HISTORICA, VoL 11, Núm L Julio de 1978
LOS "CHOLOS'' Y LOS "ROTOS": ACTITUDES
RACIALES DURANTE LA GUERRA DEL PACIFICO
Jeffrey L. Klaiber S.J.
Universidad Católica - Lima
Aunque la mayoría de historiadores latinoamericanos y extranjeros ha
reconocido la existencia de prejuicios raciales en América Latina, su tendencia
general ha sido absorber aquel tema dentro de las categorías menos odiosas de
"clase" o "status social". Así, las diferencias raciales se reducían a diferencias
sociales; sin embargo, algunos estudios recientes han puesto énfasis sobre la
importancia de los prejuicios raciales como obstáculo al cambio social en algunas
naciones latinoamericanas, sobre todo aquellas con una gran población indígena.
(Harris 1964; Morner 1967). Pero, aún en aquellas naciones popularmente
clasificadas como "blancas", tales como Chile o la Argentina, las clases populares
han sido estigmatizadas a veces como racialmente inferiores por las élites
culturales de esas naciones. Así, por ejemplo, en 1901 el escritor chileno Nicolás
Palacios se lamentó de la presencia de negros en Santiago por el daño que
podrían causar al resto de la población. (1918: 221). Y en pleno medio del siglo
XX el historiador Francisco A. Encina elaboró la teoría de que Chile debe su
grandeza histórica en gran parte al predominio de la sangre española-gótica en la
población. (1954, t. 11: 1420). Muchos otros escritores e historiadores chilenos
han expresado opiniones semejantes acerca de la importancia de la raza en la
historia chilena. (cfr. Griffen 1957; Pike 1963: 289-293).
Pero estas actitudes raciales no surgieron solamente a raíz de realidades
nacionales, sino que fueron forjadas y alentadas en gran medida durante la
Guerra del Pacífico (1879-1884); en la cual los ejércitos chilenos se enfrentaron
a ejércitos compuestos mayormente por campesinos peruanos (y bolivianos en el
comienzo), que eran de extracción netamente indígena. Este artículo pretende
hacer una pequeña contribución a la historia social andina, tomando la Guerra
del Pacífico como un marco histórico concreto para estudiar y analizar algunas
de las actitudes raciales de Chile y del Perú al final del siglo XIX y al comienzo
del siglo XX. La tesis que se quiere sugerir en estas líneas es que, aunque el
prejuicio racial existía antes de la guerra, la. Victoria de Chile sirviò para confirmar,
fortalecer y aún popularizar el mito de la superioridad racial chilena. Por otra
parte, la guerra también tuvo como consecuencia la reacción justamente inversa
en el Perú, pues sirvió para confirmar. y alentar el mito de la inferioridad del
indio peruano.
La Guerra del Pacífico fue una de las mas importantes en la historia de
América Latina, Destruyó la balanza del poder en la costa del Pacìfico en favor
de Chile, dejó al Perú seriamente debilitado, y encerró a Bolivia herméticamente
dentro del continente. La guerra llamó la atención de las demás naciones de
América y de Europa, la mayoría de las cuales se dividieron en favor o en contra
de uno de los contrincantes. El sentimiento popular en los Estados Unidos y en
Europa tendía a favorecer a Chile, por su tradición de gobierno democrático y
porque Chile fue considerado como una nación pro "anglo-sajona", Además,
había simpatía en el comienzo a favor de Chile por ser más pequeño, en
población y en tamaño, que el Pení y Bolivia combinados, Por otro lado, la
mayoría de las náciones latinoamericanas se opusieron a Chile durante la guerra
porque se creía que Chile era peligrosamente agresivo, y el predominio del color
blanco no favorecía a Chile frente a naciones con grandes poblaciones indígenas
o mestizas. (Encina 1954, t. Il; 1476).
