lunes, 25 de febrero de 2013

Solidaridad peruana con Costa Rica

Foto id: 1673221

PEDRO GÁLVEZ,abogado y miembro de una familia de políticos liberales, fue enviado a Costa Rica, a los 35 años, para ayudar en la Campaña Nacional.

JUNTOS CONTRA WALKER
Solidaridad EL PERÚ fue el ÚNICO PAÍS SURAMERICANO QUE AYUDÓ a Costa Rica EN LA CAMPAÑA NACIONAL

Rosa Garibaldi de Mendoza
Ministra en el Servicio Diplomático del Perú@nacion.com

El presidente peruano Ramón Castilla (1797-1867) formuló un proyecto de estrategia hemisférica: la agresión contra una nación latinoamericana debía ser vista como un ataque a la América Latina entera. En 1856, un hecho reforzó su determinación de establecer un pacto hemisférico: el reconocimiento estadounidense del gobierno que William Walker había implantado en Nicaragua.
El auspicio del gobierno norteamericano quedó al descubierto el 14 de mayo de 1856, cuando el presidente Franklin Pierce recibió a Agustín Vigil, representante del gobierno de Rivas-Walker. El ministro (embajador) peruano en Washington, Juan Ignacio de Osma, se unió a las enérgicas protestas formuladas ante el gobierno estadounidense por los representantes de Centroamérica. Frente a ello, Vigil debió regresar a Nicaragua.
El apoyo estadounidense fue más notorio a partir de marzo de 1857, cuando ascendió a la presidencia el demócrata James Buchanan, líder máximo de la corriente expansionista.
Cuando se preparaba la lucha contra los filibusteros, llegó a Lima un enviado de Costa Rica: Gregorio Escalante, con las misiones de lograr un préstamo para la guerra y de trasmitir la invitación de Costa Rica a los otros gobiernos hispanoamericanos para realizar un congreso hispanoamericano en San José en mayo de 1857. Escalante y el enviado costarricense a Chile, Nazario Toledo, fueron acogidos en el Perú con gran entusiasmo.
 
Sacrificios. Castilla apoyó a Costa Rica con la creación de una legación en Centroamérica y el nombramiento de Pedro Gálvez como ministro residente en Centroamérica, Nueva Granada (Colombia) y Venezuela. Un decreto dispuso auxilios para la América Central y negociaciones para lograr adhesiones al defensivo Tratado Continental que, a instancias de Castilla, habían suscrito el Perú, el Ecuador y Chile.
Antes de que Gálvez llegase a Costa Rica, Castilla ya había aprobado ayuda económica a Costa Rica y había decidido enviar una nave a puertos de la América Central para estimular el espíritu de resistencia contra los invasores.
En un relato que remitió a la Cancillería peruana el 21 de junio de 1862, titulado Cuenta que da el Ministro del Perú en Centro América, Nueva Granada y Venezuela de la misión que se le confió en 1856 , Pedro Gálvez relató la ayuda que proporcionó a Costa Rica y las adhesiones que logró de los gobiernos del istmo al Tratado Continental.
Gálvez llegó a San José el 22 de enero de 1857, en un momento crítico, cuando la victoria contra Walter era aún incierta. A los diez días de arribar, Gálvez obtuvo la adhesión de Costa Rica al Tratado Continental.
A su vez, el bergantín Once de Abril , confiado al marino peruano Antonio Valle Riestra, se incendió en un combate contra la Granada , nave de guerra de Walker. Terriblemente quemado, Valle Riestra se salvó de morir, pero estuvo hospitalizado durante muchos meses. Dos marinos peruanos murieron entonces en defensa de Costa Rica: Adrián Vargas y Javier Saldívar.
La solidaridad con Costa Rica llegó a ser tan estrecha que el Perú se convirtió en su socio para la construcción de un canal interoceánico. El 31 de enero de 1857, Gálvez firmó, con el gobierno de San José, un tratado de amistad y comercio, cuyo artículo 12 estipuló que, en caso de que ese gobierno llegase a construir una comunicación interoceánica, el gobierno del Perú compartiría los gastos y beneficios de la empresa sin que ello afectase la soberanía de Costa Rica sobre la parte de su territorio atravesado por el canal.
 
