https://www.researchgate.net/publication/323234841_Las_balas_del_Nino_Dios_La_batalla_de_Tarapaca_y_la_formacion_de_la_nacion_en_el_extremo_sur_del_Peru_1822-1842
Las balas del Niño Dios
(Al señor general D.
Juan Buendía)
He aquí, mi general y amigo, una tradición en la cual dos vivos
son los protagonistas: usted y el cura L...
No se ofenda usted porque a guisa de
antigualla ha caído bajo el dominio de mi pluma, dada a sacar a luz historias
rancias.
Trátase de una bella página en la vida de usted, página que ojalá, en
el porvenir de nuestra patria, encuentre muchos plagiarios. A Dios gracias, no
es usted siquiera ministro o candidato a más sabrosos bocados: está usted
arrinconado en la sacristía como efigie de santo después de la procesión. Puedo,
pues, dedicarle este relato sin correr peligro de que digan que lo adulo y
lisonjeo, yo que nunca cometí el feo pecado de dedicar prosa ni verso a los que
están peldaño arriba en la escalera política. A lo sumo dirán que he cogido el
plumero para limpiar del santo polvo y telarañas. Si lo dicen que lo digan, que
con ello ni nos dan ni nos quitan.
Esto va, pites, de amigo a amigo. Y para
dedicatoria suficit.
I
Después del desastre de Ingavi, el general Magariños, al
mando de la segunda división del ejército boliviano, se apoderó de Tacna, en
diciembre de 1841, sin resistencia del inerme vecindario. Inmediatamente hizo
marchar sobre Tarapacá una columna de cien soldados a órdenes del coronel D.
José María García y del comandante D. Luis Mostajo. Llegados los invasores a
Chamisa el 1.º de enero, dispuso el coronel García que el teniente D. Hilario
Ortiz entrase de incógnito en Tarapacá; y para que en caso de ser descubierto
pudiera asumir carácter de parlamentario, lo proveyó de un pliego en el cual se
intimaba a la autoridad peruana la rendición de la provincia. El subprefecto de
Taracapá D. Calixto Gutiérrez de La-Fuente sorprendió al espía y lo puso preso,
contestando a García por una nota que protestaba contra la invasión; que
abandonaba la capital por encontrarse sin elementos para resistir (pues entre
todos los vecinos no había podido reunir más armas que tres pistolas, dos sables
y cinco escopetas), y que se llevaba prisionero al teniente Ortiz, quien no se
había presentado con las formalidades de parlamentario. El coronel García tomó
posesión de Tarapacá el 3 de enero, convirtiò la casa del Cabildo en cuartel y
dirigió a los tarapaqueños una proclamita notable por la cortedad, pues toda
ella se reducía a esta originalísima frase: «Los bolivianos traemos en una mano
la paz y en la otra el olivo». Por lo visto su señoría no era hombre fuerte en
antítesis ni metáforas, salvo que se nos diga lo que en la Biblia para aclarar
los conceptos obscuros: y en esto hay sentido que tiene sabiduría, explicación
con la que se queda uno tan en tinieblas como antes. En seguida dirigió otro
oficio a La-Fuente, que a revienta- caballo se había encaminado a Iquique,
oficio que con otros comprobantes de este relato histórico encontramos impreso
en El Peruano, periódico oficial de Lima correspondiente al 22 de enero de 1842.
Decía así el coronel: «Seguramente está usted creyendo que soy un recluta
ignorante de mis deberes, pues me dice en su nota que el oficial Ortiz no fue
con las formalidades correspondientes a un parlamentario. Dígame usted, señor
mío, ¿qué ejército tiene o qué batalla va a presentarme para exigirme
formalidades? Si en contestación a ésta no me manda usted al teniente Ortiz, yo
en represalia enviaré a mi república familias enteras de las más notables que
tenga la provincia. Y no le digo a usted más». Poco y al alma. Esto era hablar
crudo, como carne en mesa de inglés y clarito como agua de arroyuelo. Pero en
mala madriguera se había metido el coronel boliviano. ¡En Tarapacá! ¡En la cuna
de los mariscales Castilla y La-Fuente! ¡Precisamente en el único pueblo del
Perú que no se asustó con la vitalicia de Bolívar y que tuvo bríos para
protestar contra ella! ¡Digo, si tendrán colmillos los tarapaqueños! ¡Y venirles
en 1842 con amenazas un coronelito del codo a la mano!
II
En la noche del 2 de
enero llegó a Iquique D. Calixto de La-Fuente y conferenció con el sargento
mayor D. Juan Buendía sobre lo crítico de la situación. Buendía, soldado audaz y
entusiasta, opinó que era preciso combatir para que los bolivianos no se la
llevasen tan de bóbilis-bóbilis; y tres días después, el 5 de enero, púsose en
marcha sobre Tarapacá acompañado de veintidós mozos del pueblo, armados con
escopetas, fusiles y lanzas. La empresa era de locos. En el trayecto hasta la
capital de la provincia se les unieron seis paisanos más, uno de los cuales,
llamado Mariano Ríos, llevaba por única arma una corneta. A las once de la noche
del 6 de enero el grupo de combatientes organizado por Buendía llegaba
sigilosamente a la esquina de la casa del Cabildo, y con toda cautela para no
ser sentidos por el enemigo improvisaban en la bocacalle una barricada con los
muebles de un vecino. Pocos minutos después, el corneta Mariano Ríos empezó a
tocar ataque y degüello y los expedicionarios rompieron el fuego. El jefe
boliviano, a quien la densidad de la noche no permitía darse cuenta del número y
condición de los que atacaban, creyó prudente en cerrarse en Cabildo y que la
tropa, parapetada tras de las ventanas, contestase el tiroteo. Entretanto, al
estruendoso resonar de la corneta despertaron los vecinos, y gritando «¡viva el
Perú!», corrieron a engrosar las filas del arrogante mayor Buendía. Una hora
después eran poco más de treinta los fusiles y escopetas que hacían fuego sobre
los cien soldados del coronel García. A las cuatro de la mañana la victoria
pareció inclinarse a favor de los bolivianos, pues los disparos de sus
adversarios disminuían y la corneta había cesado de resonar. El músico acababa
de caer muerto y a los asaltantes se les iba agotando el número de cartuchos a
bala. Tenían algunos tarros de pólvora, pero ni una libra de plomo para fundir
proyectiles. Media hora más de combate y... después de ella la fuga. ¡Lindo por
venir! El bravo mayor Buendía se encontraba en la misma tremenda situación de
Ricardo III cuando dijo: «¡Mi reino por un caballo!» Para Buendía algunas libras
de plomo valían más que un reino, eran la dignidad nacional salvada, eran su
nombre de soldado y sus juveniles aspiraciones de gloria. ¡Plomo! ¡Plomo! ¿De
dónde conseguirlo? En Tarapacá no había siquiera tubos de cañería. Buendía
comenzaba a desesperar. Tenía en perspectiva la derrota y acaso la insegura
condición del prisionero. De pronto un joven eclesiástico, hijo de Tarapacá, que
vagaba entre los combatientes auxiliando a los heridos y moribundos, se acercó y
le dijo: -No hay que desmayar; voy a traer plomo. Y entrando en su habitación se
detuvo ante un retablo que representaba el divino misterio de Belén.
Téngase
presente que esto pasaba en la noche del 6 de enero, día de la Adoración de los
Reyes Magos.
El devoto clérigo tenía en su casa un precioso nacimiento... y el
Niño Jesús era... de plomo. Vivo está (y aún creemos que con residencia en Lima)
el sacerdote que en aras de la patria supo hacer el sacrificio de sus escrúpulos
y sentimientos religiosos.
Gracias a él los peruanos tuvieron balas para
continuar el combate a la luz del sol.
Aquellas balas hicieron maravillas sobre
la tropa enemiga. Háganse ustedes cargo...
¡Eran balas del Niño Dios! A las seis
de la mañana el coronel García cayó mortalmente herido, y llamando a su segundo
le dijo: -Comandante Mostajo, bátase hasta quemar el último cartucho. -Muera
usted tranquilo, mi coronel, que el honor militar quedará a salvo.
Y a las siete
de la mañana, agotadas ya sus municiones, aquellos valientes soldados de Bolivia
se rindieron a discreción. -¡Hurra por los vencidos y por los vencedores!
La
victoria premió la audacia del mayor Buendía y el patriótico entusiasmo de los
tarapaqueños, que casi sin armas ni organización, se lanzaron contra una
aguerrida columna militar.
San Lorenzo de Tarapacà, Urbanizaciòn Tarapacà,Callao |
Señoras Tarapaqueñas y autoridades chalacas, ceremonia realizada en la Urbanizaciòn Tarapacà,Provincia Constitucional del Callao |
https://urbatorium.blogspot.com/2015/01/las-balas-del-nino-dios-un-milagro.html
“La audacia de Buendía -escribe Portilla Córdova como epílogo a esta increíble historia- fue premiada junto al patriotismo de los tarapaqueños que con escaso armamento pudieron vencer al agresor… ¡con balas del Niño Jesús!”.
Como dato interesante, cabe añadir que el valeroso sacerdote tarapaqueño que logró conseguir el plomo para los tiros de los héroes de la resistencia local, todavía estaba vivo en los tiempos en que Ricardo Palma inmortalizó el entretenido relato en su famoso libro sobre las tradiciones del Perú, según él mismo comenta allí.
La victoria peruana permitió recuperar la provincia y frustrar parte de la soberbia boliviana por sus conquistas territoriales, antes del advenimiento de la paz. Sin embargo, San Lorenzo de Tarapacá se reservaba episodios aún más epopéyicos en la línea de tiempo, con la batalla del 27 de noviembre de 1879 que, en el marco de la Guerra del Pacífico, coronó de gloria al Coronel Eleuterio Ramírez y a los bravos del 2° de Línea, tras la cual, a pesar de la destrucción de las fuerzas chilenas durante el combate, se produjo el retiro de los aliados y la incorporación del territorio a manos de Chile.
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