Este antagonismo entre Chile por un lado y el Perú y Bolivia por el otro ya
se detectaba mucho antes de la guerra. Un viajero argentino que pasó por el
puerto de Arica en 1855 declaró que bastaba con decir "soy chileno", para que
la población lo considerara un "asesino" o "ladrón" (Amunátegui 1936 t. VI:
173). En ese mismo año El Mercurio de Valparaíso (y más tarde de Santiago,
también) exigió el establecimiento de relaciones diplomáticas con Bolivia
porque, "en este lugar excepcional del globo, se odia a todo extranjero y
especialmente al chileno ... " (ibid.; 177), Un autor chileno aconsejó a sus
compatriotas que no trabajasen en el nuevo ferrocarril que Henry Meiggs estaba
construyendo desde Islay hasta Arequipa porque, "para todo arequipeño un
chileno es un enemigo" (Rodríguez 1876: 183).
Esta hostilidad hacia Chile se debía en parte a hechos históricos concretos,
como por ejemplo la intervención chilena en el Perù en 1837-39 en contra de la
Confederación Pero-boliviana, y sobre todo la creciente presencia chilena en los
campos salitreros de la costa de Bolivia y del sur del Perù. Pero además de estos
hechos había algunas actitudes de los mismos chilenos que seguramente ofendían
a otros latinoamericanos, sobre todo la pretensión de ser la nación más civilizada
y progresista de América Latina, la cual les hizo merecer la calificación, con o sin
razón, de ser "los ingleses del sur". Esta fue la actitud característica de la
mayoría de los periódicos y revistas chilenos durante la guerra. Poco después de
la victoria chilena sobre Grau en Angamos el periódico radical de Valparaíso, La
Patria, declaró que esa victoria no se debía meramente a la fuerza militar
superior, sino más profundamente a "los beneficios del progreso, el dominio de
la civilización y la ley" virtudes que, por supuesto, caracterizaban a la sociedad
chilena. (26-XI-1879: 3). El Ferrocarril de Santiago atribuyó las victorias
chilenas, entre otros factores, a la solidez de sus instituciones democráticas y a la
debilidad interna del Perú y Bolivia, que eran gobernados por dictadores
( 4-V-1883: 2),
Otro tema relacionado con esto fue la supuesta capacidad superíor para el
trabajo entre los chilenos. El Mercurio avanzó el argumento de que los Estados
Unidos deben apoyar a Chile porque- era "país de honradez, de trabajo, de
progreso, de instituciones sólidas". El periódico agregó, además, que Chile sería
un lugar más propicio para recibir la nueva industria norteamericana que el Perú,
que era un pueblo "desorganizado, corrompido, incapaz de buscar en la labor y
en la honradez un remedio a sus_males". (Ahumada 1884, t. VI: 261-262). El
Ferrocarril anunció que, después de la guerra, Chile asumiría el papel de
regenerar naciones como el Perú y Bolivia, inculcándoles "amor al trabajo"
(11-I-1880: 2). Aún Sir Clemente Markham, quien simpatizó con el Perú durante
la guerra, atribuyó la prosperidad de Chile al "carácter honrado de las clases altas
y a la persistencia laboriosa y capacidad para el trabajo de la población en
general". (Markham 1882: 80).
Además de estas alegaciones acerca de instituciones democráticas y
capacidad para trabajar, la prensa chilena frecuentemente señaló la homogeneidad
racial como uno de los factores importantes para explicar las victorias
chilenas en la guerra. El Ferrocarril atacó un editorial en The Times de Londres
que había confundido Chile con el Perú. Declaró el comentador, airadamente,
que a diferencia de esas naciones (el Perú y Bolivia), con sus "indios aborígenes,
negros o mestizos de varias castas", Chile se distinguió precisamente por su
unidad de raza y por su asimilación de las mejores razas de Europa. Gracias a esta
asimilación y unidad, Chile había producido una "nacionalidad fuerte, vigorosa,
compacta, sin diferencias sensibles de raza, de hábitos o de idioma". (16-I-1880:
2). Muchos de estos artículos se refirieron a la notable emigración europea a
Chile, de naciones predominantemente blancas, tales como Suiza, Alemania,
Inglaterra y Francia (cfr. Solberg 1969).
