martes, 9 de julio de 2024

El Callao, parte de su historia

 

NUEVA GEOGRAFIA UNIVERSAL Élisée Reclus TOMO III AMERICA DEL SUR 1895

El Callao

El puerto de Lima es el Callao, arrabal unido a aquella ciudad por dos ferrocarriles, directo el uno e indirecto el otro, que corre serpeando por el llano, y una carretera, à la que da sombra y frescura espeso arbolado. La distancia en línea recta es de 11 kilómetros. A unos 3 kilómetros al Norte está la desembocadura del Rímac, en la que pocas veces corre agua; de suerte que los canales que van al Callao apenas llevan la suficiente para las necesidades de los habitantes. Esta población fue fundada en 1535, y aunque reedificada desde entonces dos veces, conserva casi sin variación su nombre quechua. En 1630 la dejó medio derruida un terremoto. Levantáronla un poco más al este los habitantes, y aùn tuvo mayor desgracia en el nuevo sitio, porque en 1746 tembló la tierra con tal fuerza, que hasta el fondo del mar se conmovió, y levantáronse tan furiosas y encrespadas olas, que fueron a dar sobre los escombros de las casas. También afligieron al Callao los horrores de la guerra, porque en el castillo que hay en la punta de la lengua de tierra que, partiendo de ella, se interna en el mar, como si se encaminara hacia la isla de San Lorenzo, sostuviéronse los españoles hasta 1826, siendo aquélla la última parte del continente americano en que ondeó el pabellón español. En 1866, es decir, cuarenta años después, intentaron recuperarla, pero con desgracia, porque la armada española fue rechazada, suceso conmemorado en un grupo de bronce que se erigió en la Plaza del Callao. Años después ciudad y castillo cayeron en manos de los chilenos.

Más de la mitad del comercio peruano se hace por la rada del Callao, donde la lengua de tierra mencionada, que es arenosa y entra bastante en el mar, abriga del Sur a las embarcaciones, y las islas de San Lorenzo y la de Frontón, que parece ser prolongación de ella, le resguardan por Sudoeste y Oeste del oleaje del Pacífico. La isla de San Lorenzo tiene 416 metros de alto. Los barcos fondean à poca distancia de la orilla o en un nuevo puerto de unas 20 hectáreas de extensión. Sostenidos en malecones de madera entran los rails de la vía férrea mar adentro, y para carenar los barcos hay una dàrsena de más de 90 metros de longitud.

Las mercancías de que se compra mayor cantidad en el Callao son las que van de Europa, principalmente telas, carbones, trigos, maíz para los peruanos, blancos o mestizos, y arroz para los chinos. Entre las que salen figuran en primer término guano, nitratos y metales preciosos. Tiene también mucho comercio de tránsito con otros puertos de la costa, singularmente con Guayaquil. De los barcos que se emplean en este comercio, la mayor parte son ingleses. Después vienen los de Chile, con mucha ventaja sobre los franceses, alemanes y norteamericanos. Los derechos de aduanas que se cobran en la del Callao son parte muy importante de los ingresos del Tesoro nacional. Además de los mercantes, entran también allí muchos buques de guerra, pues a él se acogen casi todos los que navegan por el Pacífico. Por todas estas circunstancias es el Callao población de más vida que Lima, pero aùn queda por añadir la de su industria, que es mucha, hallándose la mayor parte de las fábricas en el barrio de Bellavista.

En la capital abundan màs las diversiones y placeres que la industria, y en torno de ella hay muchos y deleitosos lugares de recreo y esparcimiento. Por el ferrocarril del Norte van los limeños a la playa de Ancón; por el del Callao a la Magdalena; por el del mediodía a Miraflores y Chorrillos, población situada al pie del Morro Solar, cerro de 274 metros de alto, junto a un pequeño seno de la costa, donde los barcos pueden resguardarse un poco del viento Sur. En la vertiente meridional de las montañuelas de Chorrillos comienza el feraz y rico valle de Lurìn, lleno de quintas de recreo y aldeas, cuyo verde follaje se opone agradablemente a la aridez de las arenas y desnudas rocas vecinas. Concurren a Lurín a divertirse, como a Chorrillos, los desocupados de Lima, y además muchos sabios, que van à estudiar las ruinas de los templos y palacios de la antigua Pachacamac, santuario de los yuncas a su dios Creador del Mundo, y tan respetado, que tenían seguro para entrar en él los peregrinos de las naciones enemigas. En las peñas de la costa que siguen por el lado de sudeste al cerro de Chorrillos se veían viejos edificios, anteriores, al parecer, à los Incas, y de todos los cuales era el principal el Gran Templo, levantado probablemente, en honor del sol, en la cumbre de un risco de 170 metros de alto, al que los naturales llaman Mama-cuna. Del propio risco hicieron los desconocidos arquitectos pedestal del monumento, labrándole en escalones, y las paredes del edificio que caían sobre el mar las pintaron de encarnado. Squier asegura que construyeron una verdadera bóveda. Los demás palacios están casi del todo destruidos, lo que no es de admirar si se atiende à que los españoles de Pizarro saquearon la ciudad de Pachacamac, y de entonces acá no ha dejado de ejercitarse en aquellas ruinas la piqueta de los buscadores de tesoros. Cuenta la tradición que los Incas de Cuzco tenían palacio en Pachacamac, y que à la inmediata playa venían los correos reales a tomar el pescado fresco, que treinta y seis horas después era servido en la mesa del emperador. De esta playa sólo queda un rosario de islas e islotes por haberla roto de tal modo, segùn dicen, el terremoto de 1506 (1).

Otros sitios de recreo, muy diferentes de los que en la orilla del mar se encuentran, tienen los limeños, y son los de la sierra, puestos a su alcance sin gran fatiga, gracias al ferrocarril que llevándolos en pocas horas a Surco, Matucana, San Mateo, Chicla y demás pueblos de esta región, situados à varias alturas segùn se sube hacia la cumbre, les permite sobreponerse à la zona del polvo y de las garùas, si se quedan en los primeros, y buscar la humedad y frescura de las lluvias y las nieves si suben hasta los ùltimos. Pero es demasiado árida y escarpada la vertiente occidental de la Cordillera para producir lo necesario al sustento de una población numerosa, y por eso no hay en esta parte, en toda la longitud de la vía hasta la cumbre, otra cosa que aldehuelas, chozas y solitarios apeaderos. Villas y ciudades de alguna consideración no se encuentran hasta el lado opuesto, es decir, en la comarca que se extiende entre las dos sierras de los Andes. En cambio pasma la contemplación de las obras de la vía, cuyos desmontes, rapidìsimas revueltas y vertiginosos viaductos, tendidos sobre barrancos de màs de 100 metros de  hondo, dejan maravillado al viajero.

Al sur de Lurín y del pueblo de Chilca, habitado por indios de sangre pura, que viven de la pesca y de fabricar sombreros y petacas, corre la costa al sudeste, a lo largo de un dilatado desierto de trecho en trecho cortado por pequeños oasis, que deben la existencia a la filtración de las aguas. En el de Cañete están las haciendas reputadas más ricas de todo el Perù, y es mercado á que bajan los yauyos, casta de mestizos diferente de todas las demás de la costa. El puerto de Cañete es Cerro Azul.

(1) Ed. de Rivero, Memorias científicas.

SOBRE ÉLISÉE RECLUS (ESCRITOR)

Nacido en un pueblo de la región francesa de Aquitania en el seno de una modesta familia protestante, Élisée Reclus (1830-1905) abandonó la carrera religiosa para abrazar la vocación geográfica tras seguir los cursos de Carl Ritter en la Universidad de Berlín

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