Nació en el Callao en 1914, estudió en la Facultad de Letras de San Marcos, de la cual egresó optando el título de Bachiller y Doctor, y posteriormente completó sus estudios en la Facultad de Derecho.
https://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Tauro_del_Pino
Estudios històricos de Alberto Tauro del Pino.
Crónicas de Japón
POR ALBERTO TAURO DEL PINO
Desde Vancouver se insinúa ante los ojos del viajero la proximidad
del Oriente, porque su recepción está parcialmente a cargo
de personal en cuyos rasgos se perciben los ancestros asiáticos.
Ya destacan chinos, japoneses y aún hindúes entre los que
aguardan en el aeropuerto. Cuando el avión se eleva, a las 10
de la noche, el firmamento luce un tono plúmbeo; y a la distancia
se percibe una engañosa franja blanquecina, o destella en el
horizonte una hermosa gradación de matices rojos. Durante largas
horas volamos hacia el norte, a un extremo occidental de
Alaska, donde la noche sobrecoge, pues —aunque corta en el verano—
es negra, silenciosa y fría. Luego se endereza el rumbo
hacia Tokio. Sólo se percibe quietas y sombrías masas de nubes,
hasta que la luz empieza a despuntar. Pero se diría que el alba
es un espejismo, porque pasan las horas y no se altera su tenue
luminosidad. Aún sopla la brisa fresca, y aún se extiende su claror
opalino, cuando la travesía concluye.
TOKIO
Tokio es una ciudad grande, y desconcertante. En 1959, su
población ha pasado ya de 9 millones; y sus calles, ordinariamente
congestionadas, son a veces ocupadas por mareas humanas
que las luces del tránsito ordenan. Es una urbe en la cual destacan
las moles de los grandes edificios, a cuyo lado se acurruca
a veces la tímida y orgullosa jerarquía de una casa tradicional.
Su formación parece obedecer a sucesivas agregaciones de calles,
barrios y aún pueblos, porque su traza es confusa, tortuosa,
laberíntica. Aùn las grandes avenidas desafían toda perspectiva,
pues son pocas las que presentan en línea recta más de tres
o cuatro cuadras; y en medio de éstas se abre con frecuencia una
vía informal, con curvas y ángulos caprichosos, que brinda insospechado
retiro a los hogares que en ellas abren sus hospitalarias
puertas. Inclusive hay calles virtualmente circulares. Y la
nomenclatura no ayuda a orientarse, porque tradicionalmente tuvieron
denominaciones los barrios o las intersecciones de las calles;
y aunque hace pocos años se las ha aplicado a ciertas vías
principales, no se ha extendido el uso de la numeración domiciliaria
y la ubicación se hace por referencia. Se necesita la experimentada
asistencia de un guía para penetrar en las tensas actividades
de la ciudad.
Felizmente, el japonés está dotado de una espontánea cortesía.
Atiende cuanto se le pregunta y se esfuerza por responder
con exactitud. Alguna vez me ha ocurrido que al preguntar a un
viandante, y no poder explicarse éste en forma adecuada a mi
ignorancia del idioma, se ha brindado a servirme de compañía
hasta el lugar deseado. A la gente común se la ve laboriosa, y
honesta; a la juventud, ostensiblemente altiva y vivaz; a los hombres
maduros, en una actitud reflexiva y algo ensimismada. No
hay mendigos, porque todos hacen algo para ganarse el sustento;
y no suelen ser aceptadas las propinas, porque se las juzga
como una limosna que rebaja a quien la acepta. Viejos y viejas,
quizá inhábiles ya para el trabajo, llevan a la espalda un cesto
donde arrojan papeles y otros desperdicios que van colectando en
las calles, y en los umbrales de un tenducho vi alguna vez reunida
una apreciable cantidad de tales cestos, cuyo contenido era
examinado y clasificado por varios individuos. La miseria no da
reposo, pero no priva a las gentes de su dignidad.
Como corresponde a ciudad tan grande y gentes tan activas,
por todas partes se halla negocios y talleres. Son particularmente
interesantes los pequeños, porque en ellos se revela un significativo
aspecto de las costumbres. A su instalación se consagra
de ordinario la entrada del hogar doméstico, separada de la calle
por una mampara o abierta a la curiosidad de los transeúntes;
y dentro se percibe la estera —o tatami— que cubre el piso
de la habitación familiar. Aùn los propios negocios presentan
a veces una plataforma ligeramente elevada, desde la cual atienden
descalzos los dueños o con los pies embutidos en blandas
pantuflas; y allí ejercen su artesanía, sentados sobre el tatami, o
en cuclillas, o en alguna postura personal. A veces denotan una
especialización máxima. Y donde quiera se hallen, otorgan carácter
al ritmo urbano.
Usualmente es breve y cansino el paso de los japoneses, porque
suelen usar un calzado rígido, consistente en una plataforma
de madera que descansa sobre dos gruesos listones trasversales,
y que se adhiere al pie mediante ligaduras semejantes a las
empleadas en las sandalias. Lo llaman "guehta", y lo usan tanto
mujeres como hombres. No permite la flexibilidad del paso, ni
la correcta articulación de la rodilla; y, si bien es práctico en cuanto
aisla de la lluvia, sòlo da margen a un paso corto, que exige
asentar pesadamente el pie o favorece la costumbre de arrastrarlo.
Las mujeres calzan también una especie de sandalias, con
suela gruesa o elevada en los talones mediante una cuña y que
recibe el nombre de zori. En ambos casos puede llevarse el pie
desnudo; pero en las mujeres es frecuente el uso de una media
corta, predominantemente blanca y fabricada con tela de algodón
(que recibe el nombre de tabi), y en la cual está separado el
pulgar de los dedos restantes, porque entre uno y otros debe insertarse
el cordón que la fija. En verdad, es gracioso y con cierto
donaire el paso menudo de las mujeres jóvenes, envueltas en un
kimono vistoso y calzando guehta o zorí, pues en ellas se cifra
una nota de color y ensueño; y quizá da aquel una viril dureza
al andar de los hombres. Pero a las personas provectas ( maduras ), las hace
parecer cansadas, vegetativas, mecánicas. Y si la vida cotidiana,
tanto como el sentido estético de las mujeres, van cambiando
esta faz de las costumbres, debe reconocerse que a ello
oponen un freno el bajo precio de guehta o zori (que escasamente
equivale a la quinta o sexta parte del fijado al calzado occidental),
el hecho de permitir estos la libre expansión del pie y parecer
por ello más confortables, y la adhesión a los usos tradicionales
que nostálgicamente mantienen los mayores.
La mujer desempeña labores que en otras partes le están vedadas,
tales como la cobranza en los vehículos de trasporte colectivo
y la limpieza de calzado. Ha superado los prejuicios de
otros tiempos, y se educa al lado del hombre. Ha adoptado las
modas occidentales para el trabajo y el tráfago callejero. Pero
sólo por excepción divisé cogidos de la mano a dos jóvenes enamorados,
y no he visto que un hombre lleve del brazo a una mujer. Esta mantiene
una discreta y sumisa cortesía ante los varones;
a su lado se la ve a veces con la mirada reticente, el mentón
inclinado hacia el pecho y las manos unciosamente (devotamente), unidas
debajo del busto; y parece obvio que en la vida familiar continúa
su absoluta subordinación. En las reuniones formales, tanto como
en los espectáculos artísticos, su vestido de gala es el kimono; y
en las vías urbanas usan el tradicional vestido las ancianas, o las
mujeres que tal vez atienden sólo a sus quehaceres domésticos.
Libros especiales detallan el arte de confeccionar y vestir un kimono;
y en sus líneas ampulosas, en su preciosismo, en su contribución
al recato de las formas, parece hallarse un símbolo del
firme arraigo que en el pueblo japonés tienen sus viejas costumbres,
no obstante el aparente entusiasmo con que han incorporado
a su existencia cotidiana los usos de Occidente. Estas forman
quizá una cascara, bajo la cual se repliega el alma profunda y
mística del Oriente.
Continuarà........
Jòvenes japonesas Trànsito sobre tatami Ashikaga,Tochigi,JP
No hay comentarios:
Publicar un comentario