martes, 10 de agosto de 2021

El Quinto Evangelio, Clemente Palma y sus cuentos malèvolos

 

El Quinto Evangelio

Clemente Palma


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A don Juan Valera

Era de noche. Jesús, enclavado en el madero, no había muerto aún; de

rato en rato los músculos de sus piernas se retorcían con los calambres de

un dolor intenso, y su hermoso rostro, hermoso aun en las convulsiones de

su prolongada agonía, hacía una mueca de agudo sufrimiento… ¿Por qué

su Padre no le enviaba, como un consuelo, la caricia paralizadora de la

muerte?… Le parecía que el horizonte iluminado por rojiza luz se dilataba

inmensamente. Poco a poco fue saliendo la luna e iluminó con sarcástica

magnificencia sus carnes enflaquecidas, las oquedades espasmódicas que

se formaban en su vientre y en sus flancos, sus llagas y sus heridas, su

rostro desencajado y angustioso…

—Padre mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué esta burla cruel de

la Naturaleza?

Los otros dos crucificados habían muerto hacía ya tiempo, y estaban

rígidos y helados, expresando en sus rostros la última sensación de la

vida; el uno tenía congelada en los labios una mueca horrorosa de

maldición; el otro una sonrisa de esperanza. ¿Por qué habían muerto ellos,

y él, el Hijo de Dios, no? ¿Se le reservaba una nueva expiación?

¿Quedaba aún un resto de amargura en el cáliz del sacrificio?…

En aquel momento oyó Jesús una carcajada espantosa que venía de

detrás del madero. ¡Oh! Esa risa, que parecía el aullido de una hiena

hambrienta, la había él oído durante cuarenta noches en el desierto. Ya

sabia quién era el que se burlaba de su dolorosa agonía: Satán, Satán que

infructuosamente le había tentado durante cuarenta días, estaba allí a sus

espaldas, encaramado a la cruz; sentía que su aliento corrosivo le

quemaba el hombro martirizando las desolladuras con la acción dolorosa

de un ácido. Oyó su voz burlona que le decía al oído:

—¡Pobre visionario! Has sacrificado tu vida a la realización de un ideal

estúpido e irrealizable. ¡Salvar a la Humanidad! ¿Cómo has podido creer,

infeliz joven, que la arrancarías de mis garras, si desde que surgió el

primer hombre, la Humanidad está muy a gusto entre ellas? Sabe, ¡oh,

desventurado mártir!, que yo soy la Carne, que yo soy el Deseo, que yo

soy la Ciencia, que yo soy la Pasión, que yo soy la Curiosidad, que yo soy

todas las energías y estímulo de la naturaleza viva, que yo soy todo lo que

invita al hombre a vivir… ¡Loco empeño y necia vanidad es el querer

aniquilar en el futuro lo que yo sabiamente he labrado en un pasado

eterno!…

La lengua de Jesús estaba ya paralizándose, y el frío de la muerte le

invadía como una marea… Hizo un poderoso esfuerzo para hablar:

—El que oyere mis palabras y creyere en el que me envió, tendrá vida

eterna y no vendrá a juicio y pasará de muerte a vida.

—Sí, pasará a la vida estéril y fría de la Nada… La vida es hermosa, y tu

doctrina es de muerte, Nazareno. Tu recuerdo perdurará entre los

hombres; los hombres te adorarán y ensalzarán tu doctrina; pero tú habrás

muerto, y yo, que siempre vivo, que soy la Vida misma, malograré tu divina

urdimbre deslizando en ella astutamente uno solo de mis cabellos… ¡Oh,

maestro!, no es eso lo que tú querías, por cierto; tú querías salvar a la

Humanidad y no la salvarás; porque la salvación que tú ofreces es la

muerte y la Humanidad quiere vivir, y la vida es mi aliento. La vida es

hermosa, iluso profeta… ¿Quieres vivir para velar tú mismo por la

integridad y pureza de tu Buena Nueva? Yo te daré la vida con todas sus

glorias, venturas y placeres: yo te la daré de mis manos…

El pecho de Jesús se convulsionaba en los últimos estertores de la agonía,

sus párpados se cerraban como si los pecados de todos los hombres

gravitaran sobre ellos con el peso de gigantescos bloques de piedra; quiso

responder con una enérgica negativa, no pudo; su garganta se había

helado.

—Todo ha concluido —murmuró Satán con rabia sorda—. ¡Ah, no! Aún

tienes un segundo de vida para que contemples tu obra a través de los

siglos. Mira, Nazareno, mira…

En el espasmo supremo del último instante, Jesús abrió

desmesuradamente los ojos y vio, y vio a ambos lados de su cabeza los

brazos extendidos de Satán evocando sobre el cielo gris una visión

desconsoladora. Vio en el cielo, hacia el Oriente, su propia persona orando

en el huerto de Gethsemaní; copioso sudor bañaba su rostro y su cuerpo;

de pronto, una aparición súbita y luminosa le llenó de congoja y de placer,

un ángel enviado por su Padre le ofreció un cáliz de oro lleno de acíbar

hasta los bordes: «¡Padre Mío, lo beberé hasta las heces!», y lo bebió,

sellando así el compromiso de redimir a la Humanidad. Y la viva luz que

despedía el enviado de su Padre le arrancaba del cuerpo una sombra

inmensa, una larga y obscura cauda que llegaba hasta el cielo de

Occidente, a través de muchos siglos, de muchas razas, de muchas

ciudades. Y lo primero que aparecía bajo esa enorme sombra que cubría

el tiempo y el espacio, fue la cumbre de un monte en donde él, Jesús,

moría crucificado entre dos ladrones. Y seguían después infinidad de

perfidias, de luchas, de cismas, persecuciones y controversias entre los

que creían entender su hermosa doctrina y los que no la entendían. Y vio

transportarse a Roma, la Eterna Ciudad, el núcleo de los adeptos a la

Buena Nueva. Y vio un larga serie de ciudades irredentas, la que, a pesar

de que ostentaban elevadas al cielo las agujas de mil catedrales, eran

hervidero de los vicios más infames y de las pasiones más bajas. Y en

todas partes veía pulular, no ya como símbolos, sino como seres reales,

reproducidos hasta el infinito, pero con rostros distintos, a esas dos

mujeres de Ezequiel: Oolla y Oolliba. Las veía en los conventos, en las

cortes, en las calles, en los templos. Y todas llevaban al cuello collares,

cintas o hilos que sostenían una cruz. Y vio abadías que parecían colonias

de Gomorra, y vio fiestas religiosas que parecían saturnales. Y guerras,

matanzas y asesinatos que se hacían en su nombre, en nombre de la paz,

del amor al prójimo, de la piedad, de esa piedad infinita que le llevó al

sacrificio. Y así como sus compatriotas se burlaban de él, cuando Anán le

condenó a ser azotado y cuando el Procónsul le envió a la muerte, así

también las nuevas ciudades se burlaban de su doctrina, sólo que lo

hacían en unos idiomas extraños, en los que las palabras tenían cuerpo de

plegaria y alma de ironía. En los confines últimos del horizonte vio

levantarse una ciudad llena de cúpulas, de chimeneas fumantes, de

alambres, de torres altas, como la de Babel, y de construcciones extrañas:

esa ciudad era Lutecia; de allí salía un murmullo de hervidero. Un sumo

sacerdote, que era el mismo Satán disfrazado, subió a una torre cristiana y

dirigiéndose a él dijo: «Nazareno, has sido un sublime visionario, creíste

redimirnos y no nos has redimido. S.M. el Pecado reina hoy tan

omnipotente como antes y más que antes. El pecado original, de cuya

mancha quisiste lavarnos, es nuestro más deleitoso y adorado pecado. Ya

no eres sino un nombre convencional, Nazareno…» Y un inmenso rumor

de risas de placer y de locura extinguió la voz del orador. Más allá había

otra ciudad: Londres; un sacerdote semejante al anterior repitió las mismas

palabras; y la Ciudad Eterna, Berlín, San Petersburgo, Madrid, Washington

y mil ciudades más le repitieron lo mismo en mil lenguas distintas. De

pronto, las ciudades se iluminaron como incendiadas; se oyó el estampido

de los cañonazos y el ruido ensordecedor de un jolgorio loco. Era que la

Humanidad despedía al siglo XX y saludaba la venida del siglo XXI. Jesús

no quiso o le faltaron las fuerzas para ver el futuro afrentoso de las razas.

Levantó la mirada al cielo, y en vez de ver allí proyectada la silueta de su

cuerpo orando en el momento en que bebía el cáliz del sacrificio, vio la

silueta extraña de un individuo escuálido, armado de lanza y escudo y

cabalgando en macilento cabalo… ¿Era el ángel de la Muerte que

describía después Juan en el Apocalipsis?…

Pronto lo supo. Satán, con burlona sonrisa e irónico acento, le dijo

inclinándose a su oído:

—He aquí, Maestro, que además de los Evangelios que escribirán Mateo,

Marcos, Lucas y Juan, se escribirá dentro de diez y seis siglos otro que

comenzará así: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero

acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en

artillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor…»

Pero Jesús ya había muerto y no oyó la inicua burla del genio del mal; sus

hermosos ojos claros quedaron desmesuradamente abiertos, y en sus

pupilas se reflejaba duplicado aquel vasto panorama de la ironía de su

sacrificio a través del tiempo y del espacio. Bajó Satán del madero y todo

ello desapareció; pero en las azules pupilas del Salvador permaneció

estereotipado el cuadro cruel.

¿Fue piedad o impiedad? Satán volvió a encaramarse en el madero, y con

su oprobiosa mano cerró los párpados de la divina víctima.

Y luego huyó dejándose rodar sobre las peñas del Calvario en las que

rebotaba como una pelota de goma.



Cristo pisando uvas


Clemente Palma

Clemente Palma Ramírez (Lima, 3 de diciembre de 1872 - Lima, 13 de

septiembre de 1946) fue un escritor peruano modernista y crítico literario.

Fue director de la revista Variedades por 23 años (1908-1931). Fue hijo del

intelectual Ricardo Palma y medio hermano de la escritora Angélica

Palma.

Como periodista, comenzó trabajando en El Comercio en 1892 y después

dirigió varias revistas, como El Iris (1894), Prisma (1906-1908) y

Variedades (1908-1931), y el diario La Crónica (1929). A los 20 años

mientras edita la revista Iris, aprovecha para publicar sus cuentos,

mientras paralelamente saca poemas y ensayos en Perú Artístico.

Su primer libro sale a la luz en 1895: Excursión literaria, recopilación de

artículos escritos para El Comercio. Dos cuentos publicados en 1901 le

abren las puertas de la fama: La última rubia (17 de marzo) y Los ojos de

Lina (5 de mayo), que formarían parte de su antogogía Cuentos malévolos,

aparecida en Barcelona en 1904. Con Granja blanca debuta ese mismo

año en la ciencia ficción y en 1905 lo hace en la literatura vampírica con

Vampiras.

La producción de Clemente Palma, uno de los primeros en cultivar el

modernismo en el Perú, estuvo centrada en la narrativa. Aunque fue ante

todo un creador de cuentos, también incursionó en la novela: en 1913

publicó el primer capítulo de la inconclusa La nieta del oidor y

posteriormente, la de ciencia ficción XYZ. Figura clave en el desarrollo del

cuento en su patria, introdujo temas nuevos en la literatura. Clemente

Palma rompió con la tradición literaria peruana, apegada hasta entonces al

costumbrismo, del que su padre había sido un exponente excelente. Sus

historias tratan mayormente de temas fantásticos, psicológicos, de terror y

de ciencia ficción. Sentía atracción por lo morboso y muchos de sus

personajes son anormales y perversos. Denota un fuerte influjo en sus

obras de Edgar Allan Poe y, en menor medida, de los escritores rusos del

siglo XIX y del decadentismo francés.


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