sábado, 8 de mayo de 2021

Alberto Tauro del Pino, personaje ilustre de la Provincia Constitucional del Callao, Perù

Nació en el Callao en 1914, estudió en la Facultad de Letras de San Marcos, de la cual egresó optando el título de Bachiller y Doctor, y posteriormente completó sus estudios en la Facultad de Derecho.

https://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Tauro_del_Pino

Estudios històricos de Alberto Tauro del Pino.


Crónicas de Japón

POR ALBERTO TAURO DEL PINO

Desde Vancouver se insinúa ante los ojos del viajero la proximidad

del Oriente, porque su recepción está parcialmente a cargo

de personal en cuyos rasgos se perciben los ancestros asiáticos.

Ya destacan chinos, japoneses y aún hindúes entre los que

aguardan en el aeropuerto. Cuando el avión se eleva, a las 10

de la noche, el firmamento luce un tono plúmbeo; y a la distancia

se percibe una engañosa franja blanquecina, o destella en el

horizonte una hermosa gradación de matices rojos. Durante largas

horas volamos hacia el norte, a un extremo occidental de

Alaska, donde la noche sobrecoge, pues —aunque corta en el verano—

es negra, silenciosa y fría. Luego se endereza el rumbo

hacia Tokio. Sólo se percibe quietas y sombrías masas de nubes,

hasta que la luz empieza a despuntar. Pero se diría que el alba

es un espejismo, porque pasan las horas y no se altera su tenue

luminosidad. Aún sopla la brisa fresca, y aún se extiende su claror

opalino, cuando la travesía concluye.


TOKIO


Tokio es una ciudad grande, y desconcertante. En 1959, su

población ha pasado ya de 9 millones; y sus calles, ordinariamente

congestionadas, son a veces ocupadas por mareas humanas

que las luces del tránsito ordenan. Es una urbe en la cual destacan

las moles de los grandes edificios, a cuyo lado se acurruca

a veces la tímida y orgullosa jerarquía de una casa tradicional.

Su formación parece obedecer a sucesivas agregaciones de calles,

barrios y aún pueblos, porque su traza es confusa, tortuosa,

laberíntica. Aùn las grandes avenidas desafían toda perspectiva,

pues son pocas las que presentan en línea recta más de tres

o cuatro cuadras; y en medio de éstas se abre con frecuencia una

vía informal, con curvas y ángulos caprichosos, que brinda insospechado

retiro a los hogares que en ellas abren sus hospitalarias

puertas. Inclusive hay calles virtualmente circulares. Y la

nomenclatura no ayuda a orientarse, porque tradicionalmente tuvieron

denominaciones los barrios o las intersecciones de las calles;

y aunque hace pocos años se las ha aplicado a ciertas vías

principales, no se ha extendido el uso de la numeración domiciliaria

y la ubicación se hace por referencia. Se necesita la experimentada

asistencia de un guía para penetrar en las tensas actividades

de la ciudad.

Felizmente, el japonés está dotado de una espontánea cortesía.

Atiende cuanto se le pregunta y se esfuerza por responder

con exactitud. Alguna vez me ha ocurrido que al preguntar a un

viandante, y no poder explicarse éste en forma adecuada a mi

ignorancia del idioma, se ha brindado a servirme de compañía

hasta el lugar deseado. A la gente común se la ve laboriosa, y

honesta; a la juventud, ostensiblemente altiva y vivaz; a los hombres

maduros, en una actitud reflexiva y algo ensimismada. No

hay mendigos, porque todos hacen algo para ganarse el sustento;

y no suelen ser aceptadas las propinas, porque se las juzga

como una limosna que rebaja a quien la acepta. Viejos y viejas,

quizá inhábiles ya para el trabajo, llevan a la espalda un cesto

donde arrojan papeles y otros desperdicios que van colectando en

las calles, y en los umbrales de un tenducho vi alguna vez reunida

una apreciable cantidad de tales cestos, cuyo contenido era

examinado y clasificado por varios individuos. La miseria no da

reposo, pero no priva a las gentes de su dignidad.

