miércoles, 18 de julio de 2012

Pedro Dàvalos y Lissòn


Límites con Chile

Hasta 1883 el desierto de Atacama nos separó de Chile. El tratado de Ancón nos lo puso en la parte austral, y desde la época en que dicho tratado se firmó, el Perú no ha tenido tranquilidad en sus relaciones internacionales. Si Chile, en lugar de estar situado en la vecindad de Bolivia y Argentina hubiera sido colocado por la naturaleza en el Atlántico, en Centro América o en cualquier otra parte, nuestra situación política y económica estaría hoy a la altura de la que ocupa la Argentina. Coincidió su posición austral respecto a nosotros, con la existencia de riquísimos yacimientos de salitre en su frontera, y aunque anteriormente a la guerra del Pacífico, como ya hemos dicho, el desierto boliviano nos separaba de él, su persistencia en apoderarse de ese desierto nos obligó a vivir en tanta alarma como si le hubiéramos tenido; a la orilla del Loa. Por desgracia, la mayor parte de los peruanos que figuraron antes del año de 1879 carecieron de eso que se llama el sentido de la realidad. En la defensa que hicieron de Bolivia dejáronse llevar únicamente por sentimientos de americanismo. No se dieron cuenta de que nuestra política internacional en los asuntos de Chile y Bolivia más que altruista debió haber sido egoísta; y no por cierto para apoderarnos de la costa boliviana sino para defender nuestra provincia de Tarapacá, amagada por las pretensiones conquistadoras de Chile desde 1842, época en que el diminuto grupo conservador que le gobernaba en Santiago, pensó algún día llegar hasta Arica.
Mirados hoy los acontecimientos históricos del siglo pasado con la claridad que tienen los sucesos realizados, nuestra mente se confunde y nuestro espíritu se abate al analizar lo que fue la sicología de nuestros gobernantes en los años que precedieron a la guerra del Pacífico. De todos ellos fue el Presidente Castilla, que entre chilenos vivió en diversos tiempos y que les vio actuar con voluntad inquebrantable para demoler la confederación santacrucina, el que penetró mejor en los ocultos y tenaces propósitos de Chile. Tuvo visión clara de su época y comprendió que a Chile no le quedaba sino la ruina o la conquista. Por esto, durante los muchos años que gobernó al Perú se preocupó de educar marinos, de comprar buques y de colocar nuestra escuadra a la cabeza de todas las de la América del Sur. Y es que fue el único hombre de su tiempo que supo sacar provecho de la historia patria al tener en cuenta que el poder de España en el Perú y la estabilidad de la Confederación Perú Boliviana estuvieron perdidas desde el momento en que el poder naval de uno y otra fueron barridos del mar. Testigo presencial de los movimientos sorpresivos de la escuadra de Chile, respectivamente en 1821 y 1836 y sabedor de lo que significaba para el Perú tener la riqueza del guano en el mar, comprendió su situación, sus peligros en el océano y en tierra y la necesidad de armarse.
Castilla murió en Tiviliche en 1867 en los momentos en que batallaba para subir nuevamente al poder. Su muerte para los asuntos internacionales del Perú fue de fatales consecuencias. El mando supremo que le hubiera correspondido durante los años de 1868 a 1872 si hubiera vivido aún, le fue dado al coronel Balta, testigo presencial de los avances de Chile en territorio boliviano durante su período, pero sin la experiencia de Castilla para apreciar el peligro nacional que se avecinaba por el sur y que si mandó construir buques blindados, lo cual no está comprobado, no los pagó por adelantado o no señaló los fondos para su terminación. Manuel Pardo, que fue el que le sucedió y que autorizó la demostración naval peruana de Mejillones en 1872 y el tratado secreto de 1873, tuvo confianza en las escasas fuerzas navales que encontró al subir al mando, y tanto por esto, como por falta de recursos, no construyó nuevas unidades. En 1877 tuvo oportunidad de tratar de cerca a los chilenos y conocer con toda evidencia sus miras conquistadoras en el destierro voluntario que le llevó a Santiago. A su regreso a Lima en 1878, conferenció en secreto con sus amigos y aún se dice con el presidente Prado. Les comunicó sus temores, y buscaba los medios de conjurar el peligro cuando una bala fratricida le cortó la existencia. Jamás en el Perú, como en aquella ocasión, la falta de un hombre público tuvo tan terribles consecuencias en lo internacional. Chile, que se hallaba resuelto a guerrear con alguno de sus vecinos y que se inclinaba a pelear con la Argentina, al conocer la muerte de Pardo comenzó a promoverle graves cuestiones a Bolivia, hizo regresar su escuadra que había salido para el Estrecho y pronto ocupó Antofagasta.
El suceso internacional de 1879 o sea la guerra que duró hasta 1883 y que ocasionó la pérdida del departamento de Tarapacá, es acontecimiento de muy vastas proyecciones. Él envuelve la más valiosa desmembración realizada en el mundo en el siglo XIX. Sus consecuencias se detallaràn en extenso en el libro Causas económicas y sus múltiples vicisitudes en Causas políticas. Uno y otro libro darán a conocer las perturbaciones de todo género que ocasionó el magno suceso, la quiebra financiera e institucional del Perú, y la situación de violencia y de peligro internacional nacidas y fomentadas por el incumplimiento del tratado que Chile mismo impuso por la fuerza de sus bayonetas. Así como el guano fue para el Perú el factor más valioso de su prosperidad, así también la vecindad de Chile ha sido la más terrible de todas nuestras desventuras.
La Naturaleza, que al máximo arrugó el suelo de nuestro territorio, que colocó las extensas y fértiles tierras de montaña lejos del mar y los minerales en los puntos donde la altura culmina en la cordillera, nos dio el salitre para que todo fuera conquistado por el esfuerzo y el capital. Quiso que sus recursos sirvieran para vencer el desierto, dominar la cordillera, irrigar la costa, abrir las minas y construir los ferrocarriles que necesita nuestro agreste territorio. Chile interrumpió bruscamente la realización de este hermoso programa, y desde 1879 desvió hacia lados estériles la riqueza que nos arrebató. A semejanza del malhechor que en desierto camino arrebata al transeúnte el dinero que lleva para levantar su casa, Chile, al apropiarse del nuestro, sacó de su cauce natural, de su verdadera finalidad humana la riqueza del salitre; y llevándola a tierras pobres e improductivas le dio aplicación diferente a la que Dios tuvo al ponerla en el sur del Perú. El día que se agote o que no tenga el valor de hoy, Chile será tan miserable como lo era antes de la guerra. Ha gastado y sigue gastando lo que produce el salitre en sostener costosas legaciones y empleos de ninguna utilidad, en mantener 26000 hombres armados en mar y en tierra, en satisfacer su vanidad construyendo edificios públicos de ningún provecho y lo que llama ferrocarriles estratégicos para defender los territorios usurpados, como son el longitudinal y el de Arica a la Paz. Como consecuencia de la irrupción chilena, nuestro progreso ha vivido estancado durante 25 años. Haciendo esfuerzos supremos hemos conseguido concluir los ferrocarriles comenzados en 1869, y habiendo encontrado en la agricultura de la costa y en la minería imponderables riquezas, hemos recomenzado con el siglo la labor que paralizamos en 1879 por la vecindad de Chile.

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