lunes, 21 de mayo de 2012

Manuel Gonzàles Prada

Propaganda y Ataque
MERCADERES POLITICOS


Como los usurpadores temen que los usurpados les obliguen a rendir cuentas, los gobiernos se afanan por mantener inermes a las naciones. Aceptan la militarización al estilo de Prusia, rechazan la miliciación a la manera de Suiza. La idea de muchedumbres armadas les aterra. Hombres con el rifle del soldado, pero sin haber sufrido la depresión moral de los cuarteles, constituyen una fuerza amenazadora: tienen algo de una tormenta con voluntad o de una avalancha con inteligencia. Los invasores mismos, aunque hayan desbaratado ejércitos poderosos en sangrientas batallas campales, suelen vacilar ante la resistencia de la población civil. De ahí las leyes bárbaras contra los franco-tiradores y la destrucción de las ciudades hostiles.
     
La liberación de un territorio por medio de la guerra puede originar la tiranía: el libertador, elevándose a la categoría de ídolo nacional, sufre el mareo de la ambición y sueña más de una vez en arroparse con el manto de César. Para las clases privilegiadas, el advenimiento del cesarismo no implica una amenaza; por el contrario, ellas miran en la implantación del régimen militar un freno a los amagos de reivindicaciones populares y una seguridad en el usufructo de los privilegios.
     Pero esa misma liberación del territorio suele ocasionar el encumbramiento de las muchedumbres, quiere decir, una victoria de la democracia. Cuando un pueblo comienza por arrollar al extranjero, adquiere conciencia de su poder y fácilmente concluye por hacer justicia de sus opresores. Quien posee la fuerza realiza el derecho, "quien tiene hierro tiene pan".
     Los ricos ven muchas veces menos daño en la victoria rápida del invasor que en el triunfo lento y gravoso de la causa nacional. Una batalla cuesta vidas; una resistencia de meses y años cuesta no sólo vidas, sino destrucción de las propiedades, pérdida del crédito. A la salvación de la patria, los burgueses acaudalados y los aristócratas prefieren la conservación de sus casas, de sus haciendas y de sus privilegios. Más le duele al rico perder su dinero que al pobre derramar su sangre.
     
La posesión de la riqueza origina el mismo estado sicológico en los poseedores, sea cual fuere su nacionalidad, resultando más analogía entre un mandarín y un landowner que entre el mismo landowner y un proletario inglés. Los ricos del mundo entero pertenecen a una sola patria: El Dorado; siguen una sola bandera: el negocio; y cuando blasonan de combatir por el bien de la Humanidad o por el triunfo de una idea, sólo defienden el tanto por ciento. Imaginarse que ellos fomenten las revoluciones radicales y patrocinen de buena fe la emancipación de los obreros es acariciar un sueño romántico y respirar el aire de otro planeta. Clases explotadoras favoreciendo a clases explotadas se igualarían con un absurdo biológico, estómagos digeriéndose a sí mismos.
     
Mas hay algo peor que los ricos: los hambrientos de riquezas, los políticos mercantiles o mercaderes políticos. Cuando esos hombres se adueñan del poder, hunden a las naciones: en la paz, con las finanzas; en las luchas internacionales, con los tratados. El Perú (la Càrtago sin Aníbal) nos ofrece un ejemplo.
http://evergreen.loyola.edu/tward/www/gp/libros/propagan/indice.htm

No hay comentarios: