Mariscal Ramón Castilla y Marquesado
Ha terminado el período de la afirmación de la nacionalidad. Nuevas inquietudes, nuevos caudillos surgen. La figura más importante de ese nuevo período es la de Ramón Castilla. Desde 1841 hasta 1862 puede decirse que ejerce preponderancia en el Perú. Dos veces llega al gobierno, concluyendo ambos períodos: de 1845 a 1851 y de 1855 a 1862. Su primera y también aunque en mucho menor grado, su segunda administración implican los momentos más culminantes en la vida del Perú, entonces.
Don Ramón Castilla nació el 30 de agosto de 1797, en el pueblo de Tarapacá. Tarapacá era en aquella época simplemente un grupo de casas que rodeaban a una iglesia. Ni por su paisaje, ni por su clima Tarapacá era propicio para dar tipos de carácter contemplativo. Más bien tenía latente la posibilidad de producir gente sobria y frugal y al mismo tiempo práctica, de acción. Por herencia, Castilla recibiría también sugestiones de orden análogo. Su padre, don Pablo Castilla, bonaerense, había sido cateador de minas. Su abuelo Pedro Pablo Castilla había venido a América como empleado de hacienda del virreinato. Su madre doña Francisca Marquesado, provenía de un origen no español, sino genovés. La cuna de Castilla no estuvo, como la de Santa Cruz, mecida por leyendas suntuosas. Sin embargo, cuando ya Castilla fue un hombre en cuyos antecedentes se fijó la curiosidad y el interés de sus compatriotas, alguna vez aludió a que provenía de origen más que decente, dividiendo a los hombres en tres categorías: los que provienen de origen más que decente, los de origen decente y los de oscuro origen. Pero la verdad es que por su ignorancia intuitiva, por su astucia cazurra, por su tenacidad, por su rudeza campechana, Castilla es un exponente mas bien plebeyo, como lo demuestra también su tipo físico.
Cuando se revisa la vida de los caudillos militares en el Perú, inclusive por cierto la figura de Castilla, como primera característica, se encuentra su intensidad de vida. Comparable es la vida de los caudillos militares a la vida de los conquistadores españoles. Francisco García Calderón dice que quizá solo en el Renacimiento y en la Revolución Francesa hubo tanta exuberancia de personalidad. Fueron soberbios ejemplares de vida intensa los caudillos. Ambularon por todo el territorio, desde Tarapacá a Piura, arriesgando la vida y el poder. Para lograr la Presidencia había que ser el artesano del propio destino. Había que entrar a la campaña como si se fuera un soldado. Así Castilla el año de 1843 desembarcó en Arica con 8 hombres pare emprender la campaña que lo llevó a su primera presidencia. Y el año 1854 cuando se dirigía a Arequipa empleo un subterfugio para poder pasar él solo el río Camaná. Ya en el ocaso de su vida con más de sesenta años de edad, se embarca en Caldera pare querer arrebatarle en el campo de batalla la presidencia a Prado y hace un trayecto maravilloso a caballo en cuarentiocho horas a través de arenales yermos.
Junto a esta característica general de intensidad de vida existe otra característica fundamental en muchos caudillos militares y sobremanera en Castilla. Es la audacia. Por falta de audacia quizá no alcanzaron un rol prominente La Fuente ni Nieto. La audacia había tenido ya un representativo en Salaverry. Pero la audacia de Salaverry había sido una audacia turbulenta, vesánica, impulsiva. La audacia de Castilla está demostrada en la manera como las tres veces que se lanza a la conquista del poder él asume sus actitudes; y está demostrada también en innumerables episodios de su vida, inclusive cuando manda a beber en el río a las tropas enemigas en el combate de San Antonio (1844), cuando se lanza en un pontón viejo desde el Callao hasta el norte el año 1857, mientras amagaba en la costa la revolución de Vivanco. Pero era una audacia equilibrada. Estaba acompañada por un sentido innato de la astucia. Por ella supo sacar partido de la colaboración de los hombres distinguidos o eminentes con los que a veces se rodeó; por ella se vinculó a la abolición del tributo, de la esclavitud, de la pena de muerte, a la implantación de los presupuestos, a las obras públicas que europeizaron un poco el Perú.
Castilla tenia otra característica fundamental, que era la tenacidad. Una vez lanzado a una empresa su fe la llevaba adelante por encima de todas las contrariedades. No cayó en gestos de desengaño, de desidia, de abulia como los que abundan en la vida de su rival perpetuo Vivanco. Tenía una fe inmensa en su estrella. Algún parecido tenía esa fe con sus costumbres de jugador.
No solamente en eso se diferencian Vivanco y Castilla. Desde 1841 en cuya guerra civil ambos se derrotaron, han de luchar siempre. Castilla derriba el fastuoso edificio del Directorio. Más tarde, en 1851, Vivanco será vencido en las elecciones por la hostilidad que le prodiga Castilla desde la presidencia. Y en 1864 Vivanco creerá que es en beneficio de él la revolución de Arequipa que, sin embargo, Castilla usufructúa sintiéndose Vivanco obligado a negarle su apoyo y aún a combatirla; y, por último, en 1856 en vano intentará Vivanco nuevamente cruzar el destino triunfador de Castilla. La rivalidad de Vivanco y Castilla es junto con la rivalidad de Manuel Pardo y Nicolás de Piérola la más honda, la más perdurable que ha habido en el Perú. Pero la rivalidad de Pardo y Piérola es de distinta especie. Es originada por motivos sociales, económicos. En cambio, la de Vivanco y Castilla es más descarnadamente una rivalidad de ambición. Es ante ella precisamente donde puede decirse que las guerras civiles en el Perú fueron luchas de ambiciones impacientes. Pero si se fuera a buscar una causa más honda a esta rivalidad que perduró a pesar de que en el Perú la política es una contradanza, en donde en poco tiempo se está al lado de quien se tuvo al frente y viceversa, se podría decir que es la lucha implacable del caudillaje blanco y el mestizo, del militar de salón o de academia y del militar de cuartel y de campamento; de la inteligencia cultivada y del instinto, del hombre que medita y habla mucho y del que hace y habla poco, de la abulia y de la tenacidad, de la rigidez y de la ductibilidad. Vivanco desdeñaba a Castilla y éste desdeñaba a Vivanco. Para Castilla, Vivanco era un hombre necio, inepto y vano; lo llamaba, sonriendo, el cadete. Para Vivanco, Castilla era un producto de los trastornos consiguientes a la guerra de la emancipación; carecía de las luces que la "ciencia del gobierno" requiere pero tenía el don de la trapacería. Vivanco se sentía coactado por el dinamismo, por la ductibilidad de su enemigo y por eso alguna vez dijo que carecía de habilidad pare andar por el dédalo de las intrigas, por las cuales perillanes resultan personajes en el Perú: tenía un gesto aristocrático de desdén para lo que él llamaba los amaños de Castilla. Las ocurrencias de Castilla fueron muy populares porque se burlaban de los hombres o los caracterizaban; de Vivanco se recordaba mas bien que sabía pronunciar la "c" y la "z" correctamente y que divulgó la frase "de los corrientes" en las cartas. Castilla tiene un monumento; Vivanco merece una novela.
Como la conquista de la presidencia era entonces una campaña militar, como se entraba al palacio de gobierno después de recoger la banda presidencial en las batallas, las condiciones de previsión estratégica y de valor personal eran fundamentales para triunfar y para conservar la presidencia de la República. Castilla las tuvo como ningún otro caudillo militar del Perú. Si hasta nosotros llega la fama estratégica de Gamarra, hay en la vida de éste momentos negros, desde el combate de la Macacona que pierde durante la guerra de la Independencia y la batalla de Yanacocha que pierde contra Santa Cruz, hasta la batalla de Ingavi, en la cual muere. San Román tenía fama de gran soldado, pero para organizar, no para combatir Los laureles conquistados por Castilla, en Barón en 1838, en Yungay en 1839, en Cuevillas en 1841, en Pachía, San Antonio y Carmen Alto en 1843-44, en campaña de 1854 íntegra en que enfrentándose a un ejército aguerrido, el más brillante que había tenido el Perú fue avanzando lento y seguro hasta Lima para obtener el triunfo decisivo en La Palma, en la campaña del 57 en el norte y en Arequipa, y en la campaña contra el Ecuador constituyen una demostración de su genio militar: vienen a formar parte de los momentos culminantes dentro de la historia bélica peruana. Pero el hombre de vivac, el hombre de campamento en Castilla estaba unido al hombre de gabinete. No por condiciones de cultura; pero esa falta de cultura él la disimulaba por su innato conocimiento de los hombres y cosas, la suplía con dos grandes armas: el instinto y la experiencia.
Cuando llego al poder Castilla en 1845 era ya un hombre maduro, aunque había pasado toda su vida al servicio de la patria. De manera que ya tenía experiencia profunda sobre el país; pero cuando era un subalterno ya demostraba su golpe de vista en aquellas cartas del año 34 aconsejando a Orbegozo una serie de medidas que bien pudieron impedir su caída final.
Por esa aptitud para saber aflojar o ajustar de acuerdo con las tendencias últimas de los acontecimientos, que los espíritus racionalistas a veces no perciben Castilla ha llegado hasta la posteridad con la aureola de su sentido de la realidad y esto está demostrado por la numerosa cantidad de anécdotas que sobre él se cuentan, (algunas de ellas atribuidas también a otros personajes) y en las cuales en medio de agudezas de viejo de salidas soldadescas el humorismo criollo tiene una de sus manifestaciones típicas, y hay lecciones prácticas de filosofía, conceptos agudos que vienen a ser trasuntos de la ciencia de conocer a los hombres.
Hay una característica todavía más saltante que la intensidad de vida, que la audacia, que la astucia, que la tenacidad, que las condiciones estratégicas y de valor militar y personal, que el conocimiento de los hombres y cosas en la personalidad de Castilla y es su patriotismo. Castilla había sido uno de los fundadores de la república. Había actuado en Ayacucho y esta circunstancia la estimaba él como casi todos los militares de la Independencia en análogas condiciones como una predestinación. Cuando en 1862 el país estuvo conmovido ante la amenaza de la invasión europea, iniciada en Santo Domingo y México, se celebró el aniversario nacional con singular entusiasmo y en una de las fiestas de entonces, en el campo de Amancaes, se presentó Castilla y brindó por la patria, diciendo: que si dentro de muchos siglos sus cenizas pudieran servir de base para una columna para la libertad, probablemente se estremecerían de placer. Su actitud siempre profundamente hostil a la Confederación Peruano-Boliviana en contraste con otros que la aceptaron primero para combatirla después, su sentido de previsión en lo que se refiere a crear la marina, en lo que se refiere a procurar explotar y conocer el Oriente, son matices de su afán de identificación con la patria. Por eso lleva la bandera peruana al Ecuador en 1859 y amenaza con llevarla a Bolivia en 1860, por eso no solamente había calculo político sino también sincera emoción probablemente en su actitud hostil contra las transacciones del gobierno de Pezet, frente a la escuadra española que había humillado al país.
Y es así como puede no aparecer exagerada aquella anécdota que nos lo pinta en París cuando fue llevado por el ministro Iturregui a visitar, a conocer esa ciudad. Ante los Campos Elíseos dijo, que más lleno de sombra y de encanto era la Alameda de los Descalzos, ante la catedral de Notre Dame, dijo que tenía más luz la catedral de Lima y ante el cadáver de Leopoldo I, rey de los belgas, que estaba exponiéndose con la cara descubierta, uniformado y lleno de condecoraciones, dijo que más marcial era la figura del cholo mariscal San Román. Y así tuvo o quiso tener una identificación profunda con el país que no la tuvo por ejemplo, Vivanco, que aún viviendo en el Perú sentía la nostalgia de la paz de Chile, creada por una casta oligárquica, previsora y despótica.
Castilla tenía otra característica también saltante, y era la de su honradez. Se puede decir en general que en la primera época de nuestra historia republicana nuestros caudillos militares, a pesar de sus errores y vicios políticos fueron honrados. El testamento de Salaverry es un documento emocionante a este respecto. Su fortuna apenas si consistía en unos cuantos pesos que había dejado en poder del comandante de un buque extranjero. Pero Castilla fue honrado en un momento en que el Fisco no estaba exhausto como en la primera época de nuestra historia republicana. Castilla fue honrado cuando el guano estaba produciendo un fenómeno vertiginoso de ascensión en la cifra del presupuesto nacional Y que esa honradez fue un hecho auténtico lo demuestra la circunstancia de que apenas tuviera como bienes, cuando murió en las pampas desoladas de Tarapacá una casa que servía de habitación a su esposa doña Francisca Canseco, casa que fue embargada por los acreedores, y se cuenta que algunos de ellos, con una generosidad bien rara, revocaron parte de sus créditos.
Castilla tiene asímismo otra característica fundamental dentro de su personalidad y es la magnanimidad. Por la misma circunstancia de que no llevaba un sentido trascendente a la vida política, por el mismo hecho de que el carácter criollo es propicio a la templanza esto produjo grandes frutos a favor suyo. Dos días después de la batalla de Carmen Alto contra el ejército de Vivanco mando avisar a los fugitivos y a los que estaban ocultos que podían dedicarse tranquilamente a sus labores. Poco tiempo después llamaba a los ministros a enemigos suyos como habían sido, Pardo Aliaga y Paz Soldán. En 1854 cuando triunfó en La Palma su revolución contra Echenique, autorizó una serie de medidas tremendas contra los vencidos, pero se realizaron estas medidas de acuerdo con el espíritu de la revolución y fueron impuestas entonces no tanto por Castilla sino por sus consejeros principales los líderes del Liberalismo. Castilla cuando se desligó de 109 liberales inició frente a la Convención Nacional un franco acercamiento a los vencidos en La Palma. Y más tarde, fueron ministros y consejeros algunos de los que habían sido ministros y consejeros de Echenique. Una de sus medidas más dramáticas la que se refiere a la reducción de Arequipa a la categoría de provincia, no duró dos meses. Su magnanimidad dio lugar a un caso interesante para la historia literaria del país. Fuentes "El Murciélago" había sido uno de los periodistas que más había atacado a Castilla en su periódico, lleno de caricaturas e invectivas y hasta en una "Biografía". Sin embargo, poco tiempo después que se publicó este folleto, Castilla buscó la manera de favorecer personalmente a Fuentes. Después del intento de asesinato en 1860 no tuvo sino frases generosas para sus atacantes. La magnanimidad de Castilla es un contraste con la crueldad de que hizo gala Santa Cruz, una crueldad reflexiva que firmó conscientemente la sentencia de muerte de Salaverry, pero el mismo Santa Cruz cuando se proponía, sabia ser generoso como lo fue cuando dejó marcharse sin perder un hombre a la expedición chilena, a la cual cercó desde los cerros de Paucarpata. Otro caso de crueldad en contraste con la magnanimidad de Castilla había sido el caso de Salaverry, cuya crueldad era ciega e impulsiva.
Por todas estas características Castilla es una gran figura en nuestra historia. Lo es sobre todo, por su patriotismo, por su honradez, por su sentido de la realidad. Pero con un sentido imparcial hay que reconocer también que tuvo al lado de estas cualidades otras características que no se puede decir igualmente que fueran cualidades. Por ejemplo su arbitrariedad. Castilla había dado ejemplos de ser militar insubordinado, aun desde su juventud. La tradición nos cuenta que durante la campaña de Ayacucho estuvo aherrojado con grillos por orden de Bolívar. Se insubordinó contra Gamarra, se insubordinó contra Orbegoso, se insubordinó contra Vivanco el año 1837, cuando fuera enviada la primera expedición restauradora. ¡Qué no sucedería más tarde cuando se sintió dueño del poder, cuando se sintió superior efectivamente a sus contemporáneos! José Casimiro Ulloa en 1860, dice que el libertador Castilla repitió para sí aquella frase tan vulgar, tan conocida, pero tan gráfica: "El Estado soy yo". Una tradición burlona nos cuenta que alguna vez habiendo sido acechada su casa por los ladrones. Castilla salió gritando: "El gobierno esta aquí".
Ese sentido de arbitrariedad hizo decir a Toribio Pacheco en 1862: "Examínese la conducta pública del general Castilla desde 1844 y dígasenos si su gobierno no ha sido una serie de golpes de Estado. ¿Qué han sido para él las Constituciones -(y ha tenido tres y un Estatuto)- las leyes, los congresos y cuantas instituciones han existido en el Perú? Instrumentos que ha sabido manejar a su antojo según las circunstancias y según le convenía". Pero dicho sentido de arbitrariedad que estaba invívito en su personalidad soldadesca y que estaba acompañado por una serie de arranques de genio, no llegaba a los extremos de la tiranía. Castilla siempre en sus actos políticos más trascendentales invocaba a la larga o inmediatamente la Constitución. Si es verdad que se deshizo de una manera ruda de los liberales que lo habían apoyado en su revolución del 54 lo hizo convocando dos nuevos congresos, a pesar de que podía sentirse en el pináculo de su poder, entonces con la expulsión de los liberales, con el triunfo sobre las huestes de Vivanco en Arequipa y con la victoria en el Ecuador, que podían haber producido una presidencia indefinida. Cuando Castilla fue víctima del intento de asesinato en la Plaza de Armas, "El Comercio", decía con razón, en un editorial que no podría identificarse su figura con aquellas figuras de tiranos sombríos que aparecen como tras de los barrotes de una prisión, en las páginas de Tácito. Y en la "Revista de Lima", Ignacio Novoa escribía que si Castilla hubiera sido asesinado, en realidad "habríamos perdido la única autoridad que por lo menos merece nuestra resignación y nuestro silencio".
De acuerdo con ese carácter arbitrario de su personalidad, carecía de un criterio profundo, en lo que se refiere a las cuestiones políticas y sociales. Para él la situación política se le presentaba frente a las siguientes palabras: subir, durar. No se preocupaba tanto de encarar los problemas, sino de encarar las situaciones. Aun cuando encaró algunos problemas, como por ejemplo la libertad de los esclavos y la supresión del tributo de los indios, los encaró como simples situaciones, pues dejó de realizar, tanto la emancipación de los esclavos como la abolición del tributo, en todo el período de seis años que gobernó entre 1845 y 1851 y proclamó ambos principios cuando lo creyó conveniente; y más tarde quiso restablecer el tributo. Por inconsciencia o indiferencia permitió que en sus gobiernos empezara y prosiguiera el vicioso sistema de expendio del guano basándose en consignaciones, fuente de males trascendentales; y toleró la dación de la ley de la consolidación de la deuda que también dio lugar a numerosos fraudes. Y por todo ello es que fundamentalmente debemos escatimarle una admiración total a su personalidad.
Y es así como, comentando el rechazo del principio de la reelección que por 53 votos contra 52 realizo el congreso de 1860, recordaba don Mariano Alvarez que en su segundo período Castilla no se había ocupado de la hacienda ni del mejor orden administrativo, ni de abrir nuevas fuentes de producción, ni de prodigar la instrucción, agregando: "El general Castilla no ha sabido ni sabe que es lo que puede o debe hacerse pare promover el engrandecimiento del país: estos no son sus arranques; el general Castilla pertenece al numero de los hombres que ven en el poder un fin, un goce, no un medio pare llenar grandiosos fines. Hombre de otra época, no llena las necesidades de la actual. El general Castilla será un héroe en la guerra civil, será un hombre de honradez personal acrisolada, de patriotismo ardiente, en fin, de los mejores sentimientos que quiera atribuírsele pero los sentimientos no bastan".
Se ha dicho, sin embargo, que el grande hombre en la acción no debe representar si no cualidades de activismo, de relieve personal que lo conduzcan rápida o prominentemente a la cumbre de la vida. No hay que buscar siempre en quienes actúan en el plano de las realidades un sentido místico, dialéctico, unilateral. La vida tiene una serie de incongruencias, de complicaciones ante las cuales muchas veces las transacciones son fatales. Pero el grande hombre de acción no debe ser únicamente un hermoso ejemplar de la fauna humana. Es grande en la política, en la acción, no tanto aquel que alcanza éxito, porque el éxito no es un oráculo, ya que la gloria no es una amoral supervivencia de los más fuertes y el darwinismo desprestigiado en la ciencia natural no debe ser exhumado para aplicarse en la Historia. Es grande en la acción (Castilla ni ninguno de los caudillos de su tiempo lo fueron del todo) aquel que se identifica con la nación. Es grande pues, el que puede sobrevivir por la gratitud muchas veces silenciosa de cualquier habitante humilde en cualquier aldea de su patria; aquel cuyas victorias aunque sean pródigas en vidas humanas puede decirse que siempre son buenas acciones.
Este texto ha sido tomado de Perú Problema y Posibilidad,
Jorge Basadre, Editorial Studium, 5ta. Edición, 1987, pp. 35 - 48.
Ha terminado el período de la afirmación de la nacionalidad. Nuevas inquietudes, nuevos caudillos surgen. La figura más importante de ese nuevo período es la de Ramón Castilla. Desde 1841 hasta 1862 puede decirse que ejerce preponderancia en el Perú. Dos veces llega al gobierno, concluyendo ambos períodos: de 1845 a 1851 y de 1855 a 1862. Su primera y también aunque en mucho menor grado, su segunda administración implican los momentos más culminantes en la vida del Perú, entonces.
Don Ramón Castilla nació el 30 de agosto de 1797, en el pueblo de Tarapacá. Tarapacá era en aquella época simplemente un grupo de casas que rodeaban a una iglesia. Ni por su paisaje, ni por su clima Tarapacá era propicio para dar tipos de carácter contemplativo. Más bien tenía latente la posibilidad de producir gente sobria y frugal y al mismo tiempo práctica, de acción. Por herencia, Castilla recibiría también sugestiones de orden análogo. Su padre, don Pablo Castilla, bonaerense, había sido cateador de minas. Su abuelo Pedro Pablo Castilla había venido a América como empleado de hacienda del virreinato. Su madre doña Francisca Marquesado, provenía de un origen no español, sino genovés. La cuna de Castilla no estuvo, como la de Santa Cruz, mecida por leyendas suntuosas. Sin embargo, cuando ya Castilla fue un hombre en cuyos antecedentes se fijó la curiosidad y el interés de sus compatriotas, alguna vez aludió a que provenía de origen más que decente, dividiendo a los hombres en tres categorías: los que provienen de origen más que decente, los de origen decente y los de oscuro origen. Pero la verdad es que por su ignorancia intuitiva, por su astucia cazurra, por su tenacidad, por su rudeza campechana, Castilla es un exponente mas bien plebeyo, como lo demuestra también su tipo físico.
Cuando se revisa la vida de los caudillos militares en el Perú, inclusive por cierto la figura de Castilla, como primera característica, se encuentra su intensidad de vida. Comparable es la vida de los caudillos militares a la vida de los conquistadores españoles. Francisco García Calderón dice que quizá solo en el Renacimiento y en la Revolución Francesa hubo tanta exuberancia de personalidad. Fueron soberbios ejemplares de vida intensa los caudillos. Ambularon por todo el territorio, desde Tarapacá a Piura, arriesgando la vida y el poder. Para lograr la Presidencia había que ser el artesano del propio destino. Había que entrar a la campaña como si se fuera un soldado. Así Castilla el año de 1843 desembarcó en Arica con 8 hombres pare emprender la campaña que lo llevó a su primera presidencia. Y el año 1854 cuando se dirigía a Arequipa empleo un subterfugio para poder pasar él solo el río Camaná. Ya en el ocaso de su vida con más de sesenta años de edad, se embarca en Caldera pare querer arrebatarle en el campo de batalla la presidencia a Prado y hace un trayecto maravilloso a caballo en cuarentiocho horas a través de arenales yermos.
Junto a esta característica general de intensidad de vida existe otra característica fundamental en muchos caudillos militares y sobremanera en Castilla. Es la audacia. Por falta de audacia quizá no alcanzaron un rol prominente La Fuente ni Nieto. La audacia había tenido ya un representativo en Salaverry. Pero la audacia de Salaverry había sido una audacia turbulenta, vesánica, impulsiva. La audacia de Castilla está demostrada en la manera como las tres veces que se lanza a la conquista del poder él asume sus actitudes; y está demostrada también en innumerables episodios de su vida, inclusive cuando manda a beber en el río a las tropas enemigas en el combate de San Antonio (1844), cuando se lanza en un pontón viejo desde el Callao hasta el norte el año 1857, mientras amagaba en la costa la revolución de Vivanco. Pero era una audacia equilibrada. Estaba acompañada por un sentido innato de la astucia. Por ella supo sacar partido de la colaboración de los hombres distinguidos o eminentes con los que a veces se rodeó; por ella se vinculó a la abolición del tributo, de la esclavitud, de la pena de muerte, a la implantación de los presupuestos, a las obras públicas que europeizaron un poco el Perú.
Castilla tenia otra característica fundamental, que era la tenacidad. Una vez lanzado a una empresa su fe la llevaba adelante por encima de todas las contrariedades. No cayó en gestos de desengaño, de desidia, de abulia como los que abundan en la vida de su rival perpetuo Vivanco. Tenía una fe inmensa en su estrella. Algún parecido tenía esa fe con sus costumbres de jugador.
