HISTORIA DEL TATA EKEKO. DIOS DE LA ABUNDANCIA
El nacimiento del dios de la abundancia se remonta a épocas ancestrales, está demostrado que en la cultura Tiwanacota ya existía, ya que hay pruebas en las pequeñas estatuillas trabajadas en arcilla y piedra con figuras de engome rojo, negro y blanco, como la pieza que se conserva en el Museo de la Casa de Murillo.
El Ekeko a través de las leyendas y tradiciones, se lo conoce con varios nombres, como Tunupa, Ekako, Ekeko, Anchancho, pero lo más popular es “Equequo”, ya que es considerado como una divinidad de la abundancia, explicó, Emo Valeriano, antropólogo aymará
En cada época, el rostro y la indumentaria del Ekeko cambió, antes era moreno, ahora es blancon; pero lo que conserva permanentemente es su gordura y su alegría.
Hace 10 años atrás tenía la figura de un aymará y cargaba en sus espaldas ovejas, burros, papa y chuño. Ahora es un mestizo, tiene su bigotito, es blanconcito, carga computadoras, televisores, autos, pasaportes y maletas de viaje, todo lo que produce el hombre.
El Ekeko a través de las leyendas y tradiciones, se lo conoce con varios nombres, como Tunupa, Ekako, Ekeko, Anchancho, pero lo más popular es “Equequo”, ya que es considerado como una divinidad de la abundancia, explicó, Emo Valeriano, antropólogo aymará
En cada época, el rostro y la indumentaria del Ekeko cambió, antes era moreno, ahora es blancon; pero lo que conserva permanentemente es su gordura y su alegría.
Hace 10 años atrás tenía la figura de un aymará y cargaba en sus espaldas ovejas, burros, papa y chuño. Ahora es un mestizo, tiene su bigotito, es blanconcito, carga computadoras, televisores, autos, pasaportes y maletas de viaje, todo lo que produce el hombre.
En cuanto a la adquisición de los pequeños objetos, antes se hacia el trueque de illas (amuletos), “tu me das una cosa yo te doy otra”, conocido como el “uta alaqt’asiña.
De acuerdo a las tradiciones conservadas, las miniaturas que se traducen en las ilusiones y esperanzas de los hombres, se debe comprar a las doce en punto con toda la fe, de lo que una persona es capaz de sentir y tener. Luego se ch’alla, que consiste en compartir una bebida: la naturaleza, el objeto y la persona”,
SEGÚN OTRA HISTORIA: EL EKEKO VIVIÓ EN LOS NEVADOS
Los nevados de la cordillera Occidental y Oriental de Bolivia fueron el hogar de muchas personas pequeñas. Estas montañas que rascan las nubes andinas sirvieron de hogar a hombrecillos pequeños en tamaño, pero con un olfato muy desarrollado.
Enterados de estos dones, los españoles les conquistaron con frutas y comida para que detecten con su olfato los tesoros escondidos de los pueblos originarios. Sin embargo, los curas, quienes en su afán de enriquecerse, los utilizaban como guías para detectar el oro y la plata, nunca los castigaban, eran muy estimados, por eso su carácter pacífico y sensible.
La codicia de sus amos, no tuvo limites, fueron trasladados de ciudad en ciudad; de los valles al altiplano, lo que provocó que en poco tiempo contrajeron enfermedades que no pudieron curar. No pudieron aguantar los males y sus pequeños cuerpos sucumbieron para ser enterrados en grandes chullpares, junto a sus riquezas y pertenencias, nadie se atrevía a profanar estas tumbas ya que los gases contenidos eran venenosos y podían contagiarse de la mortal enfermedad que los exterminó.
Los sobrevivientes, abandonados por sus circunstanciales amigos, con mucha hambre y tras una larga enfermedad, bajaron de las montañas en busca de alimentos.
Muy pronto se percataron de su presencia, eran gordos, pequeños y venían cargando sus pertenencias. Llevaban a cuestas sus ollitas, latitas y ropas amarrados con pita (cordones de hilo).
Las khateras o vendedoras de los mercados empezaron a endiosarlos, se dieron cuenta que si a estos hombres les daban de comer, les iba bien en la venta, sobretodo en sus ganancias.
No se sabe cuando murieron, pero comenzaron a aparecer cientos de estatuillas, trabajadas en piedra, arcilla y yeso, a los cuales le dieron el nombre de Ekeko y son adorados con mucha devoción, “Estuvieron en vida aquí, ahora han sido reemplazados por los detectores de oro y plata” concluyo, Mario Colque, Artesano de El Alto.
