sábado, 29 de septiembre de 2012

Hidalgo y el insulto complaciente a la lectura


Siguiendo con la saga del poeta nacido en Arequipa....
Alberto Hidalgo L. y Ricardo Palma e hijo

Una de sus más recurrentes víctimas fue Clemente Palma. La razón de tal “preferencia” quizá encuentre elucidación, en principio, por tratarse del hijo del más connotado adversario de su admirado Manuel González Prada: Ricardo Palma. En segundo lugar, está un comentario –que evidentemente le sentó pésimo a Hidalgo– que escribió Clemente Palma en Variedades con motivo de la aparición del poemario de tono futurista Arenga lírica al emperador de Alemania. Al autor de Cuentos malévolos Hidalgo le dirigió párrafos como éstos: “El doctor Clemente Palma ha resollado por la herida. Ha respondido al juicio que hice de su persona y obra en mi libro Hombres y bestias, diciendo, sin nombrarme por supuesto, que mi ‘baba corrosiva le ha manchado los zapatos’ y que como he de acabar en una cárcel tendrá paciencia para esperar a reemplazarlos con los que yo fabrique cuando purgue mis culpas. ¡Qué tal tipo!

Le ha parecido demasiado audaz, al doctor Palma, que un mozo de veintitantos años le abofetee el rostro de mico sucio. Le ha parecido demasiado audaz, porque es la primera vez, según entiendo, que en el Perú se tiene la valentía de rebelarse contra la gravedad mestiza de los que se han creído y se creen autoridades literarias. Pero era ya necesario que los jóvenes encañonáramos nuestra rebeldía contra estas fortalezas convencionales que se alzan en medio del camino para interrumpirnos el paso. Y por cierto que mi vanidad personal se infla hiperbólicamente cuando me fijo en que soy uno de los que van a la vanguardia del ejército demoledor.

Con el único título de ser autor de un libro de cuentos, escritos entrando a saco en el cercado ajeno, es que se presentó este señor en el campo de las letras exhibiendo armas de crítico. Y, ¡claro!, para vengar sus fracasos literarios se dedicó a fastidiar a los que iban delante. Siempre con sus chistecillos de barrio bajo, su estilo aglutinado y petulante, su socarronería malsana y sus reticencias cobardes y humildosas. Nunca elogió francamente, nunca supo alentar, nunca estimuló. Cuando decía algún ditirambo lo acompañaba de peros. ¿Y esto por qué? Porque cuando encontraba algo bueno, se ponían a ladrar desaforadamente los canes de su envidia. Y entonces eran derrames de bilis, de sordas cóleras, de bajos sentimientos, sus artículos preñados de sandez. Además, hay que tener en cuenta que este bicho es un alarmante caso de hipertrofia de severidad. Pero los garrotazos que propina no hacen victimas, felizmente. Los a quienes nos atacó –después de habernos elogiado– hemos continuado escribiendo sin hacer caso de sus majaderías, sin escuchar sus consejos; hemos seguido trabajando incansablemente y escuchando, mal que le pese, voces de aplausos y aliento que honrarían a cualquiera: tal la valía de quienes nos las han prodigado.

No debería extrañarme de la bajeza de sus sentimientos, conociendo, como conozco, antecedentes suyos. Además, el ser miserable le viene de raza. Blanco-Fombona nos ha contado la historia de cómo vino al mundo don Ricardo Palma, su padre, en estas breves y justicieras líneas que reproduzco con el objeto de vulgarizarlas más, si cabe: ‘En los ejércitos de la Gran Colombia que pasaron al Perú con el Libertador, había muchos negros de nuestras africanas costas. Conocida es la psicología del negro. La imprevisión, el desorden, la tendencia al robo, a la lascivia, la carencia de escrúpulos, parecen patrimonio suyo. Los negros de Colombia no fueron excepción. Al contrario: en una época revuelta, con trece años de campamentos a las espaldas, y en país ajeno, país al que en su barbarie consideraban tal vez como pueblo conquistado, no tuvieron a veces más freno ni correctivo sino el de las cuatro onzas de plomo que a menudo castigaban desmanes y fechorías. Una de aquellas diabluras cometidas en los suburbios de Lima por estos negros del Caribe fue la violación; un día o una noche, de ciertas pobres y honestas mujeres. De ese pecado mortal desciende Ricardo Palma’. Y si a esto se agrega su bastardía –la de Clemente Palma–, bastardía de que él parece avergonzarse, se tiene que nos encontramos ante un perfecto representativo del hombre ruin.
Y este perfecto representativo del hombre ruin es quien desde las columnas de una revistilla que dirige, hipócritamente, pues no me nombra, ha pretendido asustarme con sus ladridos de despecho, de desvergüenza y de cinismo. Pero se ha equivocado el zopenco. Cuando se es joven no se le teme a ningún zambillo fabricado de contrabando; cuando se es joven no se tiene pelos en la lengua y menos en la pluma; cuando se es joven se tiene el brazo fuerte y el espíritu altivo. Tome nota de ello el señor Palma, que puede que le convenga”. 

En: De muertos, heridos y contusos. Libelos de Alberto Hidalgo. Lima, Sur Librería Anticuaria, 2004, pp. 135-138.

http://www.elhablador.com/hidalgo3.htm

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