Préstamo generoso. El presidente Mora autorizó a Gálvez, quien estaba a punto de partir hacia Guatemala, para que, en representación de Costa Rica, coordinase y alentara allí la acción militar conjunta con las otras naciones centroamericanas. El canciller costarricense Lorenzo Montúfar fue enviado en idéntica misión a El Salvador.
El presidente guatemalteco Rafael Carrera acordó las bases de unión con Costa Rica y El Salvador para que sus ejércitos se unieran al de Nicaragua. Entonces, las fuerzas centroamericanas derrotaron a Walker y a sus secuaces y los expulsaron de Nicaragua.
Restablecida la paz, Gálvez se concentró en apoyar a Costa Rica en sus intentos de concertar de una alianza centroamericana que defendiese la independencia común. Aunque no se suscribió un tratado, se iniciaron relaciones más francas y cordiales entre Guatemala, El Salvador y Costa Rica.
En su informe, Gálvez explicó también que, en julio de 1857, estando de nuevo en San José, firmó el convenio que fijó las condiciones de un empréstito de cien mil pesos con el que el gobierno peruano auxiliaba a Costa Rica, suma que se puso a disposición del cónsul costarricense en Lima, Tomás Conroy.
Pedro Gálvez explicó al gobierno de Costa Rica que el gobierno peruano hubiese deseado que el préstamo fuese mayor, pero que los fuertes gastos extraordinarios ocurridos últimamente lo habían impedido. Agregó que el ánimo del Perú hubiera sido no cobrar interés alguno. Cobraba 4,5 % porque el Perú pagaba ese interés por los cien mil pesos que su consignatario del guano (fertilizante) en Gran Bretaña le había cobrado por adelantarle el dinero destinado a Costa Rica.
Se fijaron diez años de plazo para reembolsar el capital principal y los intereses. En Lima, mediante comunicación a su Departamento de Estado, el ministro estadounidense John Randolph Clay criticó que el gobierno peruano hiciera un préstamo tan elevado cuando sus finanzas no se lo permitían.
 
Mutua gratitud. La obligación de Costa Rica venció en 1868, pero solo en 1879 (a los 21 años de contraída la deuda), llegó a Costa Rica el embajador Tomás Lama y solicitó el pago del préstamo, que Costa Rica canceló.
El historiador costarricense Cleto González Víquez señala que el préstamo no fue propiamente un negocio, sino un acto de amistad y una demostración de simpatía a Costa Rica por su defensa contra el filibusterismo. A su vez, el historiador costarricense Rafael Obregón afirma que es bueno destacar esta actitud del Perú porque fue el único país de Suramérica que ayudó de manera efectiva a la causa centroamericana.
En 1879 comenzó una guerra del Perú y Bolivia contra Chile; entonces, Costa Rica quiso expresar al gobierno peruano su gratitud por el apoyo recibido durante la guerra contra Walker.
Para no comprometer a su país y crear un problema con Chile, el gobierno de San José acudió a una solución indirecta: vender armas al general Domingo Vásquez, exministro de Honduras en Lima, quien las revendió en Panamá al ministro peruano Tomás Lama para su traslado al Perú.
Esa actitud ocasionó problemas al gobierno costarricense. En una comunicación de 28 de agosto de 1879, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Miguel Amunátegui, pidió explicaciones al gobierno de Costa Rica. El ejército chileno que invadió al Perú había encontrado, en los archivos de la Cancillería peruana, pruebas de esa entrega de armas. Por ello fue a San José una misión, bajo el mando del encargado de negocios chileno Adolfo Carrasco Albano, para entablar un reclamo.
 