No solamente en eso se diferencian Vivanco y Castilla. Desde 1841 en cuya guerra civil ambos se derrotaron, han de luchar siempre. Castilla derriba el fastuoso edificio del Directorio. Más tarde, en 1851, Vivanco será vencido en las elecciones por la hostilidad que le prodiga Castilla desde la presidencia. Y en 1864 Vivanco creerá que es en beneficio de él la revolución de Arequipa que, sin embargo, Castilla usufructúa sintiéndose Vivanco obligado a negarle su apoyo y aún a combatirla; y, por último, en 1856 en vano intentará Vivanco nuevamente cruzar el destino triunfador de Castilla. La rivalidad de Vivanco y Castilla es junto con la rivalidad de Manuel Pardo y Nicolás de Piérola la más honda, la más perdurable que ha habido en el Perú. Pero la rivalidad de Pardo y Piérola es de distinta especie. Es originada por motivos sociales, económicos. En cambio, la de Vivanco y Castilla es más descarnadamente una rivalidad de ambición. Es ante ella precisamente donde puede decirse que las guerras civiles en el Perú fueron luchas de ambiciones impacientes. Pero si se fuera a buscar una causa más honda a esta rivalidad que perduró a pesar de que en el Perú la política es una contradanza, en donde en poco tiempo se está al lado de quien se tuvo al frente y viceversa, se podría decir que es la lucha implacable del caudillaje blanco y el mestizo, del militar de salón o de academia y del militar de cuartel y de campamento; de la inteligencia cultivada y del instinto, del hombre que medita y habla mucho y del que hace y habla poco, de la abulia y de la tenacidad, de la rigidez y de la ductibilidad. Vivanco desdeñaba a Castilla y éste desdeñaba a Vivanco. Para Castilla, Vivanco era un hombre necio, inepto y vano; lo llamaba, sonriendo, el cadete. Para Vivanco, Castilla era un producto de los trastornos consiguientes a la guerra de la emancipación; carecía de las luces que la "ciencia del gobierno" requiere pero tenía el don de la trapacería. Vivanco se sentía coactado por el dinamismo, por la ductibilidad de su enemigo y por eso alguna vez dijo que carecía de habilidad pare andar por el dédalo de las intrigas, por las cuales perillanes resultan personajes en el Perú: tenía un gesto aristocrático de desdén para lo que él llamaba los amaños de Castilla. Las ocurrencias de Castilla fueron muy populares porque se burlaban de los hombres o los caracterizaban; de Vivanco se recordaba mas bien que sabía pronunciar la "c" y la "z" correctamente y que divulgó la frase "de los corrientes" en las cartas. Castilla tiene un monumento; Vivanco merece una novela.
Como la conquista de la presidencia era entonces una campaña militar, como se entraba al palacio de gobierno después de recoger la banda presidencial en las batallas, las condiciones de previsión estratégica y de valor personal eran fundamentales para triunfar y para conservar la presidencia de la República. Castilla las tuvo como ningún otro caudillo militar del Perú. Si hasta nosotros llega la fama estratégica de Gamarra, hay en la vida de éste momentos negros, desde el combate de la Macacona que pierde durante la guerra de la Independencia y la batalla de Yanacocha que pierde contra Santa Cruz, hasta la batalla de Ingavi, en la cual muere. San Román tenía fama de gran soldado, pero para organizar, no para combatir Los laureles conquistados por Castilla, en Barón en 1838, en Yungay en 1839, en Cuevillas en 1841, en Pachía, San Antonio y Carmen Alto en 1843-44, en campaña de 1854 íntegra en que enfrentándose a un ejército aguerrido, el más brillante que había tenido el Perú fue avanzando lento y seguro hasta Lima para obtener el triunfo decisivo en La Palma, en la campaña del 57 en el norte y en Arequipa, y en la campaña contra el Ecuador constituyen una demostración de su genio militar: vienen a formar parte de los momentos culminantes dentro de la historia bélica peruana. Pero el hombre de vivac, el hombre de campamento en Castilla estaba unido al hombre de gabinete. No por condiciones de cultura; pero esa falta de cultura él la disimulaba por su innato conocimiento de los hombres y cosas, la suplía con dos grandes armas: el instinto y la experiencia.
Cuando llego al poder Castilla en 1845 era ya un hombre maduro, aunque había pasado toda su vida al servicio de la patria. De manera que ya tenía experiencia profunda sobre el país; pero cuando era un subalterno ya demostraba su golpe de vista en aquellas cartas del año 34 aconsejando a Orbegozo una serie de medidas que bien pudieron impedir su caída final.
Por esa aptitud para saber aflojar o ajustar de acuerdo con las tendencias últimas de los acontecimientos, que los espíritus racionalistas a veces no perciben Castilla ha llegado hasta la posteridad con la aureola de su sentido de la realidad y esto está demostrado por la numerosa cantidad de anécdotas que sobre él se cuentan, (algunas de ellas atribuidas también a otros personajes) y en las cuales en medio de agudezas de viejo de salidas soldadescas el humorismo criollo tiene una de sus manifestaciones típicas, y hay lecciones prácticas de filosofía, conceptos agudos que vienen a ser trasuntos de la ciencia de conocer a los hombres.
Hay una característica todavía más saltante que la intensidad de vida, que la audacia, que la astucia, que la tenacidad, que las condiciones estratégicas y de valor militar y personal, que el conocimiento de los hombres y cosas en la personalidad de Castilla y es su patriotismo. Castilla había sido uno de los fundadores de la república. Había actuado en Ayacucho y esta circunstancia la estimaba él como casi todos los militares de la Independencia en análogas condiciones como una predestinación. Cuando en 1862 el país estuvo conmovido ante la amenaza de la invasión europea, iniciada en Santo Domingo y México, se celebró el aniversario nacional con singular entusiasmo y en una de las fiestas de entonces, en el campo de Amancaes, se presentó Castilla y brindó por la patria, diciendo: que si dentro de muchos siglos sus cenizas pudieran servir de base para una columna para la libertad, probablemente se estremecerían de placer. Su actitud siempre profundamente hostil a la Confederación Peruano-Boliviana en contraste con otros que la aceptaron primero para combatirla después, su sentido de previsión en lo que se refiere a crear la marina, en lo que se refiere a procurar explotar y conocer el Oriente, son matices de su afán de identificación con la patria. Por eso lleva la bandera peruana al Ecuador en 1859 y amenaza con llevarla a Bolivia en 1860, por eso no solamente había calculo político sino también sincera emoción probablemente en su actitud hostil contra las transacciones del gobierno de Pezet, frente a la escuadra española que había humillado al país.
Y es así como puede no aparecer exagerada aquella anécdota que nos lo pinta en París cuando fue llevado por el ministro Iturregui a visitar, a conocer esa ciudad. Ante los Campos Elíseos dijo, que más lleno de sombra y de encanto era la Alameda de los Descalzos, ante la catedral de Notre Dame, dijo que tenía más luz la catedral de Lima y ante el cadáver de Leopoldo I, rey de los belgas, que estaba exponiéndose con la cara descubierta, uniformado y lleno de condecoraciones, dijo que más marcial era la figura del cholo mariscal San Román. Y así tuvo o quiso tener una identificación profunda con el país que no la tuvo por ejemplo, Vivanco, que aún viviendo en el Perú sentía la nostalgia de la paz de Chile, creada por una casta oligárquica, previsora y despótica.
Castilla tenía otra característica también saltante, y era la de su honradez. Se puede decir en general que en la primera época de nuestra historia republicana nuestros caudillos militares, a pesar de sus errores y vicios políticos fueron honrados. El testamento de Salaverry es un documento emocionante a este respecto. Su fortuna apenas si consistía en unos cuantos pesos que había dejado en poder del comandante de un buque extranjero. Pero Castilla fue honrado en un momento en que el Fisco no estaba exhausto como en la primera época de nuestra historia republicana. Castilla fue honrado cuando el guano estaba produciendo un fenómeno vertiginoso de ascensión en la cifra del presupuesto nacional Y que esa honradez fue un hecho auténtico lo demuestra la circunstancia de que apenas tuviera como bienes, cuando murió en las pampas desoladas de Tarapacá una casa que servía de habitación a su esposa doña Francisca Canseco, casa que fue embargada por los acreedores, y se cuenta que algunos de ellos, con una generosidad bien rara, revocaron parte de sus créditos.
Castilla tiene asímismo otra característica fundamental dentro de su personalidad y es la magnanimidad. Por la misma circunstancia de que no llevaba un sentido trascendente a la vida política, por el mismo hecho de que el carácter criollo es propicio a la templanza esto produjo grandes frutos a favor suyo. Dos días después de la batalla de Carmen Alto contra el ejército de Vivanco mando avisar a los fugitivos y a los que estaban ocultos que podían dedicarse tranquilamente a sus labores. Poco tiempo después llamaba a los ministros a enemigos suyos como habían sido, Pardo Aliaga y Paz Soldán. En 1854 cuando triunfó en La Palma su revolución contra Echenique, autorizó una serie de medidas tremendas contra los vencidos, pero se realizaron estas medidas de acuerdo con el espíritu de la revolución y fueron impuestas entonces no tanto por Castilla sino por sus consejeros principales los líderes del Liberalismo. Castilla cuando se desligó de 109 liberales inició frente a la Convención Nacional un franco acercamiento a los vencidos en La Palma. Y más tarde, fueron ministros y consejeros algunos de los que habían sido ministros y consejeros de Echenique. Una de sus medidas más dramáticas la que se refiere a la reducción de Arequipa a la categoría de provincia, no duró dos meses. Su magnanimidad dio lugar a un caso interesante para la historia literaria del país. Fuentes "El Murciélago" había sido uno de los periodistas que más había atacado a Castilla en su periódico, lleno de caricaturas e invectivas y hasta en una "Biografía". Sin embargo, poco tiempo después que se publicó este folleto, Castilla buscó la manera de favorecer personalmente a Fuentes. Después del intento de asesinato en 1860 no tuvo sino frases generosas para sus atacantes. La magnanimidad de Castilla es un contraste con la crueldad de que hizo gala Santa Cruz, una crueldad reflexiva que firmó conscientemente la sentencia de muerte de Salaverry, pero el mismo Santa Cruz cuando se proponía, sabia ser generoso como lo fue cuando dejó marcharse sin perder un hombre a la expedición chilena, a la cual cercó desde los cerros de Paucarpata. Otro caso de crueldad en contraste con la magnanimidad de Castilla había sido el caso de Salaverry, cuya crueldad era ciega e impulsiva.
Por todas estas características Castilla es una gran figura en nuestra historia. Lo es sobre todo, por su patriotismo, por su honradez, por su sentido de la realidad. Pero con un sentido imparcial hay que reconocer también que tuvo al lado de estas cualidades otras características que no se puede decir igualmente que fueran cualidades. Por ejemplo su arbitrariedad. Castilla había dado ejemplos de ser militar insubordinado, aun desde su juventud. La tradición nos cuenta que durante la campaña de Ayacucho estuvo aherrojado con grillos por orden de Bolívar. Se insubordinó contra Gamarra, se insubordinó contra Orbegoso, se insubordinó contra Vivanco el año 1837, cuando fuera enviada la primera expedición restauradora. ¡Qué no sucedería más tarde cuando se sintió dueño del poder, cuando se sintió superior efectivamente a sus contemporáneos! José Casimiro Ulloa en 1860, dice que el libertador Castilla repitió para sí aquella frase tan vulgar, tan conocida, pero tan gráfica: "El Estado soy yo". Una tradición burlona nos cuenta que alguna vez habiendo sido acechada su casa por los ladrones. Castilla salió gritando: "El gobierno esta aquí".
Ese sentido de arbitrariedad hizo decir a Toribio Pacheco en 1862: "Examínese la conducta pública del general Castilla desde 1844 y dígasenos si su gobierno no ha sido una serie de golpes de Estado. ¿Qué han sido para él las Constituciones -(y ha tenido tres y un Estatuto)- las leyes, los congresos y cuantas instituciones han existido en el Perú? Instrumentos que ha sabido manejar a su antojo según las circunstancias y según le convenía". Pero dicho sentido de arbitrariedad que estaba invívito en su personalidad soldadesca y que estaba acompañado por una serie de arranques de genio, no llegaba a los extremos de la tiranía. Castilla siempre en sus actos políticos más trascendentales invocaba a la larga o inmediatamente la Constitución. Si es verdad que se deshizo de una manera ruda de los liberales que lo habían apoyado en su revolución del 54 lo hizo convocando dos nuevos congresos, a pesar de que podía sentirse en el pináculo de su poder, entonces con la expulsión de los liberales, con el triunfo sobre las huestes de Vivanco en Arequipa y con la victoria en el Ecuador, que podían haber producido una presidencia indefinida. Cuando Castilla fue víctima del intento de asesinato en la Plaza de Armas, "El Comercio", decía con razón, en un editorial que no podría identificarse su figura con aquellas figuras de tiranos sombríos que aparecen como tras de los barrotes de una prisión, en las páginas de Tácito. Y en la "Revista de Lima", Ignacio Novoa escribía que si Castilla hubiera sido asesinado, en realidad "habríamos perdido la única autoridad que por lo menos merece nuestra resignación y nuestro silencio".
De acuerdo con ese carácter arbitrario de su personalidad, carecía de un criterio profundo, en lo que se refiere a las cuestiones políticas y sociales. Para él la situación política se le presentaba frente a las siguientes palabras: subir, durar. No se preocupaba tanto de encarar los problemas, sino de encarar las situaciones. Aun cuando encaró algunos problemas, como por ejemplo la libertad de los esclavos y la supresión del tributo de los indios, los encaró como simples situaciones, pues dejó de realizar, tanto la emancipación de los esclavos como la abolición del tributo, en todo el período de seis años que gobernó entre 1845 y 1851 y proclamó ambos principios cuando lo creyó conveniente; y más tarde quiso restablecer el tributo. Por inconsciencia o indiferencia permitió que en sus gobiernos empezara y prosiguiera el vicioso sistema de expendio del guano basándose en consignaciones, fuente de males trascendentales; y toleró la dación de la ley de la consolidación de la deuda que también dio lugar a numerosos fraudes. Y por todo ello es que fundamentalmente debemos escatimarle una admiración total a su personalidad.
Y es así como, comentando el rechazo del principio de la reelección que por 53 votos contra 52 realizo el congreso de 1860, recordaba don Mariano Alvarez que en su segundo período Castilla no se había ocupado de la hacienda ni del mejor orden administrativo, ni de abrir nuevas fuentes de producción, ni de prodigar la instrucción, agregando: "El general Castilla no ha sabido ni sabe que es lo que puede o debe hacerse pare promover el engrandecimiento del país: estos no son sus arranques; el general Castilla pertenece al numero de los hombres que ven en el poder un fin, un goce, no un medio pare llenar grandiosos fines. Hombre de otra época, no llena las necesidades de la actual. El general Castilla será un héroe en la guerra civil, será un hombre de honradez personal acrisolada, de patriotismo ardiente, en fin, de los mejores sentimientos que quiera atribuírsele pero los sentimientos no bastan".
Se ha dicho, sin embargo, que el grande hombre en la acción no debe representar si no cualidades de activismo, de relieve personal que lo conduzcan rápida o prominentemente a la cumbre de la vida. No hay que buscar siempre en quienes actúan en el plano de las realidades un sentido místico, dialéctico, unilateral. La vida tiene una serie de incongruencias, de complicaciones ante las cuales muchas veces las transacciones son fatales. Pero el grande hombre de acción no debe ser únicamente un hermoso ejemplar de la fauna humana. Es grande en la política, en la acción, no tanto aquel que alcanza éxito, porque el éxito no es un oráculo, ya que la gloria no es una amoral supervivencia de los más fuertes y el darwinismo desprestigiado en la ciencia natural no debe ser exhumado para aplicarse en la Historia. Es grande en la acción (Castilla ni ninguno de los caudillos de su tiempo lo fueron del todo) aquel que se identifica con la nación. Es grande pues, el que puede sobrevivir por la gratitud muchas veces silenciosa de cualquier habitante humilde en cualquier aldea de su patria; aquel cuyas victorias aunque sean pródigas en vidas humanas puede decirse que siempre son buenas acciones.
Este texto ha sido tomado de Perú Problema y Posibilidad,
Jorge Basadre, Editorial Studium, 5ta. Edición, 1987, pp. 35 - 48.
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