La estima propia de Chile, alentada con sus victorias, fue igualada sólo por
su desdén hacia el enemigo. En general, la crítica chilena hacia el Perú y Bolivia
tomó la forma de una letanía de antónimos: si Chile es ordenado y democrático,
los miembros de la alianza son desordenados y tiránicos. Los chilenos son
trabajadores y frugales, mientras que los peruanos y bolivianos son perezosos y
pródigos. El soldado chileno es valiente y confiable, pero el soldado peruano es
cobarde y no confiable" etc. La prensa chilena acusaba frecuentemente al Perú de
haber desperdiciado sus ingresos y recursos durante los primeros cincuenta años
de su independencia en empresas "descabelladas", y se gozaba de comparar el
Perú con los imperios opulentos pero decadentes de Oriente. (Ahumada 1884, t.
Il: 249"250) Un periódico calificó al Perü como "un imperio turco americano",
y El Mercurio comparó al Perü con "Babilonia" y a los peruanos con "los persas
afeminados" {21-1-1881: 2; 8-XI-1880: 2).
Un blanco frecuente de la sátira chilena fue la población asiática en el
Perü_ Alrededor de 100,000 chinos habían inmigrado al Perú en los 30 años
previos a la guerra en calidad de mano de obras contratada para trabajar en los
ferrocarriles o las haciendas azucareras de la costa .. El Boletín de la Guerra del
Pacífico, publicación oficial del Ministerio de Guerra, criticó al Perú en su
política migratoria por haber recurrido a mano de obra asiática en vez de otra
"inmigración robusta, moral, civilizada" (4-VII-1879: 230-231). Un periódic:o.
con 'evidente desdén, declaró que ni Piérola ni "un hato de coolíes arreados a
latigazos" pueden detener el avance de los ejércitos chilenos (Ahumada 1884, t.
VI: 271). Los chilenos fueron tomados por sorpresa, desde luego, cuando miles
de chinos, en la creencia de que los chilenos habían venido para liberarlos de la
servidumbre; salieron de sus haciendas para acompañar los ejércitos invasores en
su marcha hacia Lima. Naturalmente, los chinos no podían haber conocido la
actitud de la prensa chilena hacia ellos.
Pero el blanco principal de la prensa chilena fue, por supuesto, la
población indígena del Perú y Bolivia. El Ferrocarril atribuyó la "falta de
energía" y la falta de un "espíritu verdaderamente nacional" en esas naciones a
la división de castas. (18-XI-1880: 2). El Independiente (Santiago) puso en duda
la capacidad d~ la alianza de ganar la guerra porque sus ejércitos consistían
principalmente de campesinos reclutados, que faltaban la enérgía necesaria para
luchar por haber sido explotados y oprimidos durante siglos. (Ahumada 1884, t.
U: 249-250); El Comercio del Callao, que había sido chilenizado durante la
ocupación, expresó su admiración, un tanto sarcástica, de que los peruanos
apoyasen las guerrillas en los Andes, porque ellas consistían sólo de "confusas
manadas de indios ignorantes y abyectos". (Ibid., t. VII; 295). La prensa no
perdió ocasión para burlarse del título de "Protector de la Raza Indígena", que
Nicolás de Piérola se había arrogado en mayo de 1880. Al enterarse del proyecto
que tenía Piérola para crear una nueva confederación Perú-boliviana, un
comentador de El Ferrocarril anunció que el presidente peruano podía ser
protector de los indios en Bolivia, también. (10-VIII-1880: 2). Cuando los
Mapuches se sublevaron en 1881, el historiador Benjamín Vicuña Mackenna
declaró que "el famoso 'protector de los indígenas' Piérola ha encontrado al fin
su aliado ... " los indios chilenos! (El Mercurio, 4-11-1881: 2).
Los sentimientos nacionales y raciales se cristalizaron sobre todo en torno a
los dos estereotipos, "cholo" y "roto". Desde el comienzo , el término ''cholo"
tenía una connotación racial porque se usaba para designar tanto a los indios
como a los mestizos nacidos de español e india o indio y negra. En el siglo XIX
se usaba despectivamente para referirse a cualquier mezcla racial entre las clases
populares. (cfr. Varallanos 1962: 21-36). En cambio, el término "roto" no tuvo
inicialmente una connotación racial; se refería a la escasa y pobre condición de la
indumentaria de los primeros pobladores españoles, por su distancia de Lima, la
capital opulenta y refinada del Virreinato (Palacios 1918: 96-98). Más tarde se
empleaba para hablar de los arrendatarios de las haciendas o los pequeños
propietarios. En el tiempo de la Guerra del Pacífico se refería sobre todo al
soldado ordinario que venía de esas clases populares, y que simbolizaba todas las
buenas cualidades chilenas (Ahumada 1884, L VI: 257).
