FIESTA EN TINTA
José
María Arguedas*
Tinta fue capital de Corregimiento durante la Colonia. Al Corregimiento de
Tinta pertenecía Tungasuca. Tinta está en la quebrada, a la orilla del
Vilcanota, entre maizales y campos de trigo. Tungasuca es pueblo de altura;
está casi a 4,000 metros ,
junto a un lago pequeño rodeado de chacras de cebada; laguna de agua limpia.
Túpac Amaru, el primer caudillo indio, el primer quechua culto que se rebeló
contra el régimen colonial, fue cacique de Tungasuca. Pero residía en Tinta,
cabeza del Corregimiento.
En Tinta escribió Clorinda Matto de Turner su
novela "Aves sin nido",
primer intento de novela peruana, la primera descripción que se hace de la
vida miserable del indio peruano.
El cura que escribió el "Ollantay" fue el cura de Tinta, el primero que lo escribió. La primera vez que se
representó el "Ollantay"
fue para Túpac Amaru, en Tinta.
Entre los indios que mandó fusilar Areche después
de la sublevación de Túpac Amaru, estuvo Illatinta, campanero de la iglesia.
Pero cuentan que la virgen bajó del cielo ante el pueblo reunido y las tropas
del rey; levantó suavemente el cuerpo del campanero y se lo llevó por el aire,
hasta la torre del pueblo; lo dejó allí, repicando alegre las campanas, a todo
vuelo, avisando al pueblo su propia resurrección. Veinte años después murió
Illatinta. Pero en la iglesia del pueblo queda un cuadro de la época, donde
está descrito el milagro minuciosamente y el pueblo entero, con todas las casas
y sus calles.
Ahora Tinta es un pueblo silencioso; en sus calles
angostas, calles de indios, crecen hierbas, caminan indios elegantes; casi
todas sus casas están cerradas por candado de madera, de factura india. Cerca
de dos siglos después de la rebelión de Túpac Amaru, Tinta, como todos los
pueblos de estie valle del Vilcanota, es acaso más que entonces pueblo de
indios
El 27 de agosto es la fiesta grande de Tinta. Desde
la mañana salen los waynas, los hombres
solteros, a pasear en las calles, tocando flauta. Se visten con gran elegancia
y con ropa nueva. En pandilla de tres, hasta de veinte, caminando altivos,
entran a la plaza por las cuatro esquinas. Todos tocan flauta, como anunciando
que son libres; caminan más rápido en la plaza, y con más orgullo; cruzan
entre las vendedoras de chicha, mirando alto; llegan a las tiendas de las
esquinas, y entre ellos solos, los waynas se convidan cañazo. Salen a ratos
hasta la puerta de las tiendas, y miran la plaza, llena de pasñas, como
dominadores y dueños. En sus ponchos nuevos, en fondo negro, gris o blanco,
anchos pallays, con figuras de
pájaros, de venados y de las flores más hermosas del campo, en verde, rojo y
azul.
Las mujeres solteras, las pasñas, venden chicha en el centro de la plaza, bajo los árboles de
eucalipto y capulí, que hacen sombra en la tierra. Su elegancia, la hermosura
de sus vestidos, es mucho más india y más noble. Paradas junto a las mak'mas de chicha, envueltas en sus llikllas verdes, rojas o negras; con
sus monillos de Castilla o de bayeta, bien ceñidos al cuerpo, y sus faldas
largas de bayeta, hasta quince polleras una sobre otras; y anillos de plata en
los dedos; tupus antiguos ó prendedores de plata, en forma de paloma o de pavo,
sujetando la lliklla; con sus
monteras redondas, negras, ribeteadas con cinta azul y algunas flores bordadas
en la copa; descalzas. Acaso no hay en el Perú un vestido más hermoso. La
disposición de los colores y de los adornos guarda siempre la armonía más
perfecta, armonía también con el rostro y el cuerpo de las pasñas, con el pueblo,
con el color; la hermosura y la luz del paisaje. Vistas de espaldas, el rebozo
cae de la cabeza, de debajo de la montera, casi hasta el borde de la falda se
extiende el cuerpo. Vistas de lejos, de pie junto a las grandes mak'mas de chicha, o bailando en la
plaza, bajo los árboles de capulí, o en el campo abierto, parecen la creación
preferida de esta tierra, la imagen de lo que el Ande tiene de color, de
alegría, de su propia, de su inconfundible e imponente belleza.
A pesar de su orgullo, de su altivez desdeñosa, los
waynas llevan en los zapatos de
fútbol y en los cinturones de cuero la fea marca del vestido híbrido y
desaliñado del mestizo. La pasña, en
cambio, es todavía Ande puro, quechua intocado, a pesar de las cintas, de la castílla
y de los pavos de plata que luce en el pecho.
Mientras las pasñas
y los waynas se miran desde lejos,
los viejos, los runas, toman chicha
en grandes vasos, sentados en los bancos de la plaza. Comentan la fiesta, miran
alegres los grupos de waynas que
tocan quenas desde las esquinas o cruzando la plaza. Se convidan, y
reposadamente vacían las mak'mas de
chicha.
Atardeciendo, mientras en un extremo de la plaza,
en un coso levantado con árboles de eucalipto, indios vestidos de rojo y azul
torean toros matreros, en todo el campo libre bailan. Bandas de flauteros
rodeados de pasñas y waynas que bailan frenéticos, dan
vueltas, bailando, de esquina a esquina; se detienen un instante junto a los altares
de las esquinas, y siguen; a ratos gritan, con su voz más delgada; y la
quebrada, por donde resbala tranquilo el Vilcanota, repite varias veces los
gritos. Los indios que están trepados en las barreras van entrando al baile,
dejan el coso vacío; termina la corrida; y nadie mira, porque todos bailan.
El sol de anochecer apenas alumbra. Ni un misti, ni
un hombre vestido de casimir se ve en la plaza; los pocos que han ido a ver la
corrida y los vecinos de Tinta miran desde los balconcitos de sus casas. No
cuentan. En la plaza hay como cincuenta flauteros tocando. Las pasñas, con sus largas rebozas verdes,
negras, rojas y azules, dan vueltas, bailando ligero, en el campo libre; los waynas las siguen, pero se ven pesados y
torpes junto a las pasñas que danzan
airosas, haciendo girar sus polleras y el rebozo, al compás del wayno, en vueltas
rápidas, pero siémpre con un ritmo ardiente, con una armonía de wayno que nunca
se equivoca.
La música baja hasta el río, con el viento sube por
la quebrada, llega hasta los caseríos próximos.
Cuando anochece, en la oscuridad del crepúsculo, el
baile es más loco. La plaza está llena de indios que bailan y cantan, como
desesperados. Ya ni se detienen junto a los altares; la plaza parece chica, no
queda campo libre; los árboles se mueven cuando los bailarines pasan bajo su
sombra.
En la oscuridad siguen bailando. Salen a las
calles, en "pandillas"; se
reparten por todo el pueblo. Prende la fiesta en toda Tinta. Las pandillas se
cruzan y se encuentran en las esquinas. Como hace cuatro siglos, cinco siglos,
el wayno es la fuerza, es la voz, es la sangre eterna de todas las fiestas del
Perú del Ande.
Bajo el puente de cal y canto de Tinta pasan las
aguas del Vilcanota, silenciosas y transparentes.
* “La Prensa ”,
Buenos Aires, 20 de octubre de 1940.
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