Hace unos años, la Municipalidad de San José dedicó al presidente Ramón Castilla un monumento cuya placa resume su solidaridad con Centroamérica: “El Perú siente como propio cualquier agravio inferido a uno de sus hermanos de América”.

domingo, 24 de febrero de 2013

Obras de José María Arguedas


FIESTA EN TINTA

José María Arguedas*

Tinta fue capital de Corregimiento durante la Colonia. Al Corregimiento de Tinta pertenecía Tungasuca. Tinta es­tá en la quebrada, a la orilla del Vilcanota, entre maizales y campos de trigo. Tungasuca es pueblo de altura; está casi a 4,000 metros, junto a un lago pequeño rodeado de chacras de cebada; laguna de agua limpia. Túpac Amaru, el primer caudillo indio, el primer quechua culto que se rebeló contra el régimen colonial, fue cacique de Tungasuca. Pero residía en Tinta, cabeza del Corregimiento.

En Tinta escribió Clorinda Matto de Turner su novela "Aves sin nido", primer intento de novela peruana, la pri­mera descripción que se hace de la vida miserable del indio peruano.

El cura que escribió el "Ollantay" fue el cura de Tinta, el primero que lo escribió. La primera vez que se representó el "Ollantay" fue para Túpac Amaru, en Tinta.

Entre los indios que mandó fusilar Areche después de la sublevación de Túpac Amaru, estuvo Illatinta, campanero de la iglesia. Pero cuentan que la virgen bajó del cielo ante el pueblo reunido y las tropas del rey; levantó suavemente el cuerpo del campanero y se lo llevó por el aire, hasta la to­rre del pueblo; lo dejó allí, repicando alegre las campanas, a todo vuelo, avisando al pueblo su propia resurrección. Vein­te años después murió Illatinta. Pero en la iglesia del pueblo queda un cuadro de la época, donde está descrito el milagro minuciosamente y el pueblo entero, con todas las casas y sus calles.

Ahora Tinta es un pueblo silencioso; en sus calles angos­tas, calles de indios, crecen hierbas, caminan indios elegan­tes; casi todas sus casas están cerradas por candado de ma­dera, de factura india. Cerca de dos siglos después de la rebe­lión de Túpac Amaru, Tinta, como todos los pueblos de estie valle del Vilcanota, es acaso más que entonces pueblo de indios

El 27 de agosto es la fiesta grande de Tinta. Desde la ma­ñana salen los waynas, los hombres solteros, a pasear en las calles, tocando flauta. Se visten con gran elegancia y con ro­pa nueva. En pandilla de tres, hasta de veinte, caminando al­tivos, entran a la plaza por las cuatro esquinas. Todos tocan flauta, como anunciando que son libres; caminan más rápi­do en la plaza, y con más orgullo; cruzan entre las vendedo­ras de chicha, mirando alto; llegan a las tiendas de las esqui­nas, y entre ellos solos, los waynas se convidan cañazo. Sa­len a ratos hasta la puerta de las tiendas, y miran la plaza, llena de pasñas, como dominadores y dueños. En sus pon­chos nuevos, en fondo negro, gris o blanco, anchos pallays, con figuras de pájaros, de venados y de las flores más her­mosas del campo, en verde, rojo y azul.

Las mujeres solteras, las pasñas, venden chicha en el centro de la plaza, bajo los árboles de eucalipto y capulí, que hacen sombra en la tierra. Su elegancia, la hermosura de sus vestidos, es mucho más india y más noble. Paradas junto a las mak'mas de chicha, envueltas en sus llikllas ver­des, rojas o negras; con sus monillos de Castilla o de bayeta, bien ceñidos al cuerpo, y sus faldas largas de bayeta, has­ta quince polleras una sobre otras; y anillos de plata en los dedos; tupus antiguos ó prendedores de plata, en forma de paloma o de pavo, sujetando la lliklla; con sus monteras redondas, negras, ribeteadas con cinta azul y algunas flores bordadas en la copa; descalzas. Acaso no hay en el Perú un vestido más hermoso. La disposición de los colores y de los adornos guarda siempre la armonía más perfecta, armonía también con el rostro y el cuerpo de las pasñas, con el pue­blo, con el color; la hermosura y la luz del paisaje. Vistas de espaldas, el rebozo cae de la cabeza, de debajo de la monte­ra, casi hasta el borde de la falda se extiende el cuerpo. Vis­tas de lejos, de pie junto a las grandes mak'mas de chicha, o bailando en la plaza, bajo los árboles de capulí, o en el cam­po abierto, parecen la creación preferida de esta tierra, la imagen de lo que el Ande tiene de color, de alegría, de su propia, de su inconfundible e imponente belleza.

A pesar de su orgullo, de su altivez desdeñosa, los way­nas llevan en los zapatos de fútbol y en los cinturones de cuero la fea marca del vestido híbrido y desaliñado del mes­tizo. La pasña, en cambio, es todavía Ande puro, quechua intocado, a pesar de las cintas, de la castílla y de los pavos de plata que luce en el pecho.

Mientras las pasñas y los waynas se miran desde lejos, los viejos, los runas, toman chicha en grandes vasos, sentados en los bancos de la plaza. Comentan la fiesta, miran alegres los grupos de waynas que tocan quenas desde las esquinas o cruzando la plaza. Se convidan, y reposadamente vacían las mak'mas de chicha.

Atardeciendo, mientras en un extremo de la plaza, en un coso levantado con árboles de eucalipto, indios vestidos de rojo y azul torean toros matreros, en todo el campo libre bailan. Bandas de flauteros rodeados de pasñas y waynas que bailan frenéticos, dan vueltas, bailando, de esquina a esqui­na; se detienen un instante junto a los altares de las esqui­nas, y siguen; a ratos gritan, con su voz más delgada; y la quebrada, por donde resbala tranquilo el Vilcanota, repite varias veces los gritos. Los indios que están trepados en las barreras van entrando al baile, dejan el coso vacío; termina la corrida; y nadie mira, porque todos bailan.

El sol de anochecer apenas alumbra. Ni un misti, ni un hombre vestido de casimir se ve en la plaza; los pocos que han ido a ver la corrida y los vecinos de Tinta miran desde los balconcitos de sus casas. No cuentan. En la plaza hay co­mo cincuenta flauteros tocando. Las pasñas, con sus largas rebozas verdes, negras, rojas y azules, dan vueltas, bailando ligero, en el campo libre; los waynas las siguen, pero se ven pesados y torpes junto a las pasñas que danzan airosas, ha­ciendo girar sus polleras y el rebozo, al compás del wayno, en vueltas rápidas, pero siémpre con un ritmo ardiente, con una armonía de wayno que nunca se equivoca.

La música baja hasta el río, con el viento sube por la quebrada, llega hasta los caseríos próximos.

Cuando anochece, en la oscuridad del crepúsculo, el bai­le es más loco. La plaza está llena de indios que bailan y cantan, como desesperados. Ya ni se detienen junto a los al­tares; la plaza parece chica, no queda campo libre; los árbo­les se mueven cuando los bailarines pasan bajo su sombra.

En la oscuridad siguen bailando. Salen a las calles, en "pandillas"; se reparten por todo el pueblo. Prende la fies­ta en toda Tinta. Las pandillas se cruzan y se encuentran en las esquinas. Como hace cuatro siglos, cinco siglos, el wayno es la fuerza, es la voz, es la sangre eterna de todas las fiestas del Perú del Ande.

Bajo el puente de cal y canto de Tinta pasan las aguas del Vilcanota, silenciosas y transparentes.

* “La Prensa”, Buenos Aires, 20 de octubre de 1940.

sábado, 2 de febrero de 2013

Piura y la regeneración




Fue política de Chile en la guerra, la de inferir al Perú el mayor daño posible, como para que no se pudiera levantar en 100 años.

Chile siempre había visto con recelo la prosperidad del Perú, y el hecho de estar la gran riqueza salitrera próxima a su territorio, no obstante estar  Bolivia de por medio, lo estimuló a apoderarse de esos territorios

Sin tener en cuenta las leyes de guerra decía que el mejor cholo, era el cholo muerto. Por eso después de cada batalla, los chilenos recorrían el campo y mataban a los heridos. Eso se llamó el Repaso.

Cuando terminó la guerra, el Perú era un país, destruido física y moralmente.

Todas las familias peruanas vestían luto, por que no había una sola que no hubiera perdido un pariente cercano en la guerra. Eso también se podía ver en Piura no obstante estar lejos del escenario de las grandes luchas.

Al terminar el conflicto estaba de presidente de Perú el general Miguel Iglesias impuesto por los chilenos.

Como prefecto de Piura, se encontraba Augusto Seminario Váscones partidario de Iglesias, impuesto en ese cargo por el coronel chileno Carvallo. El anterior prefecto, su primo el coronel Fernando Seminario Echandía partidario de Cáceres, se encontraba en auto destierro en Ecuador con otros piuranos enemigos de la paz entreguista con Chile. Entre ellos estaba el valeroso general ayabaquino Manuel González La Cotera. En la sierra seguía manteniendo una guerrilla sin esperanza Eloy Castro. .En un exceso de audacia, Gonzáles La Cotera cruzó la frontera para unirse a la guerrilla de Castro. Cayó en una celada.

En Piura se inauguró un busto a Grau, el primero en el Perú, que hoy está en Sullana.

Por desgracia para el Perú, después de la guerra con Chile, se inició una lucha entre peruanos. La presencia de Iglesias en Palacio de Gobierno nos hacia recordar siempre a los chilenos. Era como un baldón.

A Cáceres no le quedó mas remedio que deponer a Iglesias. Y volvió a Piura el coronel Fernando Seminario “el gato” reasumiendo la prefectura.

Los chilenos después del Tratado de Ancón, aun quedaron en Paita y en las islas de Lobos.

El Perú arrastraba una cuantiosa deuda desde lo tiempos de Balta y a esa se unió la deuda de la guerra. No se podía hacer ninguna amortización. Cáceres mediante el llamado Contrate Grace entregó a los acreedores reunidos en una empresa llamada Peruvian Corporation, la administración de todos los ferrocarriles .En ese acuerdo no estaba el ferrocarril de Paita a Sullana por que pertenecía a Federico Blume. Mas tarde lo adquirió la Peruvian.

En 1889, Genaro Helguero, y los herederos de José Lama venden las tierras petroleras a la London.

En 1891 hizo su aparición en nuestra región, el Fenómeno de El Niño en forma muy violenta.

Un poco mas tarde Piérola volvió aparecer en el panorama político, en el departamento de Piura se desarrolló una sangrienta lucha entre el coronel Fernando Seminario Echandía partidario de Cáceres que estaba como prefecto y su primo Augusto Seminario Váscones que seguía a Piérola y era ayudado por sus sobrinos los Seminario Aramburú.

Esa sangrienta lucha, se llama la Guerra de los Seminario y no solo trajo miseria, y luto l departamento de Piura, sino a otros mas, sino que dejó profundos odios familiares.

Pero en medio de ese panorama tan duro, e Perú se iba reponiendo, mas rápido quizá de lo que hubiera deseado Chile.

Es que pueblos como el Perú, con todas sus debilidades y flaquezas, tiene fortalezas que lo hacen inmortal.

Parodiando a Vallejo: diremos: asesinarán a sus gentes, destruirán sus ciudades, demolerán sus centros industriales, desgarrarán su territorio, lo dejarán en la miseria y con mucho luto; pero no podrán matarlo.

 Reynaldo Moya Espinoza.