Un Diccionario de Chilenismos, publicado en 1875, expresó los dos estereotipos, y
los prejuicios que había atrás, así:
"ocupa el cholo en la sociedad· peruana, más o menos la misma
posición que el roto en la chilena. Hay no obstante, entre las
cualidades de uno y otro notables diferencias. Aquel es por lo
general débil de complexión, flaco de piernas y abultado de panza;
éste robusto, musculoso y enjuto de carnes; aquél expansivo y casi
siempre palangana; éste taciturno y reservado; aquél más artista; éste
más esforzado; y aquél en fin un andaluz injerto a indio peruano;
éste un vizcaíno injerto en araucano" (Rodríguez 1876: 180),
La pasión engendrada por la guerra produjo cantos y versos que exaltaron
la superioridad del roto sobre el cholo. Un ejemplo típico es esta porción de un
poema, de composición anónima,
"El Roto":
"Al cholo afeminado de la peruana sierra (el roto)
Desprecia por lo tímido, castiga por lo cruel:
Tan solo en pos de glorias el roto va a la guerra,
El cholo porque a palos lleváronle al cuartel.
Los hijos de Atahualpa, lacayos de Pizarro,
Al araucano indómito quisieron humillar:
Los hércules de bronce y el ídolo de barro,
Del mundo en la balanza, ¿tendrán un peso igual?"
(Ahumada 1884, t. III: 282).
Pero más que a la sociedad peruana, la sátira chilena se dirigió a la
boliviana. Según Encina, el Presidente Domingo Santa María expresó sus
frustraciones en tratar con los bolivianos en una carta en 1884 con esta
exclamación: "¡No conozco gente parecida a la boliviana! ¡Es el indio vivo,
torpe, taimado y hecho por mal! " (Encina 1949-52, t XVIII: 119). Un tema
favorito de las novelas y obras de teatro en Chile fue la actuación en la guerra del
Presidente Hilarión Daza, quien por su vanidad, crueldad e incompetencia,
personificaba todas las malas cualidades de los demás bolivianos (Pacheco
1949:60; Allende 1917). Se afrrmaba, que la derrota y el retiro temprano de la
guerra de Bolivia se debió a la torpeza y cobardía de los soldados bolivianos
(Boletín de la Guerra, 9-XII-1879: 472)
Estas actitudes raciales eran conocidas por los peruanos y otros
latinoamericanos, y servían sin duda para alentar su hostilidad contra la
agresividad chilena. Además, los críticos de Chile se. aprovecharon del tema del
racismo para subrayar la presencia de sangre india en los mismos chilenos
menospreciando la designación, "ingleses del Pacífico", el literato peruano
Carlos Paz Soldán atribuyó "los repetidos actos del salvajismo" del enemigo a la
sangre araucana que corría en sus venas (Revista Peruana, 12-V-1879, t. 11: 56);
La Opinión Nacional de Lima describió a Chile como un "País aventurero,
codicioso; intrigante, cualidades que venían de los "instintos de su raza, que
procede del galeote y del araucano, en deplorable consorcio .. . "(Ibid., 1879, t.
III: 470).
La prensa peruana también ridiculizó el mito del "roto": La Patria de
Lima declaró que el roto, tan glorificado en la prensa chilena, no es nada más
que un "esclavo adscrito a la gleba" de un sistema feudal. En cuanto a su
supuesta superioridad, el roto es producto de una "raza mezclada del salvaje
araucano, con la escoria europea ... " (7-X-1880: 2); La Opinión Nacional acusó
a la prensa chilena de hipocresía en alabar al roto, señalando que los mismos
chilenos deploraban la presencia de los rotos en Santiago y Valparaíso y que los
jefes militares los colocan en la vanguardia como medida para reducir su número.
(citado en El Mercurio, 29-VII-1880: 2). Esta última afirmación fue, seguramente,
un tanto exagerada.
