miércoles, 12 de septiembre de 2012

Hèroes de Arica y Tarapacà


Los últimos instantes del Coronel Francisco Bolognesi
(7 de junio de 1880)
Álvaro Sarco
"...Esta será seguramente una de las últimas noticias que te lleguen de mí, porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro y que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el enemigo superior a las fuerzas peruanas son latentes y determinantes. Los días y las horas pasan y las oímos como golpes de campana trágica que se esparcen sobre éste peñasco de la ciudadela militar engrandecida por un puñado de patriotas que tienen su plazo contado y su decisión de pelear sin desmayo en el combate para no defraudar al Perú...”
(Extracto de la carta de Francisco Bolognesi a su esposa).
Arduo cuando no imposible resulta reconstruir con precisión los últimos momentos del Coronel Francisco Bolognesi en la Batalla de Arica. Los partes oficiales peruanos y chilenos, los ulteriores testimonios de veteranos de guerra de ambos lados, así como otras fuentes documentales, ofrecen a menudo versiones tan contrapuestas, que han causado no pocos problemas a los historiadores. Veamos.
Fig.1: 
Coronel Francisco Bolognesi y los oficiales de Arica.
Los partes oficiales chilenos no aportan, en la cuestión que nos convoca, mayores pormenores. Así, el General Manuel Baquedano apenas dice: “...El enemigo perdió a sus mejores jefes. El que no cayó prisionero rindió la vida...” Por su lado, el Coronel Pedro Lagos, responsable directo del criminal asalto, apuntó: “...El sargento mayor señor Saldívar, a la cabeza de su regimiento, siguió el ataque (...) hasta arrollar completamente al enemigo en sus últimas trincheras, donde, por fin, se rindieron a discreción 60 y tantos entre jefes y oficiales, y más de 300 individuos de tropa...” Parecido tenor posee el parte de guerra del aludido Luis Solo Zaldívar: “...el regimiento siguió atacando al enemigo hasta que lo estrechó dentro de las fortalezas del Morro donde se rindieron 60 entre jefes i oficiales i 300 individuos de tropa (...) Las [bajas] del enemigo, en los distintos puntos que lo atacó el regimiento no serian menos de 200 muertos, entre los que se encuentra el coronel Bolognesi jefe de la guarnición de Arica, el comandante Moore que mandaba las baterías del Morro i muchos otros jefes i oficiales i unos 150 heridos...”
Los partes peruanos de guerra suministran mayores datos respecto al tema planteado. En primer lugar tenemos el de Manuel C. de la Torre, Jefe de Estado Mayor de la Plaza: “...Palmo a palmo y con empeñoso afán, fueron defendidas nuestras posiciones hasta el ‘Morro’, donde nos encerró y redujo a unos pocos, el dominante y nutrido fuego del enemigo por una hora. Eran las 8 y 59 de la mañana, cuando todo estaba perdido; muertos casi todos los Jefes, prisioneros los que quedaban, dos únicos, y arriada por la mano del vencedor nuestra bandera...” El parte del argentino, y por entonces teniente coronel del ejército peruano, Roque Sáenz Peña, noticia lo siguiente: “... La oficialidad y tropa del medio Batallón que logré subir [al Morro] estaba ya diezmada; los tres Jefes subalternos no pudieron seguirme, y yo me hallaba herido desde el principio del combate, de un balazo en el brazo derecho que me permitió sin embargo mantenerme a caballo hasta los últimos momentos en que tuve que abandonarlo por serme ya imposible darle dirección; fue entonces que nos reunimos con US. Los señores Coroneles don Francisco Bolognesi y don Guillermo Moore, cayendo a nuestro lado estos dignos Jefes atravesados por el plomo de una fuerte descarga...” Finalmente, merece resaltarse particularmente el parte del capitán de corbeta, y segundo jefe de las baterías del Morro, Manuel Ignacio Espinoza Camplodo: “...la tropa que tenía su rifle en estado de servicio, seguía haciendo fuego, hasta que los enemigos invadieron el recinto haciendo descargas sobre los pocos que quedábamos allí; en esta situación llegaron a la batería, el señor Coronel D. Francisco Bolognesi, Jefe de la Plaza, Coronel D. Alfonso Ugarte, Ud. (se refiere a Manuel C. de la Torre, a quien está elevado el parte), el teniente Coronel D. Roque Sáenz Peña, que venía herido, el Sargento Mayor D. Armando Blondel y otros que no recuerdo; y como era inútil toda resistencia, ordenó el señor Comandante General que se suspendieran los fuegos, lo que no pudiendo conseguirse a viva voz, el señor Coronel Ugarte fue personalmente a ordenarlo a los que disparaban situados al otro lado del cuartel, en donde dicho jefe fue muerto (...) A la vez que tenían lugar estos acontecimientos, las tropas enemigas disparaban sus armas sobre nosotros, y encontrándonos reunidos los señores Coronel Bolognesi, Capitán de Navío Moore, Teniente Coronel Sáenz Peña, Ud., el que suscribe y algunos oficiales de esta batería, vinieron aquellos sobre nosotros y, a pesar de haberse suspendido los fuegos por nuestra parte, nos hicieron descargas de los que resultaron muertos el señor Coronel Comandante General de la Plaza D. Francisco Bolognesi y el señor Capitán de Navío D. Juan G. Moore, habiendo salvado los demás por la presencia de oficiales que nos hicieron prisioneros...”
Leamos ahora lo que registraron los corresponsales de prensa de la época. Según (como se verá después) el poco fiable corresponsal en campaña de El Mercurio de Santiago, Bolognesi murió así: “...Caído el Comandante San Martín, los oficiales y soldados del 4°, antes de detenerse a llorarlo, procuraron vengar su herida. Como una avalancha humana hicieron irrupción en el Morro, yendo a la cabeza el Mayor Solo de Zaldívar, sin hacer caso de la granizada de balas que llovía sobre sus cabezas ni detenerse a mirar quien caía y quien seguía. Los inconscientes peruanos, que hasta ese momento habían continuado sus disparos, los suspendieron entonces como si hubieran visto una aparición maravillosa, y arrodillándose delante de nuestros soldados decían: ¡Perdón! ¡Viva Chile! como quien recita una oración. Sólo Moore y Bolognesi continuaron haciendo fuego con sus respectivos revólveres, hasta que un soldado tendió muerto instantáneamente a éste de un balazo que le atravesó el cráneo. El Mayor Saldívar se adelantó entonces hacia Moore intimándole rendición; pero éste, en lugar de contestarle, hizo contra él un disparo de revólver, y Zaldívar entonces, sacando el suyo le dio uno en el pecho que le causó al instante la muerte. Cayó al lado de Bolognesi, y es digno de figurar a su lado. Así se les dejó hasta la tarde mientras se buscaban los medios de enterrarlos dignamente, como lo merecen los bravos que mueren por la patria. Sin embargo, ni Moore ni Bolognesi eran peruanos de raza...”
A este versión (o a parte de ella) le salió al frente con una carta –desde el campamento de Calama- el propio Mayor chileno Saldívar, el 6 de julio de 1880: “...Es inexacto que yo haya muerto a Moore. Este Jefe, como Bolognesi, murieron en el Morro, de disparos de rifle ejecutados por nuestros soldados. Cuando yo entré en esa fortificación eran ya cadáveres, y todos, oficiales y tropa de este regimiento que ahí se batieron, están conformes en creer que ambos jefes cumplieron ese día con su deber. Una vez rendido el Morro hice yo apartar sus cadáveres para que se les diera una sepultura decente”.
Una carta de la época, escrita por un Jefe Chileno, y publicada por el Ferrocarril de Santiago dice: “Las fortificaciones de Arica eran magníficas, pero para que fuesen enteramente inexpugnables necesitaban ser defendidas por una fuerza que no bajase de 5 á 6,000 hombres. Este es el motivo porque las hemos tomado en pocas horas, cuando bien defendidas habrían resistido el ataque de 12 á 15,000 hombres. Los enemigos se han batido muy bien, como que sabían que la cosa valía la pena, pues no se daba cuartel en el combate”.
Por nuestro lado, el corresponsal de El Nacional de Lima, Gustavo Rodríguez, narró como sigue la muerte de Bolognesi: “El éxito no era dudoso; dueño de las primeras trincheras ¡ríndanse! gritaban, y Bolognesi, el heroico viejecito, aún tenía la suficiente voz para dejar oír su contestación sublime de ¡NO... SOBRE MI CADÁVER! Una bala le destrozó el cráneo. Los chilenos entraron. Moore aún vivía y combatía. ¡Basta, muchachos!, exclamó, queriendo salvar la vida a los valientes que combatían a su lado. No pudo concluir la frase. Armando Blondel, después de haber arrancado la bandera chilena que ya había sido puesta en el Morro, se precipita hacia el mar, según una de las versiones, siguiendo el ejemplo, del denodado Ugarte”. Por lo demás, en 1880, el diario La Patria de Lima reconstruyó de esta manera –valiéndose de diversas informaciones recibidas desde Chile- la escena final de la batalla: “Cuando los chilenos treparon al Morro, los Comandantes La Torre y Sáenz Peña se encontraban junto a More y Bolognesi que se apoyó junto a la pared de tablas del comedor de oficiales (perteneciente a la Marina), ahí un soldado le descargó un culatazo despedazando el cráneo de aquel patriota y heroico Jefe”.
Si en este primer nivel de las fuentes históricas sobre dicho episodio hay ya una discordia entre el parte de Espinoza frente a las versiones de los corresponsales de prensa, los posteriores testimonios de los veteranos de guerra agravarían el contraste. En un pequeño libro denominado Francisco Bolognesi, escrito por Hugo Neyra Samanez, leemos que estando prisionero en San Bernardo -tras la Batalla de Arica- el Teniente coronel Manuel C. de la Torre Barbarchán (jefe de más alto cargo tras la muerte de Bolognesi y More) afirmó al periódico chileno La Opinión Nacional, en una entrevista realizada el 13 de diciembre de 1880, que no hubo ninguna voluntad de rendición durante la batalla, con lo que habría objetado en parte la versión de Espinosa. Por otro lado, en una carta escrita en Buenos Aires por Roque Saénz Peña el 3 de julio de 1905, y dirigida a Ricardo Silva Arriaga (oficial chileno que lo salvara de morir ante la desaforada tropa sureña) se lee: “Cuanto estuve prisionero en Chile, tuve ocasión de declarar que fue Ud. el primer oficial chileno que pisó el Morro de Arica y contuvo el exterminio de heridos y prisioneros; habían muchos oficiales que aspiraban al mismo honor, pero no los vimos sino muy tarde, cuando la tropa, lejos de la acción de usted, que le mantuvo en nuestra protección, cometía horrores con los caídos...” Roque Sáenz Peña no aclara aquí quienes fueron aquellos oficiales peruanos que estando “heridos y prisioneros”, fueron cobardemente ultimados.
Sin embargo, en otro testimonio del argentino denominado Mis Recuerdos (publicado por la revista Juventud de Arequipa, 1905), descartó que en ese grupo de oficiales prisioneros y luego muertos, hubiera estado el Coronel Bolognesi: “Al amanecer del día siguiente las infantería chilenas que había ganado posiciones durante la noche, rompieron el fuego, al pie de las trincheras; el coronel Bolognesi a caballo, se destaca sobre las alturas del Morro, sirviendo de blanco a las punterías enemigas y haciendo esfuerzos heroicos por detener el ataque, recio y formidable, de los regimientos chilenos, que avanzan sobre un mar de sangre y un hacinamiento de cadáveres. Por fin el fuego cesa dentro de la plaza porque el que no está herido está muerto; Bolognesi sale ileso del combate; fue en aquella situación indecisa cuando un grupo de soldados trepó los parapetos, haciendo una descarga vigorosa con punterías fijas y precisas permitidas por la proximidad de la distancia. Allí cae Moore como tantos otros, atravesando por una multitud de proyectiles y el coronel Bolognesi, el viejo amigo, el anciano venerable, inclina su frente y cae con el alma serena y el rostro plácido y sonriente... una bala le había atravesado el corazón. Cuando volvimos al campo de los muertos buscando los cadáveres de Ugarte y de Zabala, encontramos el cuerpo frío del que fue nuestro jefe. Me detuve un momento en contemplarlo y aun conservo la impresión que me produjo la disposición del cadáver profanado momentos antes; los bolsillos del pantalón estaban vueltos hacia fuera, se le había despojado de la chaquetilla y de las botas y un feroz culatazo le había descubierto la parte superior del cráneo, derramando la masa cerebral sobre el tosco lecho de granito...” Lo que sí no aclara Sáenz Peña es si hubo o no hacia el final alguna orden de “alto al fuego” –tras el fracaso de uno de los principales sistemas defensivos: las minas-, y si el Coronel Bolognesi y More murieron, como dice Espinoza, “a pesar de haberse suspendidos los fuegos de nuestra parte”. La frase de Sáenz Peña: “en aquella situación indecisa”, deja un amplio margen de interpretaciones.
Algunos años después de facilitados los anteriores datos por el aliado argentino, y atravesando las relaciones entre Perú y Chile por un período especialmente tenso, las versiones sobre los últimos instantes del Coronel Bolognesi se polarizarían aún más. De ellas, tomaremos dos ejemplos que ilustrarán claramente lo dicho. El Comercio publicó el 23 de junio de 1909, una carta del veterano de guerra peruano Manuel Salazar -uno de los pocos sobrevivientes del batallón “Artesanos de Tacna”- destinada al “restablecimiento de la verdad histórica” (como respuesta a algunos testimonios chilenos) y que contenía la siguiente noticia: “Al grupo donde estaban el señor coronel Bolognesi con el capitán de Navío Moore, rodeaban en estrecho perímetro algo así como mil soldados chilenos que se estrecharon a la bayoneta con los de la primera fila. Rota ésta en un desorden espantoso en que se confundían gritos de ¡Viva el Perú! y Chile, los ayes de las víctimas y mil imprecaciones, y estando yo como a diez pasos de mi coronel Bolognesi, éste, revólver en mano disparó sobre la masa chilena. Cayeron heridos, lado a lado, el coronel Bolognesi y el capitán Moore. Yo, sin apercibirme de que había sido herido en el cuello, disparaba contra el grupo. El coronel Bolognesi disparaba con su revólver intentando levantarse, y dándonos ánimo para continuar peleando, volteando hacia mí exclamó: ¡No hay que rendirse! ¡Miserables! ¡Viva el Perú! (...) Al caer desangrado por ésta y la anterior herida, ya mi coronel Bolognesi estaba muerto. Un chileno avanzó y le arrancó la presilla del hombro izquierdo. En este acto de violencia, el cadáver de mi coronel fue movido hasta quedar casi sentado, desplomándose enseguida; otro soldado chileno, entrado en años, le puso el pie sobre el brazo y le arrancó la otra presilla del hombro derecho...” La anterior narración tuvo para el historiador Rubén Vargas Ugarte S.J. un “especial valor”, pues en su opinión hay “tanta sinceridad en el relato y lo enriquecen tantos pormenores que su veracidad está fuera de toda duda”. Nosotros sólo agregaremos que lo mismo podría decirse del parte de Espinosa, con la ventaja, para este último, de que fue escrito el mismo día en que ocurrieron los hechos.
En efecto, al poner sobre el tapete las circunstancias en que murió el Coronel Bolognesi, no se ha pretendido colocar en entredicho el enorme patriotismo de un hombre que, junto a los soldados –en su mayoría civiles enrolados- y oficiales del Ejército del Sur, enfrentaron a una masa de salteadores entrenados –dotados de una abrumadora ventaja material- que invadía el Perú con la saña del que carga un secular complejo de inferioridad. Tales patriotas, para ello, recorrieron las insufribles y áridas pampas que se extienden al sur del Perú (el mismo desierto que le hiciera telegrafiar al felón Daza: “Imposible pasar adelante. El desierto abruma”), equipados de exiguos y deficientes pertrechos militares, mal vestidos, apremiados por la escasez de agua y víveres, y alentados sólo por el deseo de defender “la honra e integridad de la patria”. Lo anterior, sin embargo, no excluye que en nuestro país debamos habituarnos -como afirmara el historiador Armando Nieto Vélez- “a mirar de frente, sin pestañear, la cruda luz de la historia, de toda nuestra historia, sin dejar voluntariamente zonas oscuras, resguardadas por estudiados silencios o por velos de un mal entendido patriotismo. Decía Hegel que los pueblos que no tienen de sí mismos sino un conocimiento fabulesco, borroso y fragmentario son pueblos de ‘conciencia turbia’, que no merecen ingresar a la historia universal”.
© Álvaro Sarco

Video de PANORAMA -PANAMERICANA TV.


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