Los chilenos no somos racistas, negro’e mierda
Boliviano, peruano, mapuche, huaso, poblador, obrero, negro, chico, gordo, feo, mechas tiesas, apellido común, sueldo bajo, auto viejo, alumno de escuela o liceo con ‘letra y número’…cualquiera de esos elementos basta para ser ninguneado en este país racista por los dueños de la férula y sus lacayos
El vergonzoso incidente protagonizado por un grupo de carabineros frente al palacio de La Moneda al utilizar violencia desmedida e innecesaria contra un ciudadano ecuatoriano –por ‘haber cruzado la Alameda con luz roja’, según explicó la alta oficialidad policíaca- y esposarlo cual si se tratara de un asesino serial, confirma el carácter racista de muchas de aquellas instituciones “que funcionan” (como audazmente señalaba un ex Presidente de la República), y de gran parte de nuestra sociedad.
Chile se mueve y actúa de manera segmentada, clasista, separando a “esos” de “aquellos” y de “nosotros”, lo cual puede se observar en los tipos de barrios, en los colegios, en los supermercados e incluso en la diferente calidad de jardines y plazas públicas. El humano derecho al paisaje hermoso y al entorno grato es válido solamente para cierto tipo de personas. El resto –los ‘otros’- no merece siquiera contar con una plazoleta bien diseñada y mejor mantenida.
Cualquier condominio para familias ABC1 dispone de magníficos aledaños reverberando alegría floral y muy buen gusto en su diseño. Mientras que todo complejo habitacional para familias de estratos bajos está caracterizado por la ausencia de jardines y la presencia de amplios espacios de tierra y sequedad.
Quizá, lo anterior sea solamente un detalle, pero no lo es al momento de analizar la estructura de, por ejemplo, nuestras fuerzas armadas, donde el clasismo (e incluso el racismo) hace nata a tal grado que llega a constituir una exigencia para el ingreso diferenciado a las escuelas matrices. Lo comprobé, empíricamente, en las dos últimas “paradas militares” en el parque O’Higgins.
Al desfilar las escuelas matrices del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y Carabineros (allí donde se forma a la oficialidad), el observador puede constatar la presencia mayoritaria de jovencitos provenientes de las clases acomodadas –o ‘peloláis’, según la jerga juvenil- con cabellos rubios, tez clara, cuerpos delgados y de talla más bien alta. Allí, la capacidad económica va de la mano con el apellido.
Pero, al momento de producirse el desfile del resto de los uniformados –ergo, de la suboficialidad y del ‘perraje’- el panorama cambia dramáticamente. Ha llegado el pueblo. Se confirma la presencia de mucha chiquillería de población, o de cabrería procedente de nuestros campos e islas. Morenos profundos; cabellos duros y gruesos; pómulos marcados; frentes estrechas. Ninguno de ellos podría ser aceptado en una de las escuelas de oficiales. Y de esto doy fe. Lea lo que sigue, por favor.
Hace ya algún tiempo, en plena época dictatorial, un ex alumno mío, joven de capacidades intelectuales sobresalientes, cursaba el segundo año de la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad de Chile. No movió un dedo (ni tenía posibilidad de hacerlo) para evitar el llamado a cumplir con su SMO (Servicio Militar Obligatorio). Fue, vio y venció, como rezaba el adagio romano. Al finalizar su compromiso militar, con el grado de Cabo, el comandante de su regimiento le invitó a una breve reunión en el despacho del jefe de la unidad. Allí recibió las felicitaciones de varios oficiales, quienes se deshicieron en loas al joven universitario. Finalmente, el comandante, de apellido vinoso, le ofreció constituirse en su padrino para apoyarlo si deseaba ingresar a una escuela de las fuerzas armadas.
Mi ex alumno creyó que la oferta apuntaba a la Escuela Bernardo O’Higgins, y así lo expresó. Enorme y desagradable fue la sorpresa al escuchar de labios de su comandante una respuesta absolutamente clasista: “No, pues, cabo…no se equivoque; yo lo apadrino para que ingrese a la Escuela de Suboficiales…usted es un joven brillante, un magnífico soldado y tal vez sea un excelente alumno de ingeniería en la Universidad, pero no tiene ‘back ground social’ (sic) para ingresar a la Escuela de Oficiales”.
Fuerte, claro y definitivo. El clasismo-racismo es parte activa, cosa viva, de la condición sine qua non exigible en muchas de nuestras instituciones. Por ello, poca duda me asiste al opinar que la acción de esos carabineros -en el caso del ciudadano del Ecuador- se encuadra ‘oficialmente’ en las directrices emanadas de la alta oficialidad policial…aunque el ministro Hinzpeter se muerda los puños y deba tragarse ese y otros muchos episodios racistas en los que su propio origen es ninguneado en este país de instituciones ‘negras-rubias’ dirigidas por tipejos de apellidos vinosos.
*Arturo Alejandro Muñoz: Profesor de Historia y Geografía - Escritor. Colaborador regular del mensual “Politika” – PAIZ – Chile, Colaborador de La Pluma
Boliviano, peruano, mapuche, huaso, poblador, obrero, negro, chico, gordo, feo, mechas tiesas, apellido común, sueldo bajo, auto viejo, alumno de escuela o liceo con ‘letra y número’…cualquiera de esos elementos basta para ser ninguneado en este país racista por los dueños de la férula y sus lacayos
El vergonzoso incidente protagonizado por un grupo de carabineros frente al palacio de La Moneda al utilizar violencia desmedida e innecesaria contra un ciudadano ecuatoriano –por ‘haber cruzado la Alameda con luz roja’, según explicó la alta oficialidad policíaca- y esposarlo cual si se tratara de un asesino serial, confirma el carácter racista de muchas de aquellas instituciones “que funcionan” (como audazmente señalaba un ex Presidente de la República), y de gran parte de nuestra sociedad.
Chile se mueve y actúa de manera segmentada, clasista, separando a “esos” de “aquellos” y de “nosotros”, lo cual puede se observar en los tipos de barrios, en los colegios, en los supermercados e incluso en la diferente calidad de jardines y plazas públicas. El humano derecho al paisaje hermoso y al entorno grato es válido solamente para cierto tipo de personas. El resto –los ‘otros’- no merece siquiera contar con una plazoleta bien diseñada y mejor mantenida.
Cualquier condominio para familias ABC1 dispone de magníficos aledaños reverberando alegría floral y muy buen gusto en su diseño. Mientras que todo complejo habitacional para familias de estratos bajos está caracterizado por la ausencia de jardines y la presencia de amplios espacios de tierra y sequedad.
Quizá, lo anterior sea solamente un detalle, pero no lo es al momento de analizar la estructura de, por ejemplo, nuestras fuerzas armadas, donde el clasismo (e incluso el racismo) hace nata a tal grado que llega a constituir una exigencia para el ingreso diferenciado a las escuelas matrices. Lo comprobé, empíricamente, en las dos últimas “paradas militares” en el parque O’Higgins.
Al desfilar las escuelas matrices del Ejército, la Marina, la Fuerza Aérea y Carabineros (allí donde se forma a la oficialidad), el observador puede constatar la presencia mayoritaria de jovencitos provenientes de las clases acomodadas –o ‘peloláis’, según la jerga juvenil- con cabellos rubios, tez clara, cuerpos delgados y de talla más bien alta. Allí, la capacidad económica va de la mano con el apellido.
Pero, al momento de producirse el desfile del resto de los uniformados –ergo, de la suboficialidad y del ‘perraje’- el panorama cambia dramáticamente. Ha llegado el pueblo. Se confirma la presencia de mucha chiquillería de población, o de cabrería procedente de nuestros campos e islas. Morenos profundos; cabellos duros y gruesos; pómulos marcados; frentes estrechas. Ninguno de ellos podría ser aceptado en una de las escuelas de oficiales. Y de esto doy fe. Lea lo que sigue, por favor.
Hace ya algún tiempo, en plena época dictatorial, un ex alumno mío, joven de capacidades intelectuales sobresalientes, cursaba el segundo año de la carrera de Ingeniería Civil en la Universidad de Chile. No movió un dedo (ni tenía posibilidad de hacerlo) para evitar el llamado a cumplir con su SMO (Servicio Militar Obligatorio). Fue, vio y venció, como rezaba el adagio romano. Al finalizar su compromiso militar, con el grado de Cabo, el comandante de su regimiento le invitó a una breve reunión en el despacho del jefe de la unidad. Allí recibió las felicitaciones de varios oficiales, quienes se deshicieron en loas al joven universitario. Finalmente, el comandante, de apellido vinoso, le ofreció constituirse en su padrino para apoyarlo si deseaba ingresar a una escuela de las fuerzas armadas.
Mi ex alumno creyó que la oferta apuntaba a la Escuela Bernardo O’Higgins, y así lo expresó. Enorme y desagradable fue la sorpresa al escuchar de labios de su comandante una respuesta absolutamente clasista: “No, pues, cabo…no se equivoque; yo lo apadrino para que ingrese a la Escuela de Suboficiales…usted es un joven brillante, un magnífico soldado y tal vez sea un excelente alumno de ingeniería en la Universidad, pero no tiene ‘back ground social’ (sic) para ingresar a la Escuela de Oficiales”.
Fuerte, claro y definitivo. El clasismo-racismo es parte activa, cosa viva, de la condición sine qua non exigible en muchas de nuestras instituciones. Por ello, poca duda me asiste al opinar que la acción de esos carabineros -en el caso del ciudadano del Ecuador- se encuadra ‘oficialmente’ en las directrices emanadas de la alta oficialidad policial…aunque el ministro Hinzpeter se muerda los puños y deba tragarse ese y otros muchos episodios racistas en los que su propio origen es ninguneado en este país de instituciones ‘negras-rubias’ dirigidas por tipejos de apellidos vinosos.
*Arturo Alejandro Muñoz: Profesor de Historia y Geografía - Escritor. Colaborador regular del mensual “Politika” – PAIZ – Chile, Colaborador de La Pluma
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