Como corresponde a ciudad tan grande y gentes tan activas,

por todas partes se halla negocios y talleres. Son particularmente

interesantes los pequeños, porque en ellos se revela un significativo

aspecto de las costumbres. A su instalación se consagra

de ordinario la entrada del hogar doméstico, separada de la calle

por una mampara o abierta a la curiosidad de los transeúntes;

y dentro se percibe la estera —o tatami— que cubre el piso

de la habitación familiar. Aùn los propios negocios presentan

a veces una plataforma ligeramente elevada, desde la cual atienden

descalzos los dueños o con los pies embutidos en blandas

pantuflas; y allí ejercen su artesanía, sentados sobre el tatami, o

en cuclillas, o en alguna postura personal. A veces denotan una

especialización máxima. Y donde quiera se hallen, otorgan carácter

al ritmo urbano.

Usualmente es breve y cansino el paso de los japoneses, porque

suelen usar un calzado rígido, consistente en una plataforma

de madera que descansa sobre dos gruesos listones trasversales,

y que se adhiere al pie mediante ligaduras semejantes a las

empleadas en las sandalias. Lo llaman "guehta", y lo usan tanto

mujeres como hombres. No permite la flexibilidad del paso, ni

la correcta articulación de la rodilla; y, si bien es práctico en cuanto

aisla de la lluvia, sòlo da margen a un paso corto, que exige

asentar pesadamente el pie o favorece la costumbre de arrastrarlo.

Las mujeres calzan también una especie de sandalias, con

suela gruesa o elevada en los talones mediante una cuña y que

recibe el nombre de zori. En ambos casos puede llevarse el pie

desnudo; pero en las mujeres es frecuente el uso de una media

corta, predominantemente blanca y fabricada con tela de algodón

(que recibe el nombre de tabi), y en la cual está separado el

pulgar de los dedos restantes, porque entre uno y otros debe insertarse

el cordón que la fija. En verdad, es gracioso y con cierto

donaire el paso menudo de las mujeres jóvenes, envueltas en un

kimono vistoso y calzando guehta o zorí, pues en ellas se cifra

una nota de color y ensueño; y quizá da aquel una viril dureza

al andar de los hombres. Pero a las personas provectas ( maduras ), las hace

parecer cansadas, vegetativas, mecánicas. Y si la vida cotidiana,

tanto como el sentido estético de las mujeres, van cambiando

esta faz de las costumbres, debe reconocerse que a ello

oponen un freno el bajo precio de guehta o zori (que escasamente

equivale a la quinta o sexta parte del fijado al calzado occidental),

el hecho de permitir estos la libre expansión del pie y parecer

por ello más confortables, y la adhesión a los usos tradicionales

que nostálgicamente mantienen los mayores.

La mujer desempeña labores que en otras partes le están vedadas,

tales como la cobranza en los vehículos de trasporte colectivo

y la limpieza de calzado. Ha superado los prejuicios de

otros tiempos, y se educa al lado del hombre. Ha adoptado las

modas occidentales para el trabajo y el tráfago callejero. Pero

sólo por excepción divisé cogidos de la mano a dos jóvenes enamorados,

y no he visto que un hombre lleve del brazo a una mujer. Esta mantiene 

una discreta y sumisa cortesía ante los varones;

a su lado se la ve a veces con la mirada reticente, el mentón

inclinado hacia el pecho y las manos unciosamente (devotamente), unidas

debajo del busto; y parece obvio que en la vida familiar continúa

su absoluta subordinación. En las reuniones formales, tanto como

en los espectáculos artísticos, su vestido de gala es el kimono; y

en las vías urbanas usan el tradicional vestido las ancianas, o las

mujeres que tal vez atienden sólo a sus quehaceres domésticos.

Libros especiales detallan el arte de confeccionar y vestir un kimono;

y en sus líneas ampulosas, en su preciosismo, en su contribución

al recato de las formas, parece hallarse un símbolo del

firme arraigo que en el pueblo japonés tienen sus viejas costumbres,

no obstante el aparente entusiasmo con que han incorporado

a su existencia cotidiana los usos de Occidente. Estas forman

quizá una cascara, bajo la cual se repliega el alma profunda y

mística del Oriente.


Continuarà........



Jòvenes japonesas

Trànsito sobre tatami




Ashikaga,Tochigi,JP



No hay comentarios: