvo los resultados esperados en principio.

Capturado y procesado
Cuando Khol empezó a sospechar que las papas empezaban a quemar, quiso emprender las de villadiego, pero las autoridades ya lo tenían vigilado y estaba cercado.

Capturado y procesado por orden judicial, Khol fue finalmente condenado a nueve años de prisión los tribunales de justicia. Ya era un hombre que bordeaba los cincuenta años, y en la nebulosa del tiempo no se supo cómo terminó sus días en la cárcel, o fuera de ella después de pagar su deuda con la sociedad, que lo acogió con los brazos abiertos y fraternos cuando llegó aquí. Y ese fue el pago del europeo. Una lección para aprender y no ser olvidada.
Segùn El Comercio de la època Kohl fue recluìdo en El Frontòn, luego deportado al sur.

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Fuentes sumamente confidenciales y extremadamente confiables me han hecho saber que Khol, en realidad, era un doble espía, ya que, aprovechando que los mapochinos lo contrataron para semejante execrable labor la cual siempre es criticada por todos los países del mundo y que sólo es practicada por los malvados mapochos, siguó expresas y muy detalladas órdenes del Kaiser Alemán, y se robó los planos del submarino 209, haciendo entrega del mismo a sus superiores en Berlín. 

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