El término corrupción deriva del verbo corromper, que según el Diccionario Etimológico de Fernando Corripio puede desagregarse en las siguientes voces latinas:
Cum: con, y rumpere: romperse, que en el Siglo XII se difundirá como descomponerse o echarse a perder.
Hoy reflexionaré sobre ese otro gran obstáculo: la corrupción, que inhibe el desarrollo de nuestro país y que en palabras de Jorge Basadre Grohmann ha determinado que nuestro amado Perú haya sido un país “de oportunidades perdidas y de posibilidades no aprovechadas”.
El historiador tacneño se refería en su tan difundida obra: La promesa de la vida peruana a la posibilidad de construir una nación y, por ende, una identidad nacional; pero que era necesario superar fuertes retos y óbices para su consolidación:
“(…) Porque la promesa de la vida peruana sentida con tanta sinceridad, con tanta fe y con tanta abnegación por próceres y tribunos, ha sido a menudo estafada o pisoteada por la obra coincidente de tres grandes enemigos de ella: los Podridos, los Congelados y los Incendiados. Los Podridos, han prostituido y prostituyen palabras, conceptos hechos e instituciones al servicio de sus medros, de sus granjerías, de sus instintos y de sus apasionamientos. Los Congelados se han encerrado dentro de ellos mismos, no miran sino a quienes son sus iguales y a quienes son sus dependientes, considerando que nada más existe. Los Incendiados se han quemado sin iluminar, se agitan sin construir. Los Podridos han hecho y hacen todo lo posible para que este país sea una charca; los Congelados lo ven como un páramo; y los Incendiados quisieran prender explosivos y verter venenos para que surja una gigantesca fogata”.
Hemos atravesado en nuestra historia republicana por muchas posibilidades para emerger de nuestra postración. Durante el Siglo XIX fue el auge del guano, posteriormente se dio paso al impulso de la explotación del salitre, que conllevo incluso a una confrontación bélica con nuestro tradicional rival al sur de las fronteras y, en su momento, lo constituyó la época del caucho, dando soporte a la consolidación de Iquitos, que desplazó en trascendencia a la hasta entonces capital más importante de la selva: Moyobamba, considerada como la ciudad de fundación española más antigua de la Amazonia peruana.
Más recientemente en el Siglo XX fue la harina de pescado y hoy, en pleno Siglo XXI, los economistas se refieren a la prosperidad de la minería y la agroindustria.
¿Pero basta un crecimiento macroeconómico para garantizar el desarrollo armónico y sostenido del Perú?
¿O también es importante contar con una clase política comprometida con los altos intereses del Estado?
Una clase con prospectiva geopolítica y geoestratégica, pero sobre todo, plenamente consciente de la relación recíproca entre ética y política, planteada en el Siglo III a.C., por el estagirita Aristóteles, pues para el filósofo griego, no podía existir individualmente una categoría sin la concurrencia de la otra, constituyendo ambas: las dos caras de una misma moneda.
Esto se hace evidente en nuestro país cuando podemos comprobar que en la administración pública se incuba, como bien lo señala Carlos Fonseca Oliveira, abogado de Proética: la cultura de la trasgresión, la ética del compadrazgo, el liderazgo equivocado, la carencia crónica de capital social y la concepción obsoleta del desarrollo y la ética.
Es necesario agregar mayor fiscalización, por parte de la opinión pública y los medios de comunicación; así como promover también la pedagogía ciudadana en todos los niveles del sistema educativo nacional, con la finalidad de formar a servidores comprometidos con la virtud y con la preparación adecuadas para consolidar una autentica tecnocracia, pero sin dejar de lado: la sensibilidad para con el prójimo y el deber ante la función administrativa.
Para complementar lo expuesto les recomiendo el siguiente vídeo, que es una muestra puntual de lo que es la lucha frontal contra los que se arrogan el uso arbitrario del poder y que le irrogan una onerosa carga al erario nacional, degenerando en una cleptocracia, neologismo que se desagrega, a su vez, en los vocablos griegos: kléptein: quitar o robar, y krátos: autoridad, para referirse al gobierno de los corruptos.