Un observador militar francés, presente en la campaña de Lima, informó
de que existe en Chile "un sentimiento profundo de superioridad de raza" y que
probablemente Chile atacaría a otras naciones latinoamericanas después del Perú
(Ahumada 1884, t. VI: 260).
Así fue el sentimiento y miedo en el resto de
América Latina, especialmente en la Argentina, donde se creía que después de
dominar al Perú, Chile se volvería contra ella para establecer su soberanía sobre
Patagonia (El Mercurio, 12-11-1881; 1); La República de Buenos Aires avanzó la
teoría de que los mismos rotos ejercían una presión para hacer la guerra a los
vecinos de Chile, para liberarse de la servidumbre en que vivían y para
posesionarse de nuevas tierras en las naciones conquistadas (citado en El
Mercurio, 7-111-1881: 2); La Nación (Buenos Aires) declaró que Chile no estaba
contento con sus victorias en Angamos y Arica porque el mismo pueblo chileno
había convertido la guerra en un "duelo de razas", que sólo podía terminar con
la conquista total del Perú. (citado en El Ferrocarril, 30-1-1881: 1). Otro
periódico bonaerense, El Nacional, reveló algo de sus propios prejuicios con la
profecía de que probablemente ganarían la guerra los rotos chilenos por ser de
una raza superior, a menos que el Perú cambiase la sangre de sus venas(! ) (El
Ferrocarril, 8-11-1881: 1. Este último comentario hace pensar que existía un
sentimiento racial en algunos sectores de la población argentina semejante al de
Chile; pero, en general, la Argentina sentía poca simpatía por la causa chilena,
más por miedo de la agresividad chilena que por razones raciales,
La victoria chilena causó preocupación en Colombia, también: un
periodista en Panamá, Adriano Páez, publicó un folleto en 1881 pidiendo al
gobierno colombiano que protestara por la ocupación del Perú por Chile. El
autor profetizó que Chile estaba destinado fatalmente a invadir Ecuador y
Colombia después del Perú, dominando así toda la costa pacífica del hemisferio
del Sur, Tocando el inevitable tema racial, Páez atribuyó las muertes y la
destrucción de propiedad causadas por los chilenos a la mezcla de sangre
española y araucana en sus venas (Páez 1881).
El anuncio del tratado de Ancón y el retiro de las tropas chilenas del Perú
mitigaron considerablemente estos presentimientos acerca de una posible
agresión chilena contra el resto de América Latina. Pero la guerra y la ocupación
ya habían dejado una huella profunda en el Perú, no solamente en la conciencia
popular, sino también en su historiografía y en su literatura. Sobre todo la guerra
creó un clima de pesimismo acerca del valor y la capacidad del indio.
Desgraciadamente, muy pocos estudiaron con serenidad, y mucho menos con
espíritu científico y crítico, las causas de la derrota. A manera de excepción, dos
oficiales argentinos que lucharon al lado peruano en Lima expresaron esta
opinión acerca del ejército peruano:
"Era únicamente una agrupación de hombre sin disciplina, que carecían
por completo de moral, valor e instrucción; debido todo esto a
la incompetencia en el arte del Jefe del Estado, de los hombres que
lo rodeaban y la relajación, tanto social como política que reinaba en
este país" (Ahumada 1884, t. VI: 197).
Este juicio se acercó al tipo de crítica sociológica, libre de racismo, que
sería característica en González Prada y la escuela indigenista después de la
guerra. Otro amigo del Perú, Sir Clemente Markham, echó la culpa de la falta de
moral entre las tropas peruanas al odio que los campesinos sentían hacia el
sistema de reclutamiento forzado, mediante el cual los caudillos solían llenar las
filas de sus ejércitos improvisados (Markham 1882: 99).
Es interesante anotar en relación con esto que el ex-ministro de Hacienda,
José María Quimper, acusó a Piérola de haber inventado su título de "Protector de la Raza Indígena"
precisamente para ocultar su verdadero designio de reclutar más campesinos para
poder proseguir la guerra. (Quimper 1881: 73). Finalmente, el historiador Pedro
Dávalos Lissón alabó la valentía notable del soldado campesino en la guerrilla
anti-chilena en la sierra durante la guerra, a pesar de su poca preparación para
luchar y la explotación a que fue sometida (Dávalos Y Lissón, 1919, t 11: 422).
