lunes, 19 de marzo de 2012

Manuel Gonzàles Prada y los polìticos de siempre


NUESTROS LEGISLADORES    Por Manuel González Prada   Horas de lucha


Durante la legislatura de 1906, un senador tuvo la sencillez o la malicia de afirmar en plena cámara:
"Hace algunos años, el Poder Parlamentario del Perú es nominal. Es inútil oponerse a ningún plan o proyecto que venga del Ejecutivo, puesto que es seguro que todo proyecto del Ejecutivo ha de aprobarse, cualesquiera que sean sus consecuencias".
 No desde algunos años únicamente, sí desde los comienzos de la vida republicana, nuestras Cámaras Legislativas hicieron un papel tan degradante y servil, que muchos diputados y senadores merecieron figurar en la servidumbre de Palacio. Y ¿qué más podrían ser los elegidos por el fraude o la imposición de los Gobiernos? Uno que otro individuo de elevación moral, una que otra minoría de sanas intenciones, no borran el estigma de la corporación.
     Minorías, mayorías, palabras de significación aleatoria cuando se piensa que nuestros legisladores suelen amanecer oposicionistas y anochecer ministeriales. Hasta en las minorías de apariencia más homogénea conviene señalar a los hombres-convicción, a los que sostienen una idea, para distinguirles de los hombres-polea, de los que chirrían por no estar lubricados con el aceite de la Caja fiscal. Los oposicionistas de buena fe, desengañados por la indiferencia de sus compañeros y aburridos con la insufrible garrulería de los adversarios, acaban por enmudecer, convenciéndose de que no se argumenta con masas de ventrales, como no se pega testaradas a un muro de calicanto ni se da puñetazos a un zurrón de sebo. En cuanto a las mayorías, no todos sus miembros rayan a la misma altura, pues mientras unos pocos actúan maliciosamente, sabiendo de qué se trata y hacia dónde se camina, los demás no conocen el terreno que pisan ni oyen razón alguna, salvo las venidas del Gobierno y comunidades en forma de orden conminativa. La masa congresil procede con los Presidentes como el rucio con Sancho: hace que entiende, agacha las orejas y trota. El Cardenal de Retz decía que Todas las grandes asambleas son pueblo. Si viviera entre nosotros, afirmaría que los congresos del Perú son populacho.
     No obstante la sumisión, hubo épocas en que un espíritu de rebelión parecía inflamar la sangre de senadores y diputados. Los griegos vivaqueaban en los salones del Poder Ejecutivo, los troyanos acampaban en los dos locales del Poder Legislativo. Por momentos se esperaba el choque y la hecatombe; pero nada, ni cadáveres ni heridos. En lo inminente del agarrón mortífero, en lo que llaman el instante sicológico, vino la reconciliadora lluvia de oro. Simple chantage. Algo podrían contarnos Dreyfus y Grace. Regla general: minorías tan valiosas como las mayorías, pues las unas no abrigaron propósitos mejores que las otras. Hoy mismo, en oposicionistas y gobiernistas no vemos luces y tinieblas que batallan por obtener la victoria, sino tizones que humean en lugares opuestos.
     Entonces ¿de qué nos sirven los Congresos? ¿Por qué, en lugar de discutir la disminución o el aumento de las dietas, no ponen en tela de juicio la necesidad y conveniencia de suprimirse? ¡Qué han de hacerlo! Senadurías y diputaciones dejan de ser cargos temporales y van concluyendo por constituir prebendas inamovibles, feudos hereditarios, bienes propios de ciertas familias, en determinadas circunscripciones. Hay hombres que, habiendo ejercido por treinta o cuarenta años las funciones de representante, legan a sus hijos o nietos la senaduría o la diputación. No han encontrado la manera de llevarse las curules al otro mundo. Haciendo el solo papel de amenes o turiferarios del Gobierno, los honorables resultan carísimos, tanto por los emolumentos de ley y las propinas extras, como por los favores y canonjías que merodean para sus ahijados, sus electores y sus parientes. Comadrejas de bolsas insondables, llevan consigo a toda su larga parentela de hambrones y desarrapados. En cada miembro del Poder Legislativo hay un enorme parásito con su innumerable colonia de subparásitos, una especie de animal colectivo y omnívoro que succiona los jugos vitales de la Nación.
     El actual Ministro de Hacienda declaró ante las Cámaras Legislativas que "muchas obras públicas de urgente necesidad se aplazaban indefinidamente, porque el dinero asignado para ellas se invertía en pagar Congresos ordinarios y extraordinarios". El zurriagazo no levantó la más leve roncha en la epidermis de los honorables: fue ovillo de lana, arrojado contra el pellejo de un hipopótamo. El merecido agravio, lejos de amenguarles el apetito, les enardeció el hambre, así que alevosamente, en sesión secreta, se adjudicaron la renta anual de tres mil seiscientos soles. Después, echándola de sensibles a la indignación general, quisieron volver sobre sus pasos y hasta darse el lujo de renunciar a las dietas: pura broma (no la llamaremos bellaquería), pues mientras en el Congreso lanzaban discursos henchidos de un desinterés sanfranciscano, fuera de] Parlamento y en amena compañía celebraban con estrepitosas francachelas el advenimiento de los tres mil seiscientos al año.
     Y ¡cuánto bueno podría hacerse con el dinero malgastado en fomentar la logorrea parlamentaria! La protección al ganado lanar y al vacuno daría más beneficios que el mantenimiento de] régimen representativo. Nadie negará que un kilo de buena lana o un litro de buena leche, vale más que el pliego de interpelaciones formuladas por un senador oposicionista, o que la resma de discursos emitidos por un diputado ministerial. Decimos logorrea, pues lo que nuestros legisladores hablan corresponde muy bien a lo que hacen. Como autómatas parlantes o bombas de arrojar discursos, funcionan tan desastradamente que a menudo se llevan de encuentro el sentido común y la Gramática. Desearíamos que algún tenaz rebuscador de papeles volviera y revolviera elDiario de los Debates, para averiguar cuántas partículas de oro se esconden bajo esa inconmensurable montaña de cascote y desperdicios.

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