Leguía y Fujimori
Por: César Campos R.
Por: César Campos R.
El comentarista político Mirko Lauer ha iniciado una campaña de reivindicación de la figura de Augusto B. Leguía, dos veces gobernante del Perú, el segundo en el periodo 1919-1930 conocido en la historia como “el oncenio”. Ello bajo el marco de la conmemoración de los 70 años de su muerte.
Tras una somera revisión de las pasiones que desataba en su época, Lauer comenta sobre Leguía: “No fue el titán del Pacífico que decían sus más encendidos sobones; pero tampoco el monstruo que pintan las versiones más mezquinas. Hay mucho que aprender de su espíritu emprendedor, de sus virtudes como administrador del Estado y de su realismo a la hora de defender los intereses del Perú”.
En su análisis, Lauer omite referencias puntuales a los terribles excesos de Leguía contra las bases democráticas, la moral pública y la libertad de prensa (mandó asaltar El Comercio, tomó el diario La Prensa donde colocó a un director extranjero adicto a su causa) refugiándolo más bien en el concepto de “gobernante de mano dura” para luego destacar sus virtudes administrativas y la modernización que ciertamente insufló a nuestro país en el lapso del régimen a su cargo.
No abunda en la deportación de los grandes intelectuales de la época (Víctor Andrés Belaunde) o de quienes forzaron su exilio (José de la Riva Agüero). Se detiene en la generosa evaluación que hizo Víctor Raúl Haya de la Torre (otro deportado del leguiismo) en una entrevista de Alfredo Barnechea. Cero análisis también de la corrupción patentada bajo su férula que hizo de muchos coterráneos de Lambayeque súbitos y luego prósperos dueños de grandes extensiones agrícolas o comerciantes de primer orden.
¿Había que ir muy lejos para una consideración menos severa? ¿Era necesario colocarse en el bando de los que odian a Leguía por inercia histórica? No. Mi contemporáneo y colega Pedro Planas –cuando Alberto Fujimori recibía la adulación de tirios empresariales y muchos troyanos mediáticos– publicó enjundiosos ensayos sobre ese personaje en las páginas de la revista OIGA. Ensayos que también se reflejaron en sus libros “La República autocrática” (Ed. Fundación Friedrick Ebert, Lima, Perú, 1994) y “La democracia volátil” (Ed. Fundación Friedrich Ebert Stiftung, Lima, Perú, 2000).
La tesis central de Planas era simple: no juzguemos a las dictaduras o autocracias por su eficacia –que ciertamente la tienen– sino por el daño que causan al orden social democrático, así como por su proclividad corrupta y corruptora. Planas colocaba frente al espejo a Leguía y Fujimori.
Bajo esta consideración, Lauer nos envía un desafío: si luego de 70 años debemos revalorar a Leguía por sus desvelos a favor de los intereses del Perú, ¿por qué no hacer lo mismo respecto a Fujimori que encarna la instauración del modelo económico abierto continuado por sus cuatro sucesores, la captura de la cúpula de Sendero Luminoso y la derrota del terrorismo, la masiva construcción de escuelas y otros?
Donde asiste la misma razón, asiste el mismo derecho. ¿Plantearía Lauer una amnistía a Fujimori, el perdón histórico a sus delitos en aras de lo que nos legó positivamente? ¿Es ese el mensaje que nos remite alabando a Leguía?
"Si uno revisa el S. XX, hay tres presidentes que "construyeron" el Perú: Leguía, Odría y Belaunde". Alfredo Barnechea firma otro aporte rumbo al bicentenario con un balance y memoria de los últimos días del ex presidente Augusto B. Leguía.
......pero Leguía era mucho mejor que sus acompañantes en la lista. Exitoso en los negocios, entró rico a Palacio y salió de él arruinado. Se había batido contra los chilenos con hidalguía en San Juan. Estaba muy por encima probablemente de casi todos sus contemporáneos.
¿Quedó mejor el Perú después de él? ¿Avanzamos? Creo que el balance histórico le es favorable. Quizá por eso Haya me confesó, en la célebre entrevista de televisión que me hizo el honor de concederme, que había sido “el mejor Presidente” del Perú.
Muchos de sus métodos son reprobables. El mismo golpe del 19 (aunque quizá sus ex-amigos civilistas le hubieran cortado el camino), las reelecciones, la domesticación del Congreso, la compra de tantas opiniones…
Pero así como fueron deprimentes las adulaciones de su momento, ha sido descomunal la penalización de su memoria. No hay ni siquiera una avenida con su nombre. Hecho, o casi hecho, su sueño de Olmos, sería justo que lo bauticemos como Irrigación Augusto B. Leguía.
A De Gaulle le gustaba recordar una frase del Julio César de Shakespeare: “Pertenecer a la historia es pertenecer al odio”. Pero de pronto con Leguía nos hemos excedido y es hora de hacer con él las paces. (Por: Alfredo Barnechea)
No hay comentarios:
Publicar un comentario