Pero otros autores peruanos vieron en la derrota. una confirmación de sus
esquemas raciales acerca del indio o negro, El profesor que inauguró el año
académico en la Universidad de Arequipa en 1881 señaló como una de las causas
de la derrota los trescientos años de mestizaje indiscriminado entre el español y
el indio en su discurso inaugural en San Marcos en 1894 cuando se refirió a "la influencia
perniciosa que las razas inferiores han ejercitado en el Perú ... " (Prado y
Ugarteche 1941: 196), El diplomático Francisco García Calderón miró con
envidia las repúblicas de Chile, Uruguay y Argentina, libres de "razas agotadas",
como las que vivían en el Perú y Bolivia (García Calderón 1912: 257). El
extremo del pesimismo fue expresado en los años '20 de este siglo por el
catedrático Alejandro. Déustua cuando descartó la posibilidad de educar al
campesino, porque "El indio no es, ni puede ser sino una máquina" (Déustua
1937: 68).
En contraste a este pesimismo en el Perú, la élite cultural en Chile expresó
optimismo acerca de las capacidades de las clases populares. En 1882 el
bibliògrafo Josè Toribio Medina afirmó que las mismas cualidades de tenacidad
que sostuvieron a los araucanos en su resistencia contra los europeos, habían
vuelto a reaparecer en el roto de su época. (Medina 1952: 318). Pero el
exponente mayor de este tipo de exaltación racial fue el historiador Francisco A.
Encina, quien sostuvo que la victoria chilena se debió en gran parte a la mezcla
de sangre gótica-española y araucana en los soldados chilenos (Encina 1954 t. 11:
1420). Según Encina; este mestizaje produjo en Chile una raza con "mayor vigor
físico que todos los demás mestizos hispanoamericanos .. !' (ibid., t. III; 48). En
cambio, Encina no vio ninguna contribución positiva de la raza negra al mestizaje
chileno (ibid., t. III; 56). Un militar chileno, impresionado por la resistencia y el
vigor de los rotos en la campaña contra el Perú, afirmó que la sangre araucana
que corre en las venas de los chilenos ha hecho de ellos "una raza militar" (Tellez
1944: 219).
Pero otros historiadores chilenos atribuyeron la victoria chilena precisamente
a la ausencia de sangre indígena en la población. En su historia política de
Chile, Ricardo Donoso sostuvo que Chile ganó la guerra gracias a su uniformidad
racial, porque. en ese entonces había poca influencia de 'las razas aborígenes
(Donoso 1942: 76). Según otro historiador, Jaime Eyzaguirre, los araucanos
habían sido o totalmente absorbidos en las olas de inmigraciones desde España o
simplemente marginados de la sociedad; así, el factor indígena ha sido mínimo
en la formación de la nacionalidad chilena. (Eyzaguirre 1961: 21, 1 05).
Las actitudes raciales estudiadas aquì no se restringieron solamente a
América Latina, sino que reflejaron toda una corriente positivista muy de moda
en esa época, asociada con hombres como Arthur de Gobineau y Gustave Le
Bon, quienes pretendieron clasificar las razas del mundo según grados de
superioridad o inferioridad, El marco más amplio para este tipo de estigmatización
racial fue todo el proceso del imperialismo occidental desde el siglo XVI, el
creciente nacionalismo con su exaltación de valores nacionales, y una profunda
pérdida del sentido de la igualdad universal de todos los hombres, influida en
parte por la Reforma Protestante y el Calvinismo en particular. La Guerra del
Pacífico no "comprobó" la inferioridad o superioridad racial de nadie. Pero, sí,
sirvió como nueva materia histórica para confirmar las actitudes racistas de los
que ya estaban convencidos de antemano de la verdad de esas teorías, Lo que
llama la atención es la facilidad con que las élites culturales tanto del Perú como
de Chile aplicaran estas teorías a sus propias clases populares, o las de otra
nación latinoamericana, revelando así la profunda distancia sicológica y social
que había entre los dos grupos. De ésto se puede concluir con más confianza en
que la tarea de forjar un auténtico espíritu de unión nacional en esas naciones
tiene que representar no solamente una lucha contra el clasismo, sino también
contra el racismo.
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