Herramientas, comestibles, muebles, lavadoras, y hasta computadoras en miniatura son algunos de los obsequios predilectos que los pobladores de La Paz, Bolivia, obtendrán este lunes, para complacer al "Ekeko", con la esperanza de que la pequeña deidad cumpla sus más fervientes deseos.
Conocido como el "dios de la abundancia," el Ekeko es un gracioso hombrecillo, rechoncho, pícaro y fumador, altamente venerado en Bolivia y en algunas regiones de Perú y Argentina.
Aunque su imagen suele variar, es fácil encontrarlo cargado de cosas, ataviado de su multicolor vestuario tradicional boliviano, con todo y lluchu (una especie de capucha de hilo) y sombrero.
Algo muy peculiar de este personaje es precisamente la enorme cantidad de productos y objetos de la vida cotidiana que cuelgan de sus ropas, y el cigarrillo que permanece humeante entre sus dientes.
El Ekeko es una figura ancestral de la cultura incaica, venerada desde siglos antes de la Conquista. Sus seguidores le adoraban, pues se creía que, como el dios de la prosperidad y la fortuna, ahuyentaba la desgracia de los hogares y atraía la fortuna.
Se piensa que existía y que se originó dentro de la civilización Tihuanacu, la cual habitaba en la zona del Altiplano y el Lago Titicaca. Al llegar los incas, estos adoptaron la imagen, y la convirtieron en una importante deidad de la fertilidad y la buena suerte.
En sus inicios, el Ekeko era de piedra, jorobado, tenía rasgos indígenas y no llevaba ningún tipo de vestimenta; su desnudez era símbolo de sus poderes de fertilidad.
Durante la colonización, los españoles intentaron erradicar su devoción, pero los indígenas se resistieron. Eso sí, la imagen sufrió ciertos cambios, entre ellos, su desnudez fue cubierta y sus rasgos alterados, ahora más mestizos.
La Iglesia Católica también intentó prohibir su culto, y al no lograrlo, aceptó al Ekeko como parte indeleble de la cultura boliviana.
Hoy en día, quizá muchos de sus fieles no recuerden sus orígenes, sin embargo, creen ciegamente en su "amistad" y en sus "milagros".
Y es que al Ekeko se le atribuyen diversos "poderes". Además de buena suerte, se cree que el simpático personaje es capaz de materializar los deseos de las personas si estos le obsequian un ejemplar en miniatura de los mismos.
Muchos tienen en sus hogares un Ekeko, sobre todo las personas de pocos recursos. Con la esperanza de que su amigo Ekeko resuelva sus problemas y mejore su situación económica, ellos a cambio lo consienten, adornan su entorno con billetes y monedas en miniatura. Además, satisfacen el gusto de su amigo por el cigarro, al mantenerlo siempre humeante, teniendo cuidado de que se apague antes de llegar a la mitad, ya que esto le causaría un disgusto al hombrecillo, y resultaría en un mal augurio.
Pedirle favores al Ekeko es cuestión de cada día para los bolivianos, pero el 24 de enero, la práctica se intensifica. En esta fecha comienza la celebración de la Feria de Alasitas, una feria de miniaturas artesanales, inspirada y creada precisamente en torno al diminuto "dios de la fortuna, la alegría y el amor".
Aquellos que quieran mimar a su hombrecillo acuden a la feria en La Paz, para adquirir todo tipo de minúsculos objetos, todos aquellos que se desean obtener durante el año.
Para el amor, se obtienen miniaturas de gallos y gallinas, símbolos de la pareja ideal.
Las miniaturas suelen ser de cerámica, pero las hay de metal y hasta de piedra, y pueden ser desde automóviles, electrodomésticos, y víveres, todas pequeñas obras de arte, reproducciones exactas de los objetos reales.
Todos estos pequeños bienes se adquieren y luego, al mediodía del 24, se ch'alla, se acude a la "bendición" de los objetos por personas especializadas que rocían alcohol, vino y hasta pétalos de rosa sobre ellos para que los deseos de sus dueños se hagan realidad.
Muchos, después de este ritual, acuden a las iglesias católicas donde sacerdotes se encargan de bendecir a las personas con agua bendita.
Los bolivianos regresan a sus casas y con fervor, cuelgan las miniaturas en los hombros del hombrecito y encienden su cigarrillo, con la esperanza de que este cumpla sus peticiones.
Es así como una tradición prehispánica ha logrado sobrevivir el paso del tiempo, y permanece vigente, manteniendo vivas el encanto y la esperanza de un pueblo que ha encontrado la manera de vivir con humor y alegría a pesar de la adversidad.
Conocido como el "dios de la abundancia," el Ekeko es un gracioso hombrecillo, rechoncho, pícaro y fumador, altamente venerado en Bolivia y en algunas regiones de Perú y Argentina.
Aunque su imagen suele variar, es fácil encontrarlo cargado de cosas, ataviado de su multicolor vestuario tradicional boliviano, con todo y lluchu (una especie de capucha de hilo) y sombrero.
Algo muy peculiar de este personaje es precisamente la enorme cantidad de productos y objetos de la vida cotidiana que cuelgan de sus ropas, y el cigarrillo que permanece humeante entre sus dientes.
El Ekeko es una figura ancestral de la cultura incaica, venerada desde siglos antes de la Conquista. Sus seguidores le adoraban, pues se creía que, como el dios de la prosperidad y la fortuna, ahuyentaba la desgracia de los hogares y atraía la fortuna.
Se piensa que existía y que se originó dentro de la civilización Tihuanacu, la cual habitaba en la zona del Altiplano y el Lago Titicaca. Al llegar los incas, estos adoptaron la imagen, y la convirtieron en una importante deidad de la fertilidad y la buena suerte.
En sus inicios, el Ekeko era de piedra, jorobado, tenía rasgos indígenas y no llevaba ningún tipo de vestimenta; su desnudez era símbolo de sus poderes de fertilidad.
Durante la colonización, los españoles intentaron erradicar su devoción, pero los indígenas se resistieron. Eso sí, la imagen sufrió ciertos cambios, entre ellos, su desnudez fue cubierta y sus rasgos alterados, ahora más mestizos.
La Iglesia Católica también intentó prohibir su culto, y al no lograrlo, aceptó al Ekeko como parte indeleble de la cultura boliviana.
Hoy en día, quizá muchos de sus fieles no recuerden sus orígenes, sin embargo, creen ciegamente en su "amistad" y en sus "milagros".
Y es que al Ekeko se le atribuyen diversos "poderes". Además de buena suerte, se cree que el simpático personaje es capaz de materializar los deseos de las personas si estos le obsequian un ejemplar en miniatura de los mismos.
Muchos tienen en sus hogares un Ekeko, sobre todo las personas de pocos recursos. Con la esperanza de que su amigo Ekeko resuelva sus problemas y mejore su situación económica, ellos a cambio lo consienten, adornan su entorno con billetes y monedas en miniatura. Además, satisfacen el gusto de su amigo por el cigarro, al mantenerlo siempre humeante, teniendo cuidado de que se apague antes de llegar a la mitad, ya que esto le causaría un disgusto al hombrecillo, y resultaría en un mal augurio.
Pedirle favores al Ekeko es cuestión de cada día para los bolivianos, pero el 24 de enero, la práctica se intensifica. En esta fecha comienza la celebración de la Feria de Alasitas, una feria de miniaturas artesanales, inspirada y creada precisamente en torno al diminuto "dios de la fortuna, la alegría y el amor".
Aquellos que quieran mimar a su hombrecillo acuden a la feria en La Paz, para adquirir todo tipo de minúsculos objetos, todos aquellos que se desean obtener durante el año.
Para el amor, se obtienen miniaturas de gallos y gallinas, símbolos de la pareja ideal.
Las miniaturas suelen ser de cerámica, pero las hay de metal y hasta de piedra, y pueden ser desde automóviles, electrodomésticos, y víveres, todas pequeñas obras de arte, reproducciones exactas de los objetos reales.
Todos estos pequeños bienes se adquieren y luego, al mediodía del 24, se ch'alla, se acude a la "bendición" de los objetos por personas especializadas que rocían alcohol, vino y hasta pétalos de rosa sobre ellos para que los deseos de sus dueños se hagan realidad.
Muchos, después de este ritual, acuden a las iglesias católicas donde sacerdotes se encargan de bendecir a las personas con agua bendita.
Los bolivianos regresan a sus casas y con fervor, cuelgan las miniaturas en los hombros del hombrecito y encienden su cigarrillo, con la esperanza de que este cumpla sus peticiones.
Es así como una tradición prehispánica ha logrado sobrevivir el paso del tiempo, y permanece vigente, manteniendo vivas el encanto y la esperanza de un pueblo que ha encontrado la manera de vivir con humor y alegría a pesar